CONTRATAPA

“Nature” y el hombre invisible

 Por Leonardo Moledo

–Créame –dijo el hombre–. Lo de las valijas de Southern Winds no es ningún misterio. Fui yo.
Me sorprendí bastante. No tanto por el tema de las valijas, ya que la historia nuestra está llena de ellas. Maletas de los inmigrantes, valijas para partir al exilio, valijas para volver. Valijas menemistas, como las de Amira Yoma... Las de ahora son sólo algunas valijas más. Pero me había sentado en mi mesa habitual del café Rose’s, en Mario Bravo y Corrientes, como tantas veces. Nelson me trajo un café, como tantas veces. Y de pronto, el hombre se había sentado a mi mesa sin pedirme permiso. Era un extranjero de mediana edad. Hablaba perfectamente el castellano y su acento era local, pero uno siempre piensa que es extranjera una persona cuyo nombre no conoce y no conocerá nunca. Vestía un traje liviano, pasado de moda, con chaleco, y una cadena de oro.
–¿Usted es el que está escribiendo esta contratapa? –preguntó.
–Supongo –le contesté–. Aunque nunca se sabe. El mundo es muy confuso.
–Me imaginaba –dijo el extranjero–. Y por eso le estoy contando esto. Para que todo el mundo lo sepa. Para que se me haga justicia.
–¿Y qué es lo que quiere que se sepa?
–Las valijas no viajaban solas –dijo–. Las llevaba yo.
–¿Y cómo hizo para pasar desapercibido? –pregunté.
–Ah... –contestó–. Esa es la cuestión. Muy sencillo: me volví invisible.
–No me diga. ¿Usted no habrá estado leyendo demasiado a H. G. Wells?
–El sistema de Wells no sirve –dijo el extranjero–. En El hombre invisible, se usa una droga y a Wells ni se le ocurre pensar en lo que ocurre cuando el fulano come un caramelo. ¿Vemos el caramelo descender en el medio de la nada? ¿O el caramelo se volvió invisible al tocar su boca?, para no hablar del otro extremo. Es ridículo, físicamente incoherente. Y ni hablemos de Viaje a las estrellas y el cloaking device (dispositivo de ocultamiento), sin explicar cómo funcionaba... porque no lo sabían. A veces, los autores dan explicaciones peregrinas como el uso de un traje de color negro absoluto que absorbería toda la luz que llegara a su superficie, o ¡la colocación de todos los electrones de los átomos en un único plano! Un disparate, ya que está en abierta y absoluta contradicción con los postulados de la mecánica cuántica.
–Todo eso es ciencia ficción –agregó con desprecio.
Me molestó, ya que a mí me encanta la ciencia ficción, invisible o no, así que pedí otro café.
–Yo conseguí la invisibilidad de otra forma –dijo.
–La invisibilidad no existe –dije yo.
–Bueno –dijo Nelson que llegaba con el café–. Lo esencial es invisible a los ojos.
–Muy ingenioso –dijo el extranjero–, pero quiero aclararle que no soy extranjero.
–¿Y cómo se hizo invisible? –pregunté.
–Con un escudo plasmónico.
–¿No me diga? –dije.
–Los plasmones son ondas de densidad electrónica que cancelan la difusión de la luz –dijo el hombre–. Pero no tiene sentido que se lo explique. No vine a contarle eso. No es ése mi problema.
–¿Y cuál es su problema? –pregunté.
–Que plagiaron mi idea –dijo–. Nada menos que en la revista Nature.
–¿No me diga? ¿Así que ahora la revista Nature se dedica a la invisibilidad? –no pude ocultar el tonito burlón.
El hombre no se ofendió. Sacó un ejemplar de Nature y lo puso sobre la mesa, mi mesa habitual en el café Rose’s. “Andrea Al y Nader Engheta, de la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia, Estados Unidos, sostienen que una ‘cubierta plasmónica’ podría volver invisibles los objetos. Su idea por ahora es una simple propuesta, pero obviamente no viola ninguna ley de la naturaleza.” “La idea es interesante y con importantes aplicaciones potenciales –dice John Pendry, físico del Imperial College en Londres–. Podría usarse en la tecnología del ocultamiento y el camuflaje.” En verdad, no lo podía creer. Nelson tampoco.
Levanté los ojos hacia el hombre para pedirle disculpas. Pero el hombre ya se estaba borrando lentamente, primero la cabeza, luego los hombros, los brazos y el torso, hasta que desaparecieron sus piernas y sus pies. Sólo quedaron de él el artículo de Nature y esta contratapa.

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