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La más cobarde felonía

 Por Osvaldo Bayer

La bestialidad ha llegado al borde de la copa y se derramó sobre el último mantel de la inocencia. Para siempre. Un médico, llorando, dijo: “Sacrificamos nuestras vidas en cada operación para que no se nos muera un paciente y de pronto matan, asesinan, en la forma más cobarde, a centenares de niños absolutamente indefensos. La muerte de los niños en Rusia, asesinados con toda la vileza de hombres convertidos en fieras de la peor especie. La mayor degeneración de los sentimientos. El ser humano convertido para siempre en basura”.
Dónde quedamos los hombres y mujeres de los derechos humanos. Humillados al extremo. Pero aun así no hay que bajar los brazos. Hay que apuntar justamente allí: fuera los niños de todo terrorismo y de toda represión.
No se puede ni se debe justificar jamás que los terroristas tomen como lugar de sus actos cualquier objetivo donde se encuentren niños. Aunque pertenezcan al movimiento de liberación de Chechenia. Aunque sean independentistas, han cometido una transgresión cobarde y alevosa. Merecen la condena más indignada. Los chechenos han cometido el peor crimen de la historia. Han manchado para siempre su grito de libertad. Y los pueblos musulmanes tienen que comprender también que así no: enviar a hombres y mujeres jóvenes envueltos en pólvora y hacerse estallar en la vía pública, no. Usar la religión para asesinar de la forma más impune, no. Usar a la mujer, el símbolo de traer vida al mundo, para ataques plenos de cobardía, no.
Pero el repudio más firme también tiene que estallar cuando, como ordenó Putin, a la represión no le importa actuar como criminales en lugares donde se encuentran niños. Putin tendría que haber aplicado todos los métodos habidos y por haber para que no se disparara una sola arma en la escuela. Haber negociado todo, hasta su propia vida: yo, Putin, me ofrezco como rehén para que se dé libertad y protección a todos los niños del colegio. Que no se toque a ningún niño. Asegurar la salida de los guerrilleros y liberar a cuanto prisionero sea con tal de que los niños sigan con vida. Cada niño es un hijo mío, tendría que haber dicho públicamente el jefe de gobierno. No, en cambio, meta bala que ensangrentó para siempre el patio de la escuela con sangre de la infancia. Para siempre, señor jefe de Estado. Y a usted, también. Sus manos quedarán manchadas por el signo de la cobardía, el miedo y la crueldad. Usted no puede seguir siendo jefe de gobierno. Frente a usted, la sonrisa rota de los escolares. Muertos para siempre por la cobardía de todos.
Los gobernantes, antes, tienen que haber sido docentes, luchadores eternos por la vida y no por la muerte. Putin, con su rostro y su oficio de verdugo, no. No se puede apagar a sangre y fuego los deseos de libertad de un pueblo. Debe conversarse, llegar a entendimientos. El petróleo no es más importante que la sangre, porque a los represores esa sangre les desaparecerá para siempre del corazón. Como a Bush en Irak.
Putin y Bush. Ya Putin aprendió y acaba de informar con su uniforme de verdugo que va a bombarderar cualquier lugar del mundo donde haya peligro de terrorismo. Un fantasma de la muerte. Bush y Putin, la presencia permanente de la Muerte.
Decíamos que un médico llegó a las lágrimas cuando supo lo de la matanza de niños y no se explicaba cómo ellos, los médicos, daban todo por salvar la Vida y otros sólo sabían llegar con la Muerte. Pero también ha habido médicos que apoyaron con toda ferocidad los métodos de eliminación de seres humanos, por racismo o por fines políticos. Alemania acaba de recordar a través de la publicación Imagen de valores de la sociedad médica los juicios que se hicieron contra los médicos complicados durante el régimen nazi con los crímenes de lesa humanidad. Fue el primer juicio que se hizo después de llevado a cabo el de los criminales de guerra. Después de los médicos se juzgó –en 1948– a los juristas, a los industriales, a los diplomáticos, a los generales y a los altos funcionarios nazis. Fueron juicios ejemplares y de condignos castigos a los que faltaron a las normas éticas. En la Argentina, en cambio, se los dejó en libertad –aun a los más tenebrosos– por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final de Alfonsín y los decretos de indulto de Menem. El historiador alemán Jeckel considera que lo más positivo de los juicios en Alemania fue su carácter público, de manera que así se conocieron los nombres y los crímenes de los médicos al servicio de un sistema criminal. No sólo se conocieron los nombres de quienes usaron la medicina para la represión sino que también salieron a la luz la de los médicos heroicos que se negaron en todo momento a cometer esos delitos contra la humanidad.
En la Argentina los médicos denunciados por sus crímenes durante la dictadura militar pasaron sus días en libertad, salvo cortos períodos de encierro mientras se sustentaban algunos juicios. Sin ninguna duda, el más célebre de esos criminales fue el médico policial Bergés, implicado en el robo de niños y en la desaparición de enfermeras y detenidas.
Por fin se ha movilizado la ciudadanía para no dejar impune este capítulo horroroso de los médicos represores en la Argentina. Las cátedras de Derechos Humanos contra la Impunidad han producido un documento titulado “De la condena social a la condena real”, que trae el listado de cien médicos que prestaron servicio a los métodos criminales de la dictadura. Ese listado aumentará a trescientos nombres, ya que había 360 centros clandestinos. Ultimamente, el Colegio Médico de la Provincia de Buenos Aires decidió también tomar cartas en el asunto después de más de dos décadas de ocurridos esos crímenes oficiales.
La mayor parte de los acusados son médicos militares y de la policía. Culpables de hechos aberrantes en el Hospital Posadas, por ejemplo, son el coronel médico Agatino Di Benedetto, donde consumó el robo de bebés, y el coronel médico Julio Ricardo Esteves. En la Brigada de Investigaciones de San Justo actuó el médico de policía de la provincia de Buenos Aires quien, pese a las acusaciones de crímenes desde el poder, fue miembro de la Dirección de Ecología de la Municipalidad peronista de San Justo, en 1998. El mayor médico Norberto Atilio Bianco estuvo a cargo del Pabellón de Epidemiología del hospital militar de Campo de Mayo, donde eran trasladadas las mujeres secuestradas que estaban por tener familia y allí se les quitaban los recién nacidos. El capitán médico Humberto Luis Fortunato Adalberti se desempeñó en el área Sanidad del Quinto Cuerpo de Ejército, acusado de la desaparición de detenidos. Pese a las actuaciones, ejerció con toda tranquilidad como titular de la Cruz Roja, en Bahía Blanca, hasta el año 2002. Y podríamos llenar el diario con los nombres de los culpables.
El informe de la Cátedra de Salud y Derechos Humanos de la Facultad de Medicina y Derechos humanos expresa, con clara indignación, que “cabe señalar que colegios médicos y asociaciones médicas en todo el país han tenido una actitud tolerante, rayana en la complicidad y, en algunos casos, con la simpatía hacia los médicos torturadores”.
Una vergüenza argentina. Que fue superada todavía en asco cuando el torturador y asesino Bussi fue elegido por la democracia argentina como gobernador de Tucumán y el subcomisario Patti –el del tiro en la nuca a prisioneros– fuera votado para intendente bonaerense.
En otras latitudes se han asesinado niños. Aquí, en la Argentina, se robaban niños a las encintas para después hacer desaparecer a las madres.
La más cobarde felonía de la historia.

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