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Como suele ocurrir cuando andan con problemas, recibo una llamada de los integrantes de la comisión directiva del Club Social y Deportivo Pampero. Resulta que se retiró el viejo presidente y asumió Valerio Oteiza. Oteiza había ocupado varios cargos en la comisión, cumpliendo un desempeño prolijo, sin rasgos para destacar, una figura más bien gris. Aunque en cuanto asumió, sorprendió a todos. En la primera reunión de socios se envolvió en la bandera y anunció que se renovarían los pisos y el revestimiento de paredes en todo el club, combinando dos tipos de mármoles, el Grioto, de tonalidades rojizas, y el Serpentino, que es verde abigarrado, los dos colores del querido Pampero. La noticia desató el entusiasmo de la gente y hubo muchos aplausos. Pero unos días después Oteiza dio marcha atrás y comunicó que se postergaba el proyecto de los mármoles hasta nuevo aviso por insalvables dificultades. Enorme decepción en la masa societaria.
Pasadas unas semanas, Oteiza hizo otro anuncio solemne: este año el Pampero, por primera vez en su historia, ganaría el campeonato de básquet y para eso contratarían al mejor técnico y a varios de los mejores jugadores de la liga. “La copa se quedará en nuestra casa para siempre, y nuestros hijos y nietos serán sus fieles y orgullosos custodios.” Delirio de los socios. No mucho después, Oteiza informó que se postergaba el logro de la copa hasta nuevo aviso por dificultades insalvables. Gran frustración de los socios, hubo insultos de grueso calibre e incluso amenazas contra el presidente y la comisión directiva.
Un par de semanas más y Oteiza entró nuevamente en acción: “Nuestro club está condenado a la riqueza y al esplendor, nos esperan tiempos de extraordinaria prosperidad, desde hoy ya no será necesario que los socios abonen su cuota mensual, y más aun, a cada uno se les irán devolviendo las cuotas pagadas en los últimos tres años”. La gente bramó de entusiasmo. Pasaron unos días y Oteiza anunció que las medidas quedaban en suspenso hasta nuevo aviso debido a insalvables dificultades. Esta vez las cosas pasaron a mayores, hubo actos de violencia y se temió, no sin razón, que se produjera el linchamiento del presidente y de toda la comisión directiva.
Los integrantes de la comisión ya no se animaron a presentarse en el Pampero y ni siquiera a caminar por el barrio. Iniciaron una investigación para tratar de entender qué le pasaba a Oteiza. Averiguaron si en el hogar tenía problemas que pudieran desequilibrarlo emocionalmente. No se enteraron de nada anormal. Hablaron con su médico, por si padecía alguna enfermedad que pudiera trastornarlo. Nada, Oteiza estaba sanito. Indagaron con el peluquero del barrio si tenía una doble vida. Tampoco. Entonces contrataron a un detective privado que justamente hoy presentará su informe. La comisión me invita a la reunión, como observador y consejero.
El detective cuenta que después de seguir numerosas pistas tuvo una corazonada y se preguntó si el problema de Oteiza no sería de origen genético. Se encerró en la biblioteca, acudió a sus contactos en Europa y reconstruyó el árbol genealógico de los Oteiza. El primer antepasado que registra la historia fue un galo, Oteizarix, guerrero que nunca se había destacado en nada, un tipo sin luces ni ambiciones, aunque un día las circunstancias lo convirtieron en general. En cuanto tuvo el mando sufrió una transformación y arengó las tropas para lanzarse sobre Roma y poner de rodillas a la ciudad eterna. Pero después de marchar un tiempo reunió a los hombres y les dijo que Roma quedaba muy lejos y que mejor volvieran a casa. Los soldados lo tiraron al río y ahí terminó el primer Oteiza. Después estuvieron Oteiza el Piadoso, que intervino en la Segunda Cruzada, Oteiza llamado el Temerario, condotiero florentino, Oteiza el Marsellés, filibustero de la Hermandad de la Costa, Iván Oteizoff, oficial del zar, William Oteiza, expedicionario en Africa. Estos eran solamente algunos de la larga lista del árbol genealógico. Todos con las mismas características, figuras grises que al ocupar un puesto de mando entraban en erupción, prometían aventuras extraordinarias y recompensas magníficas, y poco después anunciaban que los proyectos se suspendían hasta nuevo aviso por dificultades insalvables. Sin excepción, tuvieron un final dramático. Y en todos los casos arrastraron a la desgracia a sus lugartenientes.
Esta última aclaración produce un fuerte impacto en los integrantes de la comisión, que recuerdan lo cerca que estuvieron de ser linchados en el club. Me miran esperando mi intervención.
–Señor detective –digo dirigiéndole una mirada por encima de los anteojos–, ¿está usted en condiciones de probar ante esta comisión la autenticidad de sus investigaciones?
–Traigo una prueba contundente, éste es el pergamino original con el escudo de armas de los Oteiza.
Lo extiende sobre la mesa. Es un antiguo escudo heráldico que ostenta una blanca paloma de ojos desorientados, buchona y cabezona, empollando un campo de nabos.

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