CONTRATAPA

Paredes y murallas

Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona

UNO No es lo mismo una pared que un muro o una muralla. Paredes hay muchas; los muros y murallas, en cambio, suelen ser singulares y estar dotados de trascendencia. Las paredes se vienen abajo con el soplo de cualquier lobo más o menos feroz. Los muros y murallas suelen soportar todo lo que les tiren con elegancia y fortaleza sabiendo que los hombres pasan y las piedras permanecen y que llegado el momento de la caída y del derrumbe ésa será, sí, una fecha inolvidable.
La otra noche, por ejemplo, volví a ver por televisión los tapes que mostraban el fin del Muro de Berlín. Han pasado quince años –poca cosa– pero las imágenes ya parecían muy anteriores; porque todo lo histórico, cuando de golpe ya es Historia, envejece rápido. Envejece –como Dorian Gray– todo lo que no envejeció y debió haber envejecido durante su vida. En cualquier caso ahí estaban: Este y Oeste trepados al Muro, derribándolo a martillazos, felices y épicos y otra vez unidos; mientras la voz en off del noticiero decía que hoy, en una Alemania de economía tambaleante, el 20 por ciento de los alemanes afirma extrañar al Muro y piensa que estaba mejor entonces. Ay.

DOS Y es que nada erosiona más que la Historia. Se lo comprendió sin problemas la última vez que vimos a Arafat, prisionero de su cuerpo estragado, en un hospital francés donde, ahora, nadie se atreve a diagnosticar los motivos de su muerte. Sharon –otro gastado– lo dejó ir porque mejor que muriera afuera como paciente a adentro como mártir. Allí, con piyama y gorrito azules y saludando con manito temblorosa, un líder mundial aparecía súbitamente reducido a pitufo sonriente con la mirada aterrorizada de quien no sólo se descubre mortal sino, también, a punto. Ahora ya están preparando sus restos para llevarlos de regreso a la Muqata, en Ramalá, donde, se supone, yacerá en paz. Y tiene gracia: la Muqata comenzó como prisión construida por los británicos, pasó a ser casa de gobierno, cambió durante los últimos tres años a ruina sitiada, y ahora muta a mausoleo que, seguro, no demorará a ser ascendido a santuario para peregrinos. Nada se pierde, todo se transforma, cuando se trata de muros.

TRES Y Bush resistirá cuatro años más en la Casa Blanca, pero los sitiados seremos nosotros. Días atrás –mientras caían las paredes de Faluja– recibió a Aznar mientras sigue sin atenderle el teléfono a Zapatero. En España, esto se vive con cierta preocupación: la segunda vendida de un Bush reforzado por una Norteamérica preocupada por “cuestiones morales” –donde sólo los estados costeros que miran hacia afuera son demócratas mientras el resto de la “América profunda”, ya saben...– es percibida en Europa con algo de alarma. Muchos son los que ya ensayan rutinas del tipo “si no puedes con ellos, únete” y abogan por una pronta recuperación “como sea” de las tocadas relaciones USA/Europa. Blair y Berlusconi, en cambio, se alegran. Los más felices de todos son Aznar y sus tiburonescos delfines en el ala dura del PP, quienes parecen asumir la victoria republicana, en un ejercicio de transmigración alquímico-política, como una especie de acto de justicia reparadora que pone en evidencia el error de los españoles cuando, “confundidos” por los atentados del 11-M, corrieron en masa a votar al PSOE. Días antes del encuentro, Aznar publicó un artículo en The Wall Street Journal, donde –bajo el título de “El triunfo de la esperanza”– se lee con prosa blindada que “mucha gente dio por hecho que Bush sería derrotado... El error cometido por los que crean caricaturas es que creen que la gente normal va a sustituir la realidad por esas caricaturas”. Lo que Aznar –en su ingenuidad– no comprende, pobre, es que todo político de trascendencia, más temprano que tarde, acaba siendo una caricatura real. Gajes del oficio.

CUATRO Pregunta pertinente: ¿los concursantes de Gran Hermano son gente normal o caricaturas? Y todavía no está en el aire pero ya ha sido anunciado por la diabólica productora especialista en reality shows y creadora del monstruo en cuestión. El nombre del programa lo dice todo: la idea es una versión macro y total de Gran Hermano en la que los concursantes que entren... ya no saldrán nunca. Es decir: vivirán, se multiplicarán y morirán ahí adentro. En un “laboratorio social” de 4000 metros cuadrados –que incluirá una iglesia, un parque y una tienda– bajo la atenta vigilancia de 100 cámaras. Para decirlo de otro modo: igual que en El show de Truman, sólo que aquí nadie se rebelará al final de la película. Y me pregunto si la pulposa y megasexual argentina Natacha –actual concursante del Gran Hermano español a la que ya nos hemos referido aquí– sería feliz ahí adentro. Supongo que sí, siempre que la dejen acosar a hijos y a nietos de sus compañeros. La chica más caliente ahora ha dictaminado que –como no puede fumar porque se le acabaron los cigarrillos– hay que darle un tremendo beso en la boca cada vez que le vienen las ganas de dar una pitada. “Matame el mono”, jadea con voz ronca y pone la trompa y cierra los ojos. A algunos de los machos les divierte; otros están aterrorizados. Y el autodenominado metrosexual –una suerte de torpe calco ibérico del poster-futbolista David Beckham– pidió, a las 3 de la mañana, cuando todos dormían, que por favor lo sacaran de allí porque ya no aguantaba el acoso de la piba morocha y topadora. Y lo sacaron, nomás. Y metieron carne nueva para Natacha. En cualquier caso, la idea de un Gran Hermano sin fecha de salida o de vencimiento tiene su gracia porque, seguro, acabaría generando nuevas estructuras y religiones y, con el correr de los años, llegaría el día en que adentro de ese gigantesco set televisivo crecería un set más pequeño. Una escenografía para un Gran Hermano adentro de ese Gran Hermano que, quién sabe, podría acabar como potencia mundial y regidora. Una nación/programa sobre gente encerrada que tendría mucho éxito entre esas familias de afuera que ya se han olvidado que viven y mueren encerradas. Allí y entonces, una descendiente de Natacha –igualita a la madre– aullaría todas las noches a la luna como una loba en celo. A esa luna desde la que, dicen los que allí estuvieron, se puede contemplar sin dificultades la cicatriz de la Gran Muralla China sobre la faz de una Tierra cubierta por el acné de muros y de lamentos.

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