CONTRATAPA

Golems

 Por Juan Gelman

El absurdo literario como resistencia al absurdo del poder acontece en las democracias sin mayores represalias –casi siempre– para sus practicantes. No fue así en la URSS estalinista: el grupo OBERIU (acrónimo en ruso de “Asociación de Arte Verdadero”) fue dispersado por la represión a fines de los años ‘20 y sus miembros conocieron, después de la censura, los campos de trabajo, la desaparición y muerte en cautiverio, o una supervivencia domesticada tras largos años de prisión en el mejor de los casos. No incurrían en la crítica ideológica del régimen, ni le organizaban oposiciones políticas. Pero Daniil Kharms vestido de Sherlock Holmes recitando poesía en bicicleta sobre un escenario resquebrajaba, al parecer, los fundamentos del marxismo-leninismo para la ortodoxia imperante.
No se equivocaba mucho, sin embargo, el olfato de los censores soviéticos. Por los textos de Kharms circulan epidemias de viejitas que se tiran por la ventana, hombres que se pelean y se matan con pepinos gigantescos, un tenorio que en el momento culminante del cariño busca y no encuentra en sus pantalones el instrumento imprescindible, un joven escritor que no se puede deshacer del cadáver de una anciana que no cesa de reaparecer en su departamento, dos misteriosos policías que allanan el domicilio de una joven para arrestarla y terminan declarándole amor eterno. Hay alusiones sesgadas, pero evidentes, a los absurdos de la vida cotidiana en la URSS y no pasaron inadvertidas. Kharms nunca fue atacado públicamente con la ferocidad que padecieron grandes poetas como Anna Ajmátova o Josip Mandelstam. Simplemente lo dejaron sin trabajo, en 1930 hasta le prohibieron publicar poemas para niños, en 1941 fue detenido por autor de “propaganda derrotista”, y al año siguiente murió de hambre y de descuido en un hospicio-cárcel.
Los textos de Kharms y de sus compañeros escritores del absurdo -Vvedenski, Zabolotski, Oleinikov, Vaginov, Erdman (véase Página/12, 20-800)– comenzaron a ser rescatados en los años ‘60, siempre clandestinamente, en las hojas furtivas de algún samizdat: reproducían notas y manuscritos semidestruidos que conservaban algunos amigos y parientes aún con vida. Sólo en la década pasada empezó su difusión parcial en la ex URSS y en Occidente. Hoy ejercen indudable influencia en los jóvenes escritores rusos.
La reciente publicación en Rusia de las conversaciones que bajo el estalinismo sostenían y registraban prolijamente los miembros de la OBERIU –en parte traducidas al inglés– los muestran inmersos en temas filosóficos como “el horror inexplicable” y “los silencios de la lengua” que preocuparon a Heidegger y Wittgenstein, a quienes los rusos no conocían ni de nombre. Difícilmente habrían leído a Tristan Tzara y a los surrealistas, con los que cierta crítica los equipara. Los experimentos de “antiteatro” con que Kharms y Erdman trastornaban por completo las relaciones convencionales entre autor, personajes, actores y público los acercarían a Beckett según algunos distraídos: el escritor irlandés exploró esas posibilidades 20 años después. Y luego, los rusos buscaban una explicación, un cierto “más allá” oculto bajo la superficie inédita y rugosa del régimen soviético.
De las anotaciones autobiográficas de Kharms, escritas en una clave descifrada no hace mucho, surge un hombre bastante exhibicionista y, a la vez, profundamente religioso y con inclinaciones místicas, muy poco parecido a su obra. Lo obsedía la figura del Golem, tal como fuera construida por Gustav Meyrink en su novela, y lo fascinaba la agudeza del autor praguense al comparar la mente del monstruo inacabado con un celda de prisión sin puertas que por ventana tenía un agujerito para mirar el mundo. Cualquier semejanza de esta imagen con la que Kharms tenía del régimen soviético no es una casualidad. En los últimos de sus 37 años siguió un comportamiento que desbordaba la excentricidad para rozar el desequilibrio. Fueron años de hambre y abandono, agravados por una”desgracia” política de la que no fue culpable: su cuñado era el odiado trotskista Víctor Serge y sin duda esto influyó en su destino final.
Es probable, como señala el crítico Zinovy Zinik, que el absurdo literario de Kharms tuviera que ver, más que con escuelas o escritores de Occidente, con un personaje medieval, el “yurodivi” o “loco santo”, que ocupó no poco espacio en la vida espiritual y la literatura rusas. El yurodivi solía peregrinar de pueblo en pueblo imitando la realidad del poderoso y parodiándola con conclusiones absurdas. Se lo encuentra en páginas decimonónicas de Pushkin y Dostoievski y en otras de Andrés Biely y Mijail Zoshchenko del siglo XX. En todas ellas el “loco santo” es portador de una verdad.
Quién sabe con qué absurdos respondería Kharms a estos absurdos: el de un alto funcionario del FMI que advirtió al pueblo argentino que debía sufrir para salir de la crisis que hace mucho lo castiga; el del ¿estadista? Sharon que se arrepiente de no haber matado a Arafat en 1982; el del secretario general de Naciones Unidas y premio Nobel Kofi Annan que no cree que los más de mil millones de habitantes del planeta que viven en la miseria “sean víctimas de la globalización”. Claro que esas declaraciones, más que absurdas, son siniestras.

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