CONTRATAPA

Casa de los milagros

Por James Neilson

Será porque hay algo en el agua de la Casa Rosada que sirve para estimular la imaginación de hasta el más impasible, o porque el mapa de la Argentina –tan grande, tan variado, tan vacío– sea de por sí incitante, que son tantos los convencidos de que arreglar la “crisis” de una vez y para todas les sería un juego de niños. He aquí una razón por la que ya es tradicional que el país sea gobernado, por decirlo de algún modo, por personajes que irrumpen en el poder sin haber pensado antes en exactamente lo que se proponían hacer.
Para desgracia de muchos, peronistas y radicales, militares y civiles, han comenzado su gestión obsesionados por lo que a su entender era el problema fundamental –la justicia social, la subversión, la inflación, la corrupción, la tasa de cambio– sólo para descubrir que, aun cuando lograran eliminarlo o, cuando menos, atenuarlo, todavía quedaban miles de otros problemas igualmente engorrosos. Puesto que aún se siente nuevo en su trabajo, Eduardo Duhalde sigue soñando que, muerta la convertibilidad y con ella el modelo menemista, luego de un par de meses el país se vestirá de fiesta y muchedumbres de ex cacerolistas jubilosos bailarán en las calles coreando su nombre. Se trata de una típica fantasía presidencial que en el fondo no es muy distinta de las alucinaciones que a veces vieron Isabel, Videla, Galtieri, Alfonsín, Menem y De la Rúa. Es de prever que resulte igualmente ilusoria.
Como no pudo ser de otra manera, al dar la vuelta al mundo la noticia de que cualquiera debería de ser capaz de transmutar la Argentina en otro país y la sospecha de que cosas maravillosas suelen suceder a los ocupantes de la Casa Rosada, algunos notables extranjeros quisieran disfrutar de un privilegio antes limitado a los nativos. Entre estos está Rudiger Dornbusch: cree que el 9 de julio la gente no estará festejando el genio de Duhalde sino que, por el contrario, estará reclamando que él, Rudi, acompañado por un equipo de holandeses o irlandeses, se encargue de producir la gran metamorfosis que tantos otros han prometido en vano.
Sin embargo, al igual que estos otros antes de que emprendieran sus tareas, el salvador en potencia es reacio a explicar en detalle lo que tiene en mente. Es una lástima –lo que el país más necesita hoy en día son ideas claras sobre lo que sería forzoso hacer para que por fin fuera “viable”–, pero no es sorprendente: en todas partes los políticos entienden que acaso no les convendría ser demasiado explícitos acerca de sus propuestas, pero en ninguna otra han llevado este principio a tales extremos como en la Argentina.

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