DEPORTES

La lengua y el lenguaje

 Por Juan Sasturain
desde la casa

Durante el primer tramo del primer tiempo –digamos hasta los veinte–, cuando los colombianos se disfrazaron por necesidad de lo que no son ni saben, el resultado flagrante fue el desorden propio y ajeno, un gol en el arco del Pato, media docena de patadas, un par de amarillas para los amarillos, y la lengua partida de Heinze. Fue 0-1 y el imperio del accidente.

Durante el segundo tramo del primer tiempo –digamos durante los veinticinco que restaron– cuando después de un penal ingenuo de Rodallega los argentinos se pusieron por un rato la pilcha que mejor les queda y parecieron vestidos para matar, el resultado –casi casi inesperado, excesivo– fueron dos jugadas colectivas incisivas (no más), tres corridas de Messi, los tiros libres consecuentes, más goles que los esperables de un Román que hasta entonces se había equivocado el doble de lo habitual con la pelota y la lengua dolorida e incansable en la protesta del amargado Vargas. Fue 3-1 y el imperio de la individualidad.

Durante el primer tramo del segundo tiempo –durante casi media hora– cuando los colombianos decidieron volver a jugar a su ritmo de siempre y ni siquiera salían a tratar de interceptar el toque argentino, cada cual se expresó con su lenguaje: de sordomudo en ellos; como hombres ranas, los nuestros. Todo muy lento, aburridísimo. Argentina, con la pelota todo el tiempo, la mostraba, la exhibía, iba y venía, pero llegó una sola vez; ellos, muertos, curiosamente, algo más. Hasta que nos embocaron, como podía y casi debía ser, según el extraño trámite. Era 3-2 y el imperio de la lenteja.

Durante el último tramo, los quince finales, cuando los colombianos ni siquiera iban porque la victoria –lo que necesitaban– estaba demasiado lejos, los nuestros se decidieron a ir porque la victoria –lo que habían vislumbrado y merecido– podía escaparse. Se produjo la segunda jugada colectiva profunda del segundo tiempo y Milito no la picó por sobre Calero, que ganó una; y el gol llegó en la siguiente, con un roce compensatorio para el impreciso hermano mayor. Fue el 4-2 final y el imperio de los sentimientos, como corresponde al momento en que se clava el resultado.

Terminamos con la lengua seca. Y con problemas de lenguaje: qué decir para no redundar en el interminable tema Riquelme.

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