ECONOMíA › STIGLITZ RESPALDO LA QUITA EN LA DEUDA PROPUESTA POR LA ARGENTINA

“Unico camino para no recaer en la crisis”

Criticó con dureza al FMI, la prolongación de la convertibilidad y la política de los Estados Unidos frente a la región y el mundo. Consideró que el carácter de acreedor privilegiado que tienen los organismos perdió sustento jurídico y práctico.

 Por Cledis Candelaresi

No es extraño que el economista norteamericano y Premio Nobel Joseph Stiglitz, acérrimo crítico de las políticas del Fondo Monetario Internacional tanto como de la prolongación de la Convertibilidad en la Argentina, coincida con los grandes trazos de la política kirchnerista. El ex vicepresidente del Banco Mundial ayer avaló expresamente la propuesta oficial de reestructuración de la deuda, sugiriendo que una “importante quita” es el único camino posible para que el país no recaiga en una nueva crisis en corto plazo. Muy a tono con los argumentos de Roberto Lavagna. Pero es más llamativo que haya coincidido con una urticante propuesta de Domingo Cavallo, quien el jueves sugirió en Madrid que el FMI debería cobrar sus acreencias con bonos en pesos.
“Apoyo que la deuda con el FMI tendría que ser convertida en pesos, aunque no soy muy optimista” sobre la posibilidad de hacerlo, sentenció el economista, al responder una pregunta sobre la propuesta que había formulado Cavallo el día anterior desde España. En realidad, tanto el uno como el otro aludieron al presunto privilegio que ha tenido la entidad comandada por Horst Koehler en el tratamiento de la deuda pública argentina: junto al resto de los organismos multilaterales, el Fondo no fue afectado por la cesación de pagos y por ello cobra a término y en moneda dura.
Pero este presunto carácter de acreedor privilegiado, a juicio de Stiglitz, no sólo es jurídicamente cuestionable, sino que fue “socavado” por la nueva teoría imperante en materia de renegociación de deuda en el mundo, que privilegiaría las quitas sobre la tradicional intermediación del FMI. Así, la Argentina se inscribiría en esta nueva corriente con su propuesta de descuento del 75 por ciento promedio sobre los bonos en default. “El imperativo es que haga una reestructuración que no la obligue a enfrentar una nueva crisis en cuatro o cinco años (...). Para ello, es importante aplicar una quita significativa”, defendió ayer ante la prensa.
A ojos del Nobel, este recorte tendría al menos dos atenuantes. Uno, que “algunos tenedores de bonos son especuladores que compraron títulos a bajo precio” y ahora quieren recuperar íntegro el valor nominal gracias al esfuerzo del fisco argentino. Otra idea común con las del equipo lavagnista, donde se espera con entusiasmo que Italia sancione un proyecto de ley que obligue a su propio Estado a subvencionar a los tenedores de títulos públicos argentinos con el 20 por ciento del valor de esos papeles.
El segundo argumento a favor de una gran quita es que, según subraya el economista, los Estados Unidos reconocen la validez de ese criterio, “tal como lo expresó al condonar parte de la deuda iraquí”. Sobre esta base, la Argentina debería emitir bonos ligados a la evolución del PIB, “así el Gobierno puede permitirse pagar más sin riesgo de otra crisis”.
El ex bancomundialista, quien en el 2001 obtuvo el Nobel por su teoría sobre las asimetrías en el acceso a la información, volvió a coincidir con Cavallo sobre el nocivo efecto que habría tenido un discurso de la vicedirectora del Fondo, Anne Krueger, en el desenlace de la crisis argentina. Los dichos públicos de la dama de hierro del FMI sobre la delicada situación local habrían sido interpretados por los acreedores como “una bendición para el default” y así se convirtieron en el último candado para que la Argentina quedara excluida de los mercados internacionales.
“Cavallo tuvo razón en criticar esto, pero la crisis se hubiera desatado de todos modos”, relativizó el también profesor de la Universidad de Columbia, para quien no es posible identificar a un sólo responsable del estallido. Por el contrario, los gobiernos de turno también habrían sumado a la debacle argentina al salir antes del 1 a 1, quitando competitividad a la economía con decisiones como la dolarización de las tarifas públicas oalentando a los extranjeros a prestar, “sin considerar la viabilidad del largo plazo”.
Stiglitz vino a Buenos Aires a participar de un taller organizado por la Universidad Torcuato Di Tella y, de paso, a promocionar su último libro, Los felices 90, la semilla de la destrucción. No se trata, como podría pensar un lector desprevenido, de una revisión de lo sucedido en la Argentina, aunque en las páginas se hace referencia a la situación local. El texto se centra en un análisis de la “burbuja” bursátil que animó a la economía norteamericana en esos años y que, según destaca el ex asesor de Bill Clinton, devino en la “depresión” actual.
“Hay un paralelo muy estrecho” entre lo que sucedió en el Norte y el Sur del continente americano durante la década pasada, fundamentalmente por la “exuberancia y el pesimismo irracionales”. En el caso argentino, la euforia se habría traducido en el masivo ingreso de capitales vía privatizaciones, que sumado a “la sobrevaluación del peso”, ayudaron a mantener una relación de la deuda con el PBI tolerable. Pero la devaluación finalmente descorrió el velo, aumentando dramáticamente el peso relativo de estas obligaciones, hoy en parte defaulteadas.
Pero tanto en Washington como en Buenos Aires, los problemas habrían tenido otro condimento que los agudizó, según señala el Nobel: la supuesta impericia de los respectivos gobiernos para atenuar las caídas.

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Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, entregándole su obra a Roberto Lavagna.
Recomendó al gobierno argentino “no tener ningún acuerdo con el ALCA antes que uno injusto”.
 
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