CULTURA › A VEINTE AÑOS DE LA MUERTE DE TENNESSEE WILLIAMS, UN DRAMATURGO EXCEPCIONAL

El inolvidable camino de un prestidigitador teatral

El martes se cumplirán dos décadas del absurdo accidente que se llevó a un autor fundamental. “El zoo de cristal”, “La gata sobre el tejado de zinc caliente” y “Un tranvía llamado Deseo” fueron sólo algunos de los muchos títulos con los que hizo escuela.

Extraño final, con un halo de lírica decadencia, el de Tennessee Williams. Uno de los dramaturgos más notables del siglo XX murió ahogado el 25 de febrero de 1983 –según se supo– mientras utilizaba un tapón de plástico de botella para ingerir barbitúricos. Aunque parezca inverosímil, el tapón se deslizó por su garganta y lo sofocó hasta causarle la muerte, en un hotel neoyorquino. El temor que sentía de trascender como “un célebre dramaturgo homosexual”, cuyo fallecimiento le valdría un instante de notoriedad en los medios de comunicación, fue superado por el legado poético de sus piezas dramáticas. A 20 años de su muerte, sus obras continúan deslumbrando a los espectadores del mundo, especialmente El zoo de cristal (The Glass Menagerie), considerada la de mayor concisión dramática, la más poética y la más autobiográfica del autor. Una obra que, desde su estreno en Chicago en 1944, se convirtió en un clásico del teatro estadounidense. “El tema principal de cuanto he escrito es la aflicción de una soledad que me persigue como una sombra agobiante, demasiado pesada para arrastrarla de continuo a lo largo de todos mis días y mis noches”, confesó en sus provocativas Memorias, en 1975.
El autor de Un tranvía llamado Deseo (Premio Pulitzer en 1947), La gata sobre el tejado de zinc caliente (Premio Pulitzer en 1955), La rosa tatuada, Verano y humo y La noche de la iguana, entre otras, nació en 1911, en Columbus (Mississippi), como Thomas Lanier Williams, hijo y nieto de presbíteros episcopales. Postrado durante su primera infancia por una extraña enfermedad que le afectó el corazón, Williams fue el primer dramaturgo de la posguerra, representante del drama psicológico-realista, que tomó al sur del país como escenario de sus obras. En éstas aparecen personajes blancos y pobres, individualidades en pugna con las coacciones del medio, cuyas vidas se ven atrapadas por la frustración, la fragilidad psíquica, la soledad y el contraste entre la realidad y la ilusión. A la estática cultura norteamericana de los años ‘40 le costó asimilar que un sureño “advenedizo” pudiera imponer en Nueva York una obra dramática vigorosa, comparable sólo con las de Eugene O’Neill y Arthur Miller. Ya en sus primeras piezas, Batalla de ángeles (1940) y Advertencia para barcos pequeños (1942), vapuleadas por la crítica, el escritor anticipaba una visión amarga y desoladora de la vida, que marcaría al resto de su producción dramática.
Heredero directo de August Strindberg y de Frank Wedekind, Williams escribió El zoo de cristal en 1942, como un guión de cine mientras estaba contratado por la Metro Goldwyn Mayer. Pero la Metro le rechazó el guión y el autor decidió adaptarlo teatralmente, hasta que se estrenó en Chicago el 26 de diciembre de 1944. Un año después, la Asociación de Críticos de Nueva York votaba por unanimidad a El zoo... como “mejor obra de la temporada”. Las piezas de Williams, además autor de El descenso de Orfeo y Dulce pájaro de juventud, pronto se transformaron en signos inequívocos de una sociedad de posguerra que se desmoronaba. “Mi obra es emocionalmente autobiográfica. No tiene relaciones con hechos verdaderos de mi vida. Cuando uno pasa por un período desdichado no tiene otro refugio que la escritura”, confesaba el autor. Entre esos episodios desdichados, Williams nunca superó el dolor que le ocasionó la lobotomía que le practicaron a su hermana Rose en 1943, sólo con la autorización de Edwina Dakin, madre del dramaturgo.
A modo de ajuste de cuentas con su pasado, en El zoo... el autor retrata a una familia de inquilinos sureños. Amanda Wingield –una madre dominante hasta la náusea y abandonada por su marido, burguesa venida a menos, que vive de los recuerdos de un pasado mejor– intenta conseguirle novio a su hija Laura, una joven renga y muy tímida, que busca refugio en ese mundo fantástico que le proporciona su colección de animales de cristal. Su hermano Tom es un modesto empleado, sensible y profundamente atormentado, que ama la literatura, el cine y la poesía, y que intenta enrolarse en la marina mercante para escapar de la dictadura hogareña. El personaje de Laura está inspirado en su hermana Rose; Amanda, en su madre Edwina. Pero los rasgos de su hermana también subyacen en otros personajes femeninos como Blanche du Bois de Un tranvía llamado Deseo, Hanah Jelkes de La noche de la iguana y Ana Winemiller de Verano y humo. “Cuando escribo no pretendo escandalizar a la gente, y me sorprendo cuando eso ocurre”, explicaba Williams. “Pero no creo que deba omitirse del arte nada de lo que ocurre en la vida, aunque el artista debe presentarlo de una manera artística y no fea. Siempre quiero decir la verdad. Y a veces la verdad escandaliza.”
Según sus biógrafos, el dramaturgo nunca dejó de sentirse culpable por la pavorosa operación a la que fue sometida su hermana mayor. Hay un poema que sintetiza ese sentimiento: “Rose. Su cabeza cortada, abierta. Una navaja punzando en su cerebro. Yo. Aquí. Fumando”. En 1950 se conoció la primera versión cinematográfica de El zoo..., dirigida por Irving Rapper. Posteriormente, se conocieron los telefilms dirigidos por Michael Eliott (1966) y Anthony Harvey (1973). La última versión es de la década del 80, dirigida por Paul Newman, con Joanne Woodward (como Amanda), John Malkovich (Tom), Karen Allen (Laura) y James Naughton (Jim). Apasionado por el cine, Williams colaboró, en varias ocasiones, en la adaptación de sus obras: Un tranvía llamado Deseo, dirigida por Elia Kazan (memorable versión que contó con las actuaciones de Jessica Tandy, Marlon Brando, Kim Hunter, Karl Malden y Micke Dennis); La noche de la iguana, con dirección de John Huston; De repente el último verano, realizada por Joseph Mankiewicz, y La gata sobre el tejado de zinc caliente (con Elizabeth Taylor y Paul Newman) y Dulce pájaro de juventud, ambas a cargo de Richard Brooks.
Las criaturas de Williams, más sutiles y dialécticas, son producto de una armoniosa combinación entre lo mundano y lo fantástico, tan humanas como irreales. Por eso, para muchos críticos, Williams pertenece al neorrealismo moderno. En Un tranvía..., la neurótica Blanche du Bois –extraviada por el fracaso de su primera experiencia matrimonial con un hombre sexualmente ambiguo–, cuando descubre la homosexualidad de su marido, decide experimentar sus deseos sexuales con otros hombres. Pero la fragilidad psíquica de Blanche se convierte en una irreversible demencia, un final que evoca a El padre, de Strindberg. “Traigo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero soy todo lo contrario de un prestidigitador común: éste les ofrece la ilusión con la apariencia de la realidad. Yo, en cambio, les traigo la realidad, bajo las tenues apariencias de la ilusión.” Este fragmento de El zoo... describe lo que Williams pretendía generar con su teatro. En 1961, con La noche de la iguana, el dramaturgo estadounidense cerró el ciclo de sus obras más relevantes. Uno de los personajes, Shanon, un ex sacerdote que organiza paseos turísticos, promueve una visión particular de Dios, al que acusa de ser “un delincuente senil y cruel, que culpa al mundo y castiga brutalmente, en todo lo que El creó, sus propios errores de construcción”.
En las décadas del 60 y 70, los excesos de Williams (ginebra, drogas y sexo) y sus colapsos nerviosos –que nunca afectaron su profunda conciencia social y su necesidad de escribir todos los días– contribuyeron a difundir el eclipse del escritor: sus piezas perdieron credibilidad artística y el autor no conseguía productores o directores que se animaran a representarlas. Así sucedió con El cuaderno de Trigorin, una adaptación de La gaviota, de Anton Chejov (escritor admirado por Williams). Con esta pieza, Williams demostraba su fascinación por los tranquilos aristócratas de Chejov y se apartaba del estereotipo de sus dramas emocionalmente tóxicos, con heroínas decadentes y desquiciadas. Otra de las piezas –inédita en castellano– es Not about Nightingales(representada en 1997 por el teatro ambulante de Vanessa Redgrave, en Inglaterra), un drama carcelario verídico, escrito a fines de los años ‘30, basada en la historia de varios prisioneros que murieron por sofocación. La obra contiene, según estudiosos, el personaje más extravagantemente homosexual, lo que probablemente la alejó de los escenarios puritanos de los ‘40. “Una vez que sacó de su sistema el realismo de las primeras obras exitosas, Williams empezó a avanzar, pero nadie le permitió ese lujo. Querían las mismas obras y lo degradaron”, explicó Peggy Fox, editora de muchas de las piezas más importantes del dramaturgo. El legado de Williams es sorprendente: 25 obras dramáticas, más de 40 piezas cortas, una docena de guiones cinematográficos. También publicó libros de cuentos como Un brazo y otros relatos (1948), Caramelo fundido (1954), Un empeño caballeresco (1969) y Ocho damas poseídas (1974) y el libro de poesía Androgyne, mon amour, entre otros poemas.
Atrás quedaron la degradación y la incomprensión que sufrió el dramaturgo. Arthur Miller no se equivocó cuando, apenado por la pérdida del compañero de oficio, proclamó: “Mientras haya actores en el mundo, las obras de Tennessee Williams vivirán. El autocrático poder del gusto veleidoso no importará en su caso; su textura, sus personajes, su personalidad dramática son únicos y están firmemente asentados en el panorama teatral de este siglo como las estrellas en el cielo”.

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Williams fue un trabajador incansable que dejó 25 obras, 40 piezas cortas y una docena de guiones de cine.
 
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