CULTURA › LA RELACION ENTRE LOS CHICOS Y LOS LIBROS

Los alumnos argentinos leen cada vez... menos

Las estadísticas de la Cámara Argentina del Libro indican que los niños que concurren a la escuela utilizan en promedio menos de medio libro por año. Hace una década, era el doble. Y en Brasil, un país con mayores desigualdades sociales, hoy el promedio es de 3,3.

 Por Verónica Abdala

Los chicos argentinos que concurren a la escuela leen, en promedio, menos de un libro de texto por año. Hace una década, la cifra oficial de lectura por alumno a nivel nacional (que se extrae de la división de la cifra total de producción registrada por las editoriales, por la cantidad total de alumnos matriculados en el país) era de un libro por año, y entonces el fenómeno ya preocupaba a padres docentes y autoridades educativas, que prometían tomar cartas en el asunto. No hicieron nada, o casi nada. Según datos recientes que la Cámara Argentina del Libro recabó a nivel nacional, a cada uno de ellos le corresponde la exacta medida de 0,47 libros leídos durante el año que pasó. Mientras que en Brasil, por ejemplo, el promedio de libros utilizados asciende a 3,3 por alumno por año, gracias a un plan que implementó el Gobierno y que provee gratuitamente tres libros a cada estudiante del sistema público.
En el 2000, las estadísticas ya anunciaban el agravamiento de la situación: la lectura promedio era de 0,93 libros por cada chico, y en el 2001 ese número había descendido a 0,88. Al año siguiente, esa medida se redujo casi a la mitad. Las causas, más o menos evidentes en un país que se desmorona, obedecen siempre a razones económicas: el dinero no alcanza. Página/12 accedió, a través de la CAL, a otro dato que da cuenta de una situación acuciante: seis de cada diez alumnos argentinos no pueden acceder los libros de texto que les piden en la escuela. A pesar de que se calcula que el precio de los libros escolares descendió entre un 15 por ciento y un 20 por ciento respecto del inicio del año 2002, la realidad es contundente. La mayoría de los alumnos no pueden comprarlos.
El hecho de que solamente el 40 por ciento de los alumnos en edad escolar compre libros, mientras que en otros países del continente se verifican cifras notablemente más altas (México 75 por ciento, Perú 75 por ciento, Chile 64 por ciento, Panamá 48 por ciento, Costa Rica 45 por ciento, Colombia 37 por ciento), sitúa la Argentina en uno de los últimos puestos no sólo si se lo compara con el resto de Latinoamérica, sino también a nivel mundial. Este triste promedio la equipara, en palabras de los propios responsables de la CAL, “con los niveles de lectura que se registran en los países pobres de Asia y Africa”.
Parte de la baja en la lectura de textos editados, reconocen docentes y estudiantes, se compensa con el consumo masivo de fotocopias: el 95 por ciento de las escuelas de la ciudad de Buenos Aires reconoció a los encuestadores que las utilizan en las aulas, en el marco de un relevamiento que hizo la Cámara Argentina del Libro en Capital, para dar cuenta de un fenómeno que abarca, en rigor, a todo el territorio nacional. Así, mientras el mercado de las fotocopias, se calcula, recauda un promedio de 235 millones de pesos anuales, la producción editorial de libros escolares se reduce cada año: en el 2002 la producción de títulos escolares bajó un 43 por ciento respecto del año anterior. Mientras que el 2001 la CAL contabilizó un total de 58.811.527 libros editados en este campo, en 2002 sólo se registraron 33.708.268.
Claro que la culpa no la tienen los chicos, que la mayor parte de las veces harían lo que estuviera a su alcance para acceder a los libros. Esa imposibilidad es consecuencia directa de la pobreza a que buena parte de ellos vive sometido. “El libro es para ellos un objeto de deseo inaccesible. Quieren tenerlo, les fascina, pero no lo pueden alcanzar”, explica Claudio Altamirano, docente de cuarto grado desde hace quince años, que trabaja en la zona del Bajo Flores. “La mayoría de mis alumnos son hijos de changarines, cartoneros o desocupados, y muchas veces no tienen ni para comer. Pedirles, en ese marco, que compren libros, es casi una frivolidad. Los maestros pedimos donaciones a las editoriales y leemos en voz alta, o si podemos financiamos de nuestro bolsillo las fotocopias. Pero es cierto, y es triste, que ellos leen cada vez menos.”
Según otra encuesta del GET (Grupo de Editores de Libros de Textos de la Cámara Argentina del Libro), los alumnos argentinos que todavía puedencomprar material, invierten en libros de textos la tercera parte de que lo que gastan en fotocopias –por cada 3 $ que gastan en fotocopias, sólo destinan 1 $ a la compra de libros que les solicitan en la escuela–, porque de esa manera les rinde más el dinero.
Los datos que relevó la encuesta de “Lectura y uso del libro” que realizó el Ministerio de Educación a nivel nacional confirma esta realidad: el 55 por ciento de los jóvenes de entre 18 y 25 años reconoce leer fotocopias “muy frecuentemente”, y seis de cada diez lectores sostienen que las fotocopias “son el único modo de acceso que tienen en la actualidad al material bibliográfico”.
En una primera lectura superficial del fenómeno podría pensarse que editores y los autores son, por razones obvias, los principales perjudicados en este marco (“Cada principio de año las editoriales texteras ponen el grito en el cielo porque bajan las cifras de venta, y a ellos lo único que les interesa es vender”, se indigna una reconocida escritora de cuentos infantiles que prefiere mantenerse en el anonimato). Pero eso significaría pasar por alto los muchos y a menudo menos evidentes perjuicios que acarrea la baja del consumo de libros en los chicos, en el marco de un alarmante proceso de deterioro cultural. La realidad de que chicos y jóvenes leen tan poco, casi nada, resquebraja, en última instancia, el vínculo histórico que las sucesivas generaciones de estudiantes primarios y secundarios sostuvieron con la cultura del libro.
Los especialistas sostienen que la utilización del libro no puede compararse con el acopio de datos que pueden obtenerse por otros medios, como las fotocopias o Internet, que los acostumbra a formas muy distintas de relacionarse con la información. Los que más saben explican que el uso de los libros colabora, entre muchas otras cosas, “con un mejor aprendizaje de los principios de organización del material, una visión más clara de las graduaciones de complejidad contenidas en una serie de textos, una base más sólida para la absorción de nuevos conocimientos y la garantía de menores interferencias entre el autor y el lector”. Por eso recomiendan que, en el caso de que los chicos o los directivos estén en condiciones de comprar al menos una pequeña cantidad de libros, se inclinen por hacerlo, en beneficio de los chicos. O sigan el ejemplo de muchas escuelas, que se movilizan para conseguir donaciones.
Marta Maffei, secretaria general de Ctera, no es ajena a la realidad de la pobreza, pero de todos modos advierte: “El libro es, en manos del niño, un instrumento de crecimiento y desarrollo. Una textura, un color, una unidad de contenido, una concepción que permite reconocernos, saber de nosotros. Por respeto a la formación de los chicos, y el respeto al esfuerzo de los autores debemos fomentar la cultura del libro, en contra de la cultura facilista y fragmentaria de las fotocopias”.
La Secretaría de Educación porteña, que tampoco desconoce el problema, destinó este mes 18 mil libros de texto a distribuir entre escuelas carenciadas de la ciudad. Su titular, Daniel Filmus, anunció que ya está pautada la entrega de otros miles, durante este año. En la provincia de Buenos Aires, entretanto, se pondrá en marcha un plan “para fomentar la lectura, y el aprendizaje del idioma nacional”, según anunció a mediados del mes pasado el director general de Cultura y Educación nacional, Mario Oporto. Pese a que estos proyectos están aún en veremos o, en el mejor de los casos, en un estado embrionario, ambos funcionarios reconocen que el problema es grave, y aseguran que el fomento de la lectura entre los chicos y los jóvenes será, como sostuvo Oporto, “el eje de la tarea educativa en el 2003”.
Las bajas en el promedio de lectura se da en el marco de un proceso más general de devaluación económica y cultural, que también acarreó una baja sustancial del volumen de libros publicados y reimpresos de todos los géneros, a lo largo de los últimos años. Según el registro de la Agencia Argentina de ISBN, entre 1999 y el 2000 la producción editorial disminuyó un 7,6 por ciento (de 14.224 títulos, sumando novedades y reimpresiones, se llegó a 13.149). Mientras que el año pasado, las ventas cayeron entre un 50 y un 70 por ciento, y la publicación de novedades bajó de 4700 títulos en el 2001 a 2500 en el 2002.

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Para la Cámara Argentina del Libro, la situación es equivalente a la de “los países pobres de Asia y Africa”.
 
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