CULTURA

Para revisar la historia más allá de las estatuas

Ema Cibotti es autora de Sin espejismos, un libro que se propone retratar varios episodios argentinos que terminaron deformados por una visión estática o interesada, y que abren un nuevo análisis.

Por Angel Berlanga

El libro que Ema Cibotti acaba de publicar, Sin espejismos. Versiones, rumores y controversias de la historia argentina, deriva de diversas inquietudes que recogió a lo largo de diez años en radio, que provienen de su interés por divulgar la historia, lo que a su vez deriva de lo necesario que ella considera que se conozcan y entiendan sucesos del pasado que explican aspectos del presente. “La divulgación merece el mismo status que la investigación y la docencia”, dice Cibotti, y explica que ese concepto, divulgación, es mucho más que publicar tesis de doctorado o maestría, e invita al mundo académico a “dar pasos audaces” para manejar y apropiarse de los lenguajes de los medios masivos. “No seamos pavos –dice en torno a la acusación de “mediática”–: se trata de entender un lenguaje técnico que puede ser usado para comunicar lo que nos parezca.”
No es lo mismo contar por radio que escribir, pero Cibotti tomó de aquel soporte algunos conceptos: lenguaje directo y no monocorde, frases cortas, relatos en pocas páginas y el intento de explicación a preguntas frecuentes de los oyentes. El punto de partida de los 53 relatos puede ser la corrupción del menemismo, que Cibotti conecta con el modus operandi de Roca. Para rastrear antecedentes de racismo, en otro caso, se detiene en José Ingenieros, que estuvo convencido de la “superioridad de la raza blanca”, o, a la hora de ver cuán sesgadamente se construyen a veces los mitos, Cibotti cuenta que María Elena Walsh, en su texto Desventuras en el país jardín de infantes, alegato contra la censura en la dictadura, escribió que la sociedad era beneficiaria de la “dura guerra contra la subversión”. La autora transita un camino que elude la historia oficial y el revisionismo, y esto desemboca en que rescate costados detestables de algunos “buenos” y facetas destacables de “malos”; su texto sobre “el odiado” Rivadavia, por caso, es un elogio a su iniciativa para que sus contemporáneos escriban memorias.
“Las novelas históricas contribuyeron en los ’90 a generar una problemática: la gente me preguntaba ‘¿esto pasó o no?’. El pacto entre autor y lector estaba roto, no quedó claro que se trataba de ficciones”, dice Cibotti. Master en Ciencias Sociales de Flacso, especializada en Historia Social Argentina, Cibotti subraya que en países como Canadá o México la divulgación tiene importancia vital.
–¿Por qué no se le da tanta importancia aquí?
–Con los golpes de Estado se cortó una tradición que muy lentamente se está recuperando. La divulgación es un género en sí, que tuvo un gran momento en los ’10 y ’20, cuando profesores y abogados escribían textos para el secundario y tenían cátedras en la universidad. Eso se interrumpió después de los ’60, pero hasta ese momento muchos historiadores escribían relatos en la prensa. Con el golpe de 1966 el mundo académico quedó paralizado, fragmentado, muchos se fueron al exilio. Y después del ’76, ni hablar. El lenguaje de los medios es importante porque estamos envueltos en él. Pero en fin, no parece importar en el mundo de los historiadores: hasta ahora no recibí señales de que esto suscite interés en el mundo académico.
–Usted describe el modelo de corrupción de Roca y señala que ese costado del personaje es obviado por los biógrafos. ¿Por qué?
–No lo sé. Pero el dato es cierto y viene de un libro de un historiador italiano, Paride Rugafiori, que investigó a un inmigrante, también italiano, empresario, Fernando María Perrone, que llegó a asesor de Roca. En el libro de Rugafiori hay citas todavía más fuertes que las que tomo en mi libro. “Qué quiere, general, le compro con Congreso, lo que usted necesite”, le dice Perrone a Roca. Me vino bárbaro, porque yo me preguntaba dónde están los lobbystas del siglo XIX. Este investigador me advirtió que “en la Argentina se habla mucho de política y poco de poder”. Roca es la medida del poder de la sociedad de entonces. Ese libro acá no lo publican porque mella la figura de Roca, pero también por otra cosa, más mezquina y menos ideológica, que tiene que ver con la forma en que se hace historia. Hay historiadores que no se animan a ir a la trastienda: hay que hacer archivo, no es fácil.
–¿No es ideológico?
–No es solo ideológico: muchas veces tiene que ver con la desidia, con decir “no me conviene”, “me va a incomodar”, “voy a tener que dar explicaciones”. La figura de Roca fue muy revisada; no era pobre pero tampoco era de gran fortuna, y tras seis años de presidencia salió con estancia: cualquiera puede imaginarse que la Campaña del Desierto tuvo que ver. Roca no era ostentoso, y manejó un tipo de corrupción controlada, estructural. No era el desmán de los ’90, pero era también sistémica.
–El famoso “diego”.
–A mí me pareció genial verlo en los registros de empresa de Perrone. Algunos dicen “Sarmiento también afanó, y Mitre, Sobremonte con el tesoro...”. A ver si entendemos de qué corrupciones hablamos: una tiene que ver con valores morales, quedarse con algún vuelto, y la de Roca tiene que ver con una corrupción estructural, vinculada con grupos económicos, la parte de la ecuación que en general no se ve. Rivadavia murió en el exilio, no fue de los grupos económicos... Más de uno me va a criticar, porque no es una figura simpática, pero lo rescaté a propósito. ¿Por qué no se lo pueda nombrar? Los que se beneficiaron fueron los Anchorena, por ejemplo, y los tipos que colaboraron con Rosas.

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La historiadora propone otro modo de abordar a los próceres.
 
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