CONTRATAPA

La economía es reaccionaria

 Por José Pablo Feinmann

En algún punto me irrita tener que “rendir cuentas” por utilizar la palabra “reaccionario”. Creo que el lector al que me dirijo no merece que pierda el tiempo en eso. Luego conjeturo que cualquier “post” medianamente informado creerá destruir los argumentos que me importan diciendo que “reaccionario” es una palabra vieja, o, más elegantemente, que implica una visión “lineal” de la historia. Para entendernos: yo no tengo una visión “lineal” de la historia, me sé de memoria las Tesis de Benjamin y hasta las enseño (creo) con eficacia, admito el estallido de las continuidades sustanciales hegelianas y hasta las de Marx –menos evidentes–, pero no tomo en serio a gente como Gianni Vattimo (un filósofo italiano que no pasa de ser un comentador posmoderno de Nietzsche y Heidegger, los padres de ese gesto acabado, la posmodernidad) cuando dice –a comienzos de los noventa– “en italiano y en otras muchas lenguas, según creo, es todavía una ofensa llamarle a uno reaccionario” (“Posmodernidad, una sociedad transparente”). Desdeñoso, se burla de esa “ofensa”. Quienes la hacen son –en verdad– ellos los reaccionarios, pues adhieren a una visión lineal de la historia, cosa que no existe. Eso dice. Bien, yo –insisto– no creo en una visión “lineal” de la historia, pero si antes del golpe militar de 1976 había una “desocupación” (léase: gente sin trabajo, algo que es, entendamos bien esto, peor que la esclavitud, ya que el esclavo trabaja y de aquí surgen sus posibilidades, y si no pregúntenle a Hegel, Kojéve, Lacan y Sartre, por decir algo) menor al 5 por ciento y a fines de los noventa, en medio del auge del neoliberalismo alla argentina, de la sociedad transparente del sur, del modelo mimado del Fondo Monetario, esa desocupación (léase, sin más, hambre) supera el 20 por ciento, yo digo, con absoluto convencimiento, que hay aquí, señalado por esas cifras que denuncian una realidad brutal, un proceso reaccionario. Reaccionario en la distribución del ingreso. Reaccionario porque una sociedad que –a fines del siglo XX– no da trabajo, no genera trabajo ni inclusión social, ha regresado, reaccionando, al siglo XII o antes, ya que un siervo de la gleba era un siervo, pero trabajaba.
Reaccionario, entonces. Vamos a usar esa palabra para señalar ciertas aberraciones humanas de los últimos decenios. Lo “reaccionario” fue someter la política a la economía. El Imperio neoliberal ha hecho su política con su economía. Aquí, el menemismo, que fue su rostro visible, trasladó el poder del Estado a las empresas, de la política a las finanzas. La clase política se rindió en bloque y el poder se concentró en la economía. Desde entonces, ellos, los economistas, tienen la palabra. Al “entregar” la política, los países periféricos entregan su principal herramienta. Porque los países periféricos no tienen economía, la economía los tiene a ellos. Lo único que tienen es la política. (Esta frase la escribí en el Nº 6 de la revista Envido, en octubre de 1972, en un trabajo titulado “Sobre el peronismo y sus intérpretes”. Hoy –luego de haber atravesado tres décadas de silencio y hasta de vergüenza histórica– tiene más fuerza que nunca. Confieso que, de acuerdo a modalidades de la época, yo no había escrito “países periféricos” sino “dependientes”, y hasta creo que fue esa palabra la que hundió la frase en las catacumbas de la cultura, cosa que sucedió a causa del triunfo de la socialdemocracia neoliberal –y, en rigor, “cómplice”– que demonizó la palabra junto a la teoría –la de la dependencia– que la sustentaba. Hoy –con variantes– está de regreso en autores como Edward Said y Homi Bhabha, y esas “variantes” son los inevitables aderezos post-estructuralistas sin los cuales la academia no digiere nada.) Volviendo: si los países periféricos (al no “tener” economía sino ser presos de ella) sólo tienen la política (el poder de decirle “no” a las “leyes” que la economía neoliberal presenta como “naturales”, “únicas”, “el orden natural de las cosas”), tienen que usarla o mueren. O hacemos “política” o la política que “ellos”hacen (la que hacen con la “economía”) nos ahoga, nos marca los límites, nos dice, siempre, el discurso de lo imposible.
Hoy, aquí, la política se encarna en Kirchner, lo que hablará en favor de Kirchner pero en detrimento del resto de los argentinos, quienes parecen asistir a un “espectáculo”: veamos qué hace el Flaco, hasta dónde llega, cuándo se equivoca, cuándo lo aporrean, cuándo lo bajan, cuándo lo aniquila el aparato del PJ o cuándo muestra la hilacha y descubrimos (para cierta enfermiza tranquilidad de nuestra alma cobarde) que es “uno más”, que todo sigue igual, que nada nos reclama, que todo, en fin, es “la misma mierda”, frase que corona el desengaño nacional, su escepticismo profundo, egoísta, acomodaticio, cómodo y cobarde, no sé si quedó claro. Para salir de esto hay dos entidades de la realidad nacional que tienen que actuar y actuar urgentemente: Kirchner y los que salieron a la calle en diciembre del 2001 y durante gran parte del 2002. Primero: Kirchner. Perdón por ser algo directo pero, usted sabe, aquí la venimos pasando mal, la gente tiene hambre, y eso es (para algunos, no para los canallas que lucran con este sistema de exclusión social y humana) intolerable. Usted (que es el Presidente) es la política y su principal arma es la recuperación de la figura estatal como herramienta de poder. La economía (no en vano es el título de este texto) es reaccionaria. Menem, durante diez años, entregó la política a la economía: vació el Estado y se lo cedió a las empresas, al capital desterritorializado y a los “economistas”. Así estamos, hundidos. Un Presidente tiene que hacer política. Supongamos que en un próximo viaje a Tucumán usted se lo lleva a Lavagna (que debe ser, intuyo, un buen tipo, un “recuperable”) y cuando el tren se mete entre los morochos sin trabajo usted no se tira solo, lo agarra a Lavagna de un brazo y se tira con él. “Vení, mirale la cara a los pobres.” Los economistas no conocen las caras del hambre. Los lugares del hambre. El olor del hambre. El hambre, para ellos, es una “variable”. Un ítem al que se le destinan recursos “después” de haber cubierto los esenciales: los de la macroeconomía, los del equilibrio fiscal, los de las ganancias del capital financiero, cuyos números (“su” ganancia) se transmiten luego a la sociedad (en un acto de increíble cinismo) como “crecimiento del producto bruto interno”. El único “producto bruto interno” que crece es el del analfabetismo, la ignorancia que acompaña, inexorable, al hambre y la marginación. El crecimiento de un país se mide por la expansión de las posibilidades de sus habitantes: las posibilidades de comer y de educarse, ante todo. ¿A quién puede importarle que un país crezca un 15 por ciento si el 14 por ciento se lo llevan los poderosos? Eso no es crecimiento, es miseria. Vea, Presidente: los números de los economistas nunca van a “cerrar” para cubrir el hambre. La economía no es para el pueblo. La economía se hace para los dueños de ella. La “racionalidad” de la economía no va a alimentar a la gente. La “racionalidad” de la política consiste exactamente en eso: que en la polis entren todos. Aunque haya que patear el tablero de la economía. Es más: patear el maldito tablero de la economía es (hoy) la única posibilidad de “hacer” política. Si no, la “política” la siguen haciendo los amos con su infalible herramienta: los números. Segundo: los que salieron a la calle en diciembre del 2001 e hicieron las asambleas del 2002. ¿Usted salió a la calle en diciembre del 2001? ¿Se comprometió en las asambleas barriales del 2002? ¿Sabe lo que se dice de usted, de ustedes? Que ahora recuperaron los ahorros y ya nada les importa nada. Que era por los ahorros y no por el país que iban a las asambleas. ¿Cómo permiten que sea posible decir eso? Basta de mirarlo al Flaco y “ver qué pasa”. El protagonista no es el Flaco, no puede serlo. El protagonista es el pueblo de diciembre del 2001, el de las asambleas. Hay que recrearlas y ponerlas al servicio de un proyecto –al menos– distributivo, que dé trabajo y amaine el hambre. ¿Qué hacen los asambleístas en sus casas, ahí, conteniendo la respiración, esperando que”otros” (el solitario Flaco) hagan lo que hay que hacer? Entonces, ¿es cierto? ¿Era por la alcancía y no por el país que salían a la calle y cortaban el tránsito, llenaban las plazas? Si creen que la alcancía volvió, se equivocan. Los que les robaron la alcancía siguen teniendo las riendas entre sus manos despiadadas. Si lo necesitan, otra vez dan el zarpazo. Y ahí, usted, que hoy ve a los piqueteros desde la tele o desde su coche, y se enfurece y escupe sus peores puteadas, ya no los va a ver desde ahí sino desde otro lado, desde donde no quiere verlos. Del lado de la peor de sus pesadillas. Ser uno de ellos.

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