CONTRATAPA

Homo Marmota

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Veinte febreros después de su estreno, la otra noche, Rodríguez volvió a ver Groundhog Day. El día de la marmota o Atrapado en el tiempo o Hechizo de tiempo: da igual cómo se la haya retitulado en español, la historia siempre es la misma. Una y otra vez. De ahí que tenga algo de gracia extra el decir “La otra noche, Rodríguez volvió a ver Groundhog Day”. Porque el film en cuestión –dirigido por Harold Ramis, con Bill Murray– transcurre en un solo día, día, día, día, etc. El 2 de febrero. Jornada en la que, año tras año, en un lugar de Estados Unidos llamado Punxsutawney, en Pensylvania, cientos de personas se reúnen alrededor de la madriguera de una marmota oracular de nombre Punxsutawney Phil. Y esperan que salga de allí y –si ve su sombra y vuelve a meterse dentro–- les advierta que el invierno aún no ha terminado y que quedan una seis semanas de frío. Y todos felices. Si no ve su sombra –y Phil se queda posando para fotógrafos, curiosos y camarógrafos que transmiten el evento en directo como si se tratase del Debate del Estado de la Nación– se entiende que la primavera se adelantará ese año. Y todos felices. En realidad, todo depende de si esa mañana está nublado o no. Y allí llega el arrogante y ácido hombre del tiempo Phil Connors (Bill Murray), quien no puede creer estar participando e informando de semejante tontería mitad rito ancestral celta y mitad argucia publicitaria sin fecha de vencimiento. Y, de golpe, caída en loop espacio-temporal, actualización del Dickens de Canción de Navidad, y la condena a repetir esa jornada hasta cambiar para siempre, para mejor. Antes, constante audición del “I Got You, Babe” en la radio/despertador, eterno cruzarse con el mismo pesado a quien no veías desde hacía siglos, muchas lecciones de idiomas y piano escultura en hielo y demasiados intentos logrados (pero infructuosos) de suicidio. Así, desde 1993, los militares norteamericanos se refieren como a “un Groundhog Day” a esas guerras tan iguales y repetitivas en las que nadie sale ganando. Muchos economistas de prestigio han utilizado el término para explicar crisis inexplicables. En 2006, Groundhog Day fue incluida en los anales de la Library of Congress por su “importancia cultural, histórica y estética”. Y –Rodríguez lo leyó en algún lado– los más dedicados y profundos budistas aseguran que Groundhog Day es la mejor y más acaba representación que Occidente ha dado de los angulosos mecanismos circulares del karma en el zen.

DOS Y Phil –que ya ha sido recambiado varias veces, una marmota vive unos seis años– anunció para este 2013 una primavera adelantada. Pero, atención, el porcentaje de aciertos de Phil y de sus antecesores ha sido –en los 123 años desde que se contabiliza el asunto– apenas de un 39 por ciento. Lo que supera en eficacia al promedio de cualquier político español o economista internacional, pero no alcanza, piensa Rodríguez, para confiar plenamente en el roedor meteorólogo. Los organizadores del Día de la Marmota insisten, en cambio, que el bicho ha atinado entre un 70 y 90 por ciento. Pero –como a los políticos, cuando enumeran sus logros– nadie les cree mucho. Y, sí, Rodríguez volvió a ver Groundhog Day la noche del día del Debate del Estado de la Nación. Y allí estaban, como siempre, las mismas marmotas de siempre. Y la repetición del duelo Rajoy/Rubalcaba. Los de Rajoy dicen que “ganó” Rajoy (con su profusión de optimista imaginería marinera estilo “cabeza fuera del agua” y “evitado el naufragio”), los de Rubalcaba aseguran que “arrasó” Rubalcaba (a pesar de un tanto desubicadas “confesiones” con énfasis alatristeano del tipo: “Cada vez que hay un desahucio, yo siempre me digo: ¡maldita sea, por qué no arreglamos aquello!”). Pero a no engañarse. Con sol o sombra, lo mismo de siempre ahí dentro. Y, fuera, más de lo mismo. Nuevas variaciones sobre el tema de la corrupción (el PP, piensa Rodríguez, ha adoptado la postura de somos tan pero tan honestos que fuimos engañados por un malo malísimo cuyo nombre no puede pronunciarse). Nadie dimite por nada. Huelga en Iberia. Más gente en el paro y más desahucios. Nuevos e-mails graciosillos y segunda comparecencia del cada vez más irreal yerno Iñaki Urdangarin. Revelaciones del espionaje entre partidos políticos (absurda y misteriosamente, todos utilizaban la misma agencia de detectives para seguirse y grabarse). Felipe González desautorizando a los suyos. José María Aznar querellándose con los ajenos. Nuevo brote de una gripe mortal y mutante que se acerca para acabar con todos nosotros. Más indicios de que una parte apreciable del deporte español competía con la ayuda de transfusiones de sangre de marmota o algo así. Flamantes postales de Bárcenas esquiando por los más exclusivos resorts del planeta. Una nueva operación para el rey (quien seguramente aportará chiste del tipo “tengo que entrar en boxes”). El Ferrari de Fernando Alonso que sigue “sin estar a punto”. Marchas de indignada protesta. En cualquier momento, seguro, un nuevo comunicado de los encapuchados de ETA invitando a la negociación de algo que, ya se lo explicaron, no se negocia. Y, por supuesto, Europa cada vez más incontinente como continente y nuevo despacho desde Bruselas donde se dice que –contrario a las previsiones de La Moncloa– nada de lo que está haciendo el gobierno español tendrá algún efecto positivo en las vidas de los gobernados españoles.

I Got You, Babe.

TRES Esa gran canción de Sonny & Cher con una ayudita más que agradecible del productor Phil Spector está, de nuevo, metida en la cabeza de Rodríguez y se niega a salir de allí. Tanto la versión original, de 1965, como el cover reggaeizado de UB40 con Chrissie Hynde que –dos décadas después– marcó algún verano de Rodríguez. Pero ahora es invierno. Y, más allá de la sorpresa de la nieve en la ciudad, las únicas cosas novedosas –Papa renunciante, derrota del Barça, meteorito en picada, Hugo “Valdemar” Chávez, botín millonario y robo perfecto à la Ocean’s a un avión de Swissair (sin dejar papelitos o facturas), ciberguerra China/USA, la entrega de los premios Oscar, el anuncio de que Alemania alcanzó un nuevo record de empleo (y de que son los servicios públicos en educación y sanidad y a recortar y seguir recortando en España quienes más nuevos trabajadores han sumado a sus filas)– parecen suceder, siempre, más allá de las fronteras del país.

No importa. Rodríguez apagó el televisor y se fue a dormir con una sonrisa en los labios. Al final, en Groundhog Day, todo se arregla y el chico –-transfigurado, habiendo aprendido la lección, más espiritual y sabio de lo que nunca fue– se queda con la chica. La esposa de Rodríguez –“Ya vi muchas veces esa película, me voy a la cama”– está dormida. Como un lirón. La noche de la marmota, piensa Rodríguez, quien ya no recuerda la última vez que vio a su mujer, despierta y horizontal y mirándolo a los ojos.

Mañana será otro día, se dice.

Otro día igual.

Igual. Igual. Igual.

Igual.

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