DEPORTES

Diario de viaje

 Por J. J. P.

Caminamos por el centro de Nuremberg. El tiempo es como la Selección Argentina: está todo lindo, soleado y, de pronto, se vienen negros nubarrones. Se desata el temporal. Justo ahí por donde vamos hay un cartel que dice “Spielzeug museum” y al lado, en inglés, “Toy museum”. Fácil asociación: toy story, toy museum, “toy dentro del museo del juguete, como que me llamo Nene Panno. Greco atrás, pataleando un poco, pero solo al principio, porque todo lo que se ve entusiasma. Hay muñecas y muñecos de 1800, camiones de bomberos, calesitas de dos pisos, fuertes, palacios, autos, autitos, autazos, jueguitos de té de todos los tiempos (para bronca de antiguas y modernas feministas), miniaturas, gigantografías, figuras de papel, de madera, de hierro, de bronce. Los únicos privilegiados son los niños. El cuarto piso esta dedicado íntegramente a ellos. Metegoles, mecanos, rompecabezas, maderas para armar, todo para las criaturitas. Sin embargo, el lugar está poblado casi íntegramente por adultos acompañados por el niño que llevan adentro. Lo más impactante está en el tercer piso. Entre paneles de vidrio, en un espacio de 25 metros cuadrados está armada la estación de trenes de Omaha, Nebraska, en el norte de Estados Unidos. Por las fotos que rodean a la maqueta, la reproducción de las vías, la estación, los trenes y el entorno es fiel. Por las dudas, en un microcine pegado se puede ver un documental que muestra al original y a la maqueta en movimiento. Una empleada del lugar, una alemana que vivió muchos años en Río de Janeiro porque su marido trabajaba en Siemens y había sido trasladado, cuenta que en estos días no hay personas capaces de poner en marcha la maquinaria. Nos quedamos con las ganas. Pero la recorrida permite reencontrarnos con viejos y queridos mecanos de nuestra infancia (meccano, en alemán, por si no quedaba claro de qué se trataba) con los cuales armaron guinches y puentes gigantes. En el segundo piso hay carros de madera, caballos y otros animales de calesita, que comparten el espacio con una vitrina deportiva en la que se juntan pelotas de tiento, raquetas y hasta un jueguito de fútbol con botones, especie de metegol casero de los de viejos tiempos. En una vitrina, sobre los estantes, ven pasar a turistas fascinados Dick Tracy, Pluto, un antiquísimo y trompudo Raton Mickey de 1930 y otros personajes. A la salida, claro se pasa por el lugar del mercadeo a la manera de Disney. Pero pasamos de largo y ya estamos afuera. Volvió a salir el sol. Tal vez sea un buen presagio para la cambiante Selección Nacional.

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