CULTURA › MURIO EN PARIS JUAN JOSE SAER

El hombre en los bordes de lo real

Tenía 67 años y una obra tan amplia como respetada. Dejó lista su novela más larga.

Por S. F.

Siempre recordaba una anécdota y la contaba acaso para burlarse de lo políticamente correcto en el arte de escribir: una maestra en Serodino, el pueblo natal del escritor Juan José Saer, le corregía las composiciones porque usaba una cantidad de comas por página superior a lo normal. Lo que esa maestra quería “corregir” era nada menos que el estilo que empezaba a aflorar, un modo de respiración, el gusto por la musicalidad de las frases, o quizás una elección a la hora de representar la desesperación del tiempo que ese niño empezaba a vislumbrar sin ser demasiado consciente. Era su manera de dar rienda suelta a la pulsión narrativa, su estrategia para seducir, para “ser amado”, como sostenía Barthes. El escritor argentino, que estaba a punto de publicar su última novela, La Grande, murió ayer en París, a los 67 años, como consecuencia de un cáncer de pulmón. Esa enfermedad fue la que le impidió asistir a la inauguración del Congreso Internacional de la Lengua Española que se realizó el año pasado en Rosario. Contra el reloj de esa enfermedad escribió y corrigió la obra más extensa de su carrera, que se publicará en septiembre. Con la muerte de Saer, la literatura argentina pierde a uno de los escritores más destacados de los últimos tiempos, autor El limonero real, El entenado, Nadie nada nunca y Glosa, entre otros títulos.
Hijo de inmigrantes sirios, Saer nació en Serodino (Santa Fe), el 28 de junio de 1937. Enseñó Historia del Cine y Crítica y Estética Cinematográfica en la Universidad Nacional del Litoral, pero en 1968 se radicó en Rennes (Francia), en donde ejerció como profesor universitario en la universidad de esa ciudad. Nunca se “afrancesó”, ni cambió ese tono campechano, sencillo, propio de quien siente que “la patria es la infancia”. Sus primeras impresiones intransferibles se configuraron en ese pueblo santafesino al que Saer, cada vez que regresaba, visitaba para juntarse con sus amigos. La prosa narrativa de Saer, desde En la zona (1960), su primer volumen de relatos, hasta La vuelta completa (novela publicada en 1966) constituye una interrogación incesante acerca de las posibilidades de la percepción para aprehender lo real, desde un borde geográfico –los suburbios de Santa Fe, con la presencia constante del río– y literario, privilegiando las modulaciones del repertorio coloquial del Litoral argentino.
“Una literatura novedosa siempre está puesta en los bordes –le dijo a Página/12 en la apertura de la Feria del Libro de 2001, la primera en la historia que fue inaugurada por un escritor–. Siempre desde los bordes se produce y se construye una literatura nueva. Toda nuestra literatura constituye una prueba de esta afirmación. Sarmiento estaba afuera de la pampa cuando escribió Facundo, Hernández estaba afuera de la lengua cuando publicó el Martín Fierro, lo mismo sucede con Arlt. Quiroga era un hombre del límite. Sin duda, es desde los bordes donde se crean los nuevos centros.” La exploración que Saer perseguía operaba inevitablemente en el lenguaje.
Su procedimiento abrevaba en la condensación: el escritor combinaba la dilatación de la trama con la descripción minuciosa de cada contingencia y la repetición infinita de lo narrado o descripto. “Mi objetivo –confesaba el autor de El limonero real, una de sus mejores novelas– es obtener en la poesía el más alto grado de distribución y en la prosa el más alto grado de condensación.” Y de este propósito deriva un sistema saeriano –similar al de Balzac y su La comedia humana– que se termina de articular en una especie de elenco estable de personajes –Angel Leto, Carlos Tomatis, Barco, el Matemático, los hermanos Garay– que transitan el entramado de su ficción (La vuelta completa, El limonero real, La mayor y Glosa, entre otros) o que construyen una única novela. Este sistema saeriano, que no fue deliberado sino que lo fue armando en el devenir de la escritura, le permitió mucha movilidad en el interior de sus ficciones.
Su última novela, La Grande (esperada con ansiedad porque no publicaba desde 1997) –según anticipó el escritor– tendrá como protagonista a Gutiérrez, que apareció por primera vez en el cuento Tango del viudo.
Esos personajes, lugares, escenas y frases que reaparecen de un libro a otro marcan la idea de una continuidad en el mundo de la ficción, pero no son recursos realistas ni costumbristas. “Narrar no consiste en copiar lo real sino en inventarlo, en construir imágenes históricamente verosímiles de ese material privado de signo que, gracias a su transformación por medio de la construcción narrativa, podrá al fin, incorporado en una coherencia nueva, coloridamente, significar”, escribió en El concepto de ficción (1997). Saer sostenía que había “tantos realismos como sujetos”, un modo de enunciar que el realismo como categoría estética le resultaba casi inexistente. La renovación que él protagonizó se basó, precisamente, en desarreglar los gestos tranquilizadores de la tradición realista, y demostró con radicalidad que la escritura impone una realidad y no a la inversa. En todo caso, para Saer el problema reside en que la realidad, al ser esencialmente inestable, sólo puede ser apresada a través de la escritura. Su estética desbarataba toda pretensión autoritaria de objetividad final; en sus narraciones nunca asomaban respuestas irrefutables o verdades absolutas. Saer, al contrario, ponía en funcionamiento el acuciante movimiento de las subjetividades.
Traducido al inglés, alemán, italiano, holandés, portugués, sueco y griego, entre otros idiomas, Saer fue distinguido el año pasado con el XV Premio Unión Latina de Literaturas Románicas, que compartió con el rumano Virgil Tanase. El jurado consideró que el escritor argentino había desarrollado “una obra rica y variada de modo silencioso, alejado de los grandes circuitos de publicidad literaria”. Ese lugar de culto, al que aludía el jurado, se fue modificando en los años noventa. Sin alcanzar el ritmo de ventas de un best-seller, la obra de Saer (publicada en Seix Barral) vendió desde 1994 más de 150.000 ejemplares, y libros como La pesquisa (una novela policial), Las nubes y El entenado llevan seis, cinco y cuatro reediciones respectivamente.
“No estoy todavía en condiciones de hablar de mi literatura como si fuese la de otro –señaló ante Página/12–. Toda literatura narrativa crea territorios que están ligados con la experiencia del autor. Sin embargo, me parece que todo escritor intenta universalizar su experiencia. Y eso es lo que yo trato de hacer y espero que me salga bien.” Y vaya si le salía bien; el don de Saer, lo que dejó como uno de sus legados, es que supo de forma magnífica pintar su aldea litoraleña, y por eso mismo su obra es y será universal.

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Saer vivió largos años en Francia, enseñando.
 
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