CONTRATAPA

Odio

Por Eduardo Pavlovsky

En 1971 concurrí a un Congreso de Psiquiatría en Moscú y allí establecí contacto con un comisario encargado de Asuntos Culturales que hablaba castellano. Me llevó a varios espectáculos al mediodía, horario elegido para que los obreros de las fábricas pudieran ver teatro gratis. En verdad, las dos veces que fui los teatros estaban atiborrados de obreros con overoles.
Un día, tomando algo en el hotel Rusia, me confesó que él había combatido en Stalingrado a los 25 años y que había luchado contra los alemanes hasta la victoria final. Me contó que la ferocidad de la lucha era tal que un día habían descubierto a un oficial alemán que desde una colina mataba con su arma 20 campesinos por día. La posición estratégica de su ubicación le permitía hacer blanco fácilmente y se hacía muy difícil llegar a él. Un día descubrieron que el arma que tiraba sólo tenía carga para 40 balas. Lo habían estudiado. Entonces resolvieron formar un grupo de 50, todos mal armados, para llegar a la colina. Sabían de antemano que sus 40 balas no le iban a alcanzar para matar a los 50.
Emprendieron la marcha –bien dispersos– pero el alemán empezó a tirarles. No había forma de apuntarle a él por la altura de la colina. Fueron cayendo los rusos como moscas; el comisario estaba herido en una pierna, lo que no le impedía seguir escalando. De improviso las balas cesaron de oírse. A su alrededor había ocho rusos. La mayoría, campesinos. Los demás estaban muertos. Sin hablar, se miraron. Estaban a sólo quince metros y se levantaron todos juntos hacia la colina. Al llegar se encontraron con un joven alemán asustadísimo al que ya se le habían acabado las municiones y se quería rendir. “Los ocho que quedamos con vida no lo dejamos rendirse. Lo linchamos entre todos. Yo le puedo asegurar que el resto del cuerpo de lo que quedó del soldado alemán era irreconocible como cuerpo humano. Pero lo ‘armamos’ entre todos y le pusimos el fusil en la mano. Queríamos que los alemanes se lo encontraran así –fragmentado en pedacitos–, para que percibieran el odio terrible que poseíamos. ¡Es que nos mataron 22 millones en la guerra! Entraban a las aldeas y asesinaban a todas las familias rusas. Poco tiempo después se rindieron y de allí partimos los que pudimos a Moscú. Pero la guerra se ganó en Stalingrado y el motor de la victoria no sólo fueron nuestras armas y nuestro coraje sino nuestro odio y nuestro resentimiento. Un odio que nos hacía avanzar en situaciones dificilícimas. La guerra se ganó con el odio ruso. Los soldados alemanes nos temían. Muchos de ellos nos veían llegar y huían despavoridos. Sí, el odio fue importante en la victoria contra los alemanes. A mí me mataron toda mi familia.”
Recuerdo las palabras que dijo Mao Tse-Tung antes de la Gran Marcha: “Necesito en mi ejército a todos los que tengan odio y resentimiento y que también en los descansos de la lucha puedan ser capaces de reír y de danzar alegremente. No quiero los sobrios, los que mascullan el odio, los quejosos. La Gran Marcha será larga y fatigosa. Es sólo tarea de hombres. Pero hombres que tengan gran capacidad de odio frente al enemigo. Así triunfaremos al final”.
También recuerdo la cara del Che cuando decía “¡al imperialismo no hay que darle nunca nada –ni un cachito así–, nada!” y su bello rostro tornaba en un bello rostro de hombre feroz. Porque el Che siempre fue bello. Aun cuando odiaba.
Cuando el criminal de Bush está por bombardear Bagdad tenemos que sentir odio –no comprensión ni inteligencia– sino simplemente odio que nos contagie el odio frente a la prepotencia de este Hitler del Espacio Vital.
Todavía creo que no tenemos el suficiente odio necesario frente a uno de los crímenes más grandes de la humanidad. Y cuando juntemos el odio se propagará por todo el planeta y también por Estados Unidos. Ya llegará el momento, pero el momento llegará cuando realmente comencemos a sentir un odio insoportable y nos juntemos todos con el odio juntos. Tanto odio comosintió el pueblo ruso cuando combatíó con los alemanes en Stalingrado y ganó la guerra imposible.

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