CONTRATAPA

Homo Loop

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO La preocupación interesada o el interés preocupado por el asunto no es algo nuevo para Rodríguez (ya se trató la cuestión aquí: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-214605-2013-02-26.html); pero su radiación vuelve a brillar en la oscuridad con cada una de sus nuevas y constantes manifestaciones. Ahora, otra vez, acá volvemos, aunque no se trate de las horas elásticas del Día de la Marmota dientuda de Bill Murray sino del marmota dientudo de Tom Cruise. Ese hombre intentando la misión casi imposible de reactivar su lánguida carrera –luego de la no tan mala Oblivion– con otra del futuro que ya está aquí, ya está aquí, ya está aquí.

DOS “Vive. Muere. Repite” es el slogan de Al filo del mañana. Su “gracia” es que el mayor-relaciones públicas William Cage (Tom Cruise) es más bien torpe a la hora de jugar a los soldaditos. Y muere y muere y muere, y la muerte –uno de los dos únicos momentos singulares de la vida, el otro es el nacimiento– como rutina en una especie de Día D alienígena. Y su tema más que trama es síntoma: el loop como forma de existir y estado mental y signo de los tiempos. De este tiempo que es pasado y presente y futuro al mismo tiempo y –mientras se suben/bajan escaleras de mecánica circular– qué hora es y déjame que me fije en mi teléfono-televisor-correo-cámara–agenda-familia-d.n.i.-a.d.n.-s.o.s.-r.i.p., ¿sí?

Y es que la idea del replay non-stop (marca de Philip K. Dick y, desde entonces, uno de los rasgos más marcados del futurismo contemporáneo o del pasatismo alternativo) resulta siempre tan perturbadoramente atractiva. Porque, piensa Rodríguez, vivimos –desde siempre, para siempre y hasta siempre– inmersos en la constante reedición de vicios y virtudes en los que la ocasional transgresión puede modificarlo todo, pero no por demasiado tiempo. Y, vamos, sean sinceros, no mientan: que levante la mano aquel que a esta altura de su película pueda diferenciar un miércoles de un jueves, ¿sí?, ¿no?

TRES De ahí que a dos semanas de lo que supuso para muchos el fin del bipartidismo europeo (por más que los dos partidos mayoritarios hayan quedado en primero y segundo puesto y que, de seguir la cosa así, no demoren en unirse para protegerse mutuamente de esos predators pequeños, pero molestos), la cosa vuelva a estar más o menos como estaba. Con la atendible ya agotada y agotadora novedad –¿REALidad?, ¿irREALidad?, en cualquier caso, desde hace una semana todos repiten lo mismo, de maneras apenas distintas, pero como si lo dijesen por primera vez– del rey cabalgando hacia su crepúsculo desocupado y el príncipe montando rumbo a su amanecer como soberano en un país en eclipse y dentro de un cono de sombra.

Ya se asentó la monótona debacle del PSOE, otra vez hundido en su propio reality show autoterminator. Todos luchando, no se entiende muy bien, por abandonar la casa. O por quedarse con la sureña Susana Díaz (a Rodríguez la mujer le parece más bien una especie de improvisada maestra de jardín de infantes de sonrisa bipolar a la que se intenta convencer, junto a los electores, de ser una gran estadista) como nueva última esperanza para un electorado de izquierdas. Esos votantes que parecen ahora más entusiasmados/resignados por volver a las fuentes de Izquierda Unida o por probar el sabor neo-vintage de la flamante agrupación red-vecinal–mediática-campus Podemos. Allí, el romántico Pablo Iglesias ya ha sido satanizado por la derecha más recalcitrante, que denuncia que entre sus proyectos top secret está el fusilar a Mario Vargas Llosa. Y Felipe “El Sabio” González (quien, como Susana, alguna vez subió desde Sevilla para conquistar el mundito) ha advertido sobre lo catastrófico que resultaría “una alternativa bolivariana para España y para Europa”. El que diestros y siniestros no sean conscientes –queda claro que de estrategas no tienen mucho– de que con tanta desautorización no hacen más que darle más autoridad al X-Man mutante modelo future-past Iglesias, es algo que inquieta a Rodríguez. Y él todavía no tiene opinión clara en cuanto a las intenciones y capacidades del más antimonárquico que republicano joven de la coleta empeñado en expulsar a los que se refiere –con jerga de Capitán Alatriste– como a “los partidos de la casta”. Pero de una cosa sí está seguro Rodríguez, además de que las propuestas de Podemos son de un impotente romanticismo más cercano a la novelística utópica que a la distópica: de alcanzar Pablo Iglesias el poder supremo y absoluto, Rodríguez no tiene la menor duda de que sus discursos van a ser muy pero muy pero muy largos.

Y repetitivos.

CUATRO En el resto del continente no cesan las primeras planas y las páginas editoriales y las portadas de semanario y las tertulias de medianoche dedicadas –ante el avance de antieuropeístas y ultras de diverso signo– a una urgente “renovación de Europa”, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. No hay primer mandatario que en los últimos días no haya soltado una calculada frase marmórea lista para ser arrastrada por los vientos de la Historia y de la histeria. François Hollande, Angela Merkel, Matteo Renzi, David Cameron –all together now– rasgándose las vestiduras, sí, pero por las partes fáciles de emparchar y coser, y calculando al milímetro lo que se pronuncia para no ser más o menos que el vecino. Rajoy, por supuesto, ya está concentrado telepáticamente con la Roja (no la plataforma Podemos sino la selección nacional de fútbol, cuyo grito de batalla en las últimas citas internacionales fue, siempre, sí “¡Podemos!”); rogando porque vaya todo bien y que los españoles tengan una gran alegría y un muy bonito verano con record de turistas visitantes; y que Juego de tronos decida grabar (¡Incentivos fiscales! ¡Eurovegas Revisitada!) su próxima temporada en Andalucía; y que no lo molesten más con eso de Cataluny/ia y que, por favor, tengan lugar y tiempo la menor cantidad posible de manifestaciones antisistema como esas de los que hacen de las suyas en aquel loop-film titulado 12 monos y que son los culpables del eterno y constante y sin prisa ni pausa fin y (continuará...) del mundo.

CINCO Rodríguez sale de ver Al filo del mañana con una sensación extraña. Por una vez se ha sentido identificado con un personaje de Tom Cruise. De acuerdo: no tiene su sonrisa. Y tampoco cree en deidades extraterrestres a las que les gusta ser adoradas por terráqueos hollywoodenses, pero aun así... Allí va, aquí viene Rodríguez. En círculos y rumbo a casa, como una marmota escheriana, girando en su rueda enjaulada, atravesando las ruinas todavía frescas y las barricadas jóvenes del cíclico campo de batalla por el derribo de Can Vies, edificio tomado y reconvertido en “centro social autogestionado” desde hace diecisiete años. Rodríguez pasa por ahí y es observado con desconfianza por okupas y vecinos de Sants de toda la vida, y se siente morir y resucitar.

“Espero llegar pronto... Espero llegar pronto... Espero llegar pronto...”, repite Rodríguez, como en un mantra.

Espero. Llegar. Pronto.

Repite.

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