CULTURA › ENTREVISTA A FANNY, LA MUJER QUE ACOMPAÑO AL ESCRITOR DURANTE MAS DE TREINTA AÑOS

La “fiel servidora” recuerda al señor Borges

El señor Borges es un libro que surgió de las largas charlas que Alejandro Vaccaro mantuvo con Epifanía Uveda de Robledo, Fanny, la mujer a la que Borges llamó alguna vez “mi fiel servidora”. Ella, a los 82 años, sigue soñando con el escritor al que nunca leyó y recuerda, entre otras cosas domésticas, cómo disfrutaba con las imitaciones que de él, por televisión, hacía Mario Sapag.

 Por Silvina Friera

Está de pie, sobre el umbral de la casona de la calle Wenceslao Villafañe, en donde funciona, además, la sede central de la agrupación Azul y Oro, a metros de la cancha de Boca. El rostro arrugado de Epifanía Uveda de Robledo, Fanny, se contrae aún más por la intensidad de los rayos del sol y por la ansiedad de unas visitas que se demoran más de la cuenta. A su lado, un perro vagabundo duerme, hasta que sus orejas empiezan a moverse espasmódicamente por la llegada de dos intrusas, la cronista y la fotógrafa de Página/12, y se despabila instintivamente, pero con indiferencia, olfatea, mira a las recién llegadas y se vuelve a recostar. Fanny se pone la mano derecha en la frente y se queja: “¡Cómo pega el sol!”. Esta correntina modesta y silenciosa, que nunca conoció a sus padres biológicos, vivió durante más de tres décadas junto al escritor Jorge Luis Borges, que alguna vez la llamó “su fiel servidora”. Cuando conversa, ella no recuerda ni evoca su convivencia con una de las figuras clave de la literatura argentina en los tiempos verbales del pasado. Muchas veces utiliza el presente como si Borges viviera y estuviera esperando que le preparase su comida favorita: arroz con carne cortada “bien chiquitita”, acota Fanny entusiasmada. “Lo despierto, preparo el baño y la ropa que se va a poner.” Esos pasos conformaban la rutina diaria de esta mujer, desde que llegó al departamento de la familia Borges en la década del ‘50.
El señor Borges, escrito por Alejandro Vaccaro y Fanny, y publicado por Edhasa, es el resultado de muchas charlas con la mujer que supo conquistar la confianza absoluta de los Borges. Vaccaro, un estudioso de la vida y la obra del autor de Ficciones, presidente de la Asociación Borgeana de Buenos Aires, respetó a pie juntillas las premisas de la “fiel servidora”: ella habla cuando quiere y calla del mismo modo. Fanny no se ruboriza al confesar que nunca leyó ni una página de Borges. “Aunque sentía un poco de curiosidad, me faltaba tiempo para leer porque tenía que atenderlo al señor y a la señora Leonor”, explica. Por momentos, la mirada de esta mujer, que cumplió 82 años el 7 de abril, queda suspendida en el espacio que media entre la mesa y la pared del living. Fanny tiene un sueño recurrente en el que aparece Borges y decide contarlo. Ella, enojada por la manera en que la echaron del departamento de la calle Maipú, lo increpa al señor. “Usted no tiene perdón de Dios por lo que me hicieron”, le dice a un Borges difuso, que sólo atina a responderle: “Pero Fanny, nadie te tocó nada de acá, están las plantas”. Ella se repliega en un hondo silencio, se emociona, pero no llora. Al contrario, de pronto, acaso para quebrar la tensión de ese sueño que se repite desde que murió Borges, se ríe y sus rasgos adquieren un aire de altivez. “Toda la gente que iba a visitarlo al señor le comentaba lo lindas que estaban las plantas. El decía que eran mías –recuerda Fanny–. En el jardín del departamento de Borges tenía un arbolito de laurel, que me habían regalado. Cuando se vendió la casa, me lo llevé conmigo. Ahora está llegando al cielo, y los vecinos vienen a buscar hojas de laurel para la comida.”
“La que se llevó todo fue ella”, agrega, por María Kodama. Fanny piensa, trata de recordar como testigo privilegiada de lo que ocurría en ese departamento de apenas setenta metros de la calle Maipú, y se da por vencida. “No sé cuándo empezó a venir, pero la señora Leonor, que se daba cuenta de todo, dijo en voz alta, una tarde después que Kodama se había ido: ‘Esa piel amarilla se va a quedar con todo’.” Jura que no le guarda rencor a Kodama, y su manera de transmitirlo no deja lugar a dudas. “Que Dios la ayude a ella y que a mí no me desampare”, reza Fanny. “Nunca entendí a esa pareja –aclara–. Cuando iban de viaje, yo lo acompañaba al señor a sacar el pasaje. Pero él sacaba uno solo, María se pagaba el suyo aparte”, revela. “Sabe, señorita, yo sufrí muchísimo... Estaba en Burzaco, en la casa de mi hija, cuando escuché por la televisión que murió Borges (14 de junio de 1986) y me puse a llorar. Lloré tanto... tanto...” Fanny lo mira a Vaccaro y le dice: “Qué lástima, Alejandro, que no llegó a conocer al señor”. Vaccaro se ríe por el comentario de Fanny y advierte: “Creo que fue una suerte para Borges”.
Fanny se excusa y pide que la dejen ir a la puerta de calle, empecinada en controlar los movimientos del barrio y hacer sociales con sus vecinos. Se levanta y se lleva una banqueta y, aunque camina con dificultad por la artrosis, pronto se escucha su voz desde la puerta de la casona. “Las charlas con Fanny me ayudaron a profundizar lo que creía de Borges, que era un hombre muy generoso y austero. A él lo único que le importaba era la literatura y esto se ve en lo que Fanny cuenta. A la mañana ella le preparaba un baño de inmersión y se metía en la bañera y empezaba a recitar, a lucubrar cosas”, comenta Vaccaro, autor de Georgie, una biografía de Borges. “En los ‘70 era un lector voraz y llegó a mis manos El informe de Brodie. En ese momento estaba mal visto leer a Borges porque era descalificado como un ‘viejo reaccionario’. Si vos ibas a una reunión política en los ‘70 con un libro de Borges, te echaban. Empecé a leerlo y asistí a todas las conferencias que daba, pero nunca fui amigo de él, ni hablé por teléfono. Mantuve siempre una especie de temor reverencial. Después me transformé en biógrafo y coleccionista: tengo 200 cartas de la madre de Borges. Kodama es dueña de la obra, pero las cartas no son obra”, precisa Vaccaro.
Es inevitable. Tanto Fanny como Vaccaro no pueden sustraerse del influjo fantasmal y enigmático de Kodama. “Sus abogados ya me anticiparon que presentarán una querella por la publicación de El señor Borges. Pero a mí no me importa porque ella querella a todo el mundo. Kodama tiene abogados pleiteros que la incitan permanentemente a hacer juicio. Muchos prefieren no hablar porque no quieren meterse en problemas. Hay gente que me cuenta cosas sobre la vida de Borges, pero me piden que no los mencione porque no quieren gastar plata en abogados y meterse en líos. Con esta estrategia ella amenaza y silencia porque, ante el primero que abre la boca, Kodama le inicia un juicio. Según tengo entendido, le está haciendo un juicio a Beatriz Sarlo, porque dijo que mientras viva Kodama nunca se va a conocer la obra completa de Borges.”
“Cómo pega el sol”, se queja nuevamente Fanny, que quiere continuar dialogando, pero en la puerta de su casa. Aunque Borges descreía del matrimonio como institución, se casó con Elsa Helena Astete Millán en 1967. “Cuando terminó la fiesta, Elsa quería ir al Hotel Dorá con su marido. Pero el señor no quería ir por nada del mundo. La señora Leonor protestaba, decía que para qué se había casado, y terminó acompañando a Elsa hasta la parada del colectivo –cuenta Fanny con picardía–. Esa noche, el señor se fue a dormir como siempre en su cama. A la mañana siguiente le pregunté: ¿cómo le fue en la noche de bodas? El me dijo: ‘Soñé que iba colgado de un tranvía’.” El matrimonio parecía condenado al fracaso y, tres años después, la tapa de la revista Así anunciaba el divorcio de Borges: “Candidato argentino al Premio Nobel no fue capaz de soportar a su esposa”. Hay que verla reír a Fanny; contagia no tanto por lo que dice sino por lo que insinúa. “Cuando venía de visita los sábados o domingos, me tenía que fijar que no tuviera zapatos de colores diferentes. Elsa no lo sabía atender, el señor estaba con la ropa sucia, muy descuidado y desprolijo”, señala Fanny.
–¿Usted siente que fue una madre para Borges después que murió Leonor?
–Sí, probablemente fui como una madre para el señor. El sufrió mucho cuando murió su mamá, ese día no me lo voy a olvidar mientras viva. El gritaba: “¡Madre! ¡Madre...!”. Pero la señora ya estaba muerta. Yo tenía que cuidarlo y protegerlo. Un día me sorprendió: me dijo que le hubiera gustado tener una hija como yo. “El señor siempre me preguntaba cómo era de cara su imitador, Mario Sapag. La señora lloraba y se indignaba porque le parecía que se burlaban de su hijo, pero al señor le encantaba la imitación”, asegura Fanny. En 1981, esa imitación fue prohibida por el Comité Federal de Radiodifusión, a cargo de Roberto Emilio Feroglio. Borges, que estaba furioso con la noticia, descartó que él estuviera involucrado en ese acto de censura: “En verdad esto demuestra la hipertrofia del Estado”, dijo el escritor. “Cuando un libro no le gustaba, lo tiraba. Me mandaba a hacer paquetes con libros, que después dejaba olvidado en los bares. La señora Leonor me pedía que siguiera al ‘loco’ y que juntara los libros que el señor tiraba. El nunca me vio, no sabía que yo los traía de vuelta a casa.”
El perro sigue durmiendo, muy cerca de Fanny, que ya no quiere conversar más. “A veces me siento sola. Ya sabe dónde vivo. Cuando quiera, puede venir a visitarme.”

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Hoy, Fanny vive en el barrio
de la Boca. Todavía extraña
su vida en el departamento
de la calle Maipú.
 
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