DIALOGOS › JUDITH VIDAL HALL, DIRECTORA DE LA REVISTA “INDEX ON CENSORSHIP”

“No hay guerra al terrorismo, eso es propaganda”

Al frente de una publicación que enfrentó a todos los censores y fue voz de disidentes en todos los países, Hall habla de algo inesperado: que las presiones vengan ahora de su propio país, Gran Bretaña, y de EE.UU. La autocensura y el interés político en exagerar un problema político que es
de primer orden, pero no es una guerra.

 Por Andrew Graham-Yooll

–Frente a los cambios en Europa, los atentados suicidas de julio y la sensación de inseguridad que cunde en Inglaterra, ¿cómo cambió la visión de la censura en Index on Censorship en los últimos años? La revista se fundó en 1972, como órgano activo en la Guerra Fría, pero tuvo que cambiar.
–No estoy en Index on Censorship desde sus comienzos; llegué en 1991, por lo tanto lo que puedo decir es más bien una visión histórica. Index on Censorship fue fundada en un pico de la Guerra Fría, en 1972, cuando hubo escritores, periodistas e intelectuales en la Unión Soviética que fueron enviados al Gulag sólo por ser vistos como críticos del Estado. Algunos desaparecieron, algunos murieron, otros sobrevivieron. Por lo tanto mucha gente aún ve a la revista como un remanente de la Guerra Fría. “Ellos” hacen cosas feas, nosotros no hacemos esas cosas ¿no? Sin embargo, desde el primer número, que los he revisado, Index on Censorship era global. La gente se olvida de que en 1972, cuando comenzó la revista, Grecia, España y Portugal eran gobernados por sistemas autoritarios o militares. De esos tiempos tenemos textos importantes desde la cárceles griegas, de académicos que fueron despedidos por oponerse a los coroneles. Había un gran fermento en España y Portugal, donde muchos intelectuales vieron que por primera vez tenían una publicación en Londres que podía ser usada como plataforma. El primer artículo sobre la Argentina apareció en el segundo número, a comienzos de 1973. Por lo que creo que desde el principio fuimos tan severos con la censura de la derecha como con la que venía de la izquierda. Aun así, en esos tiempos era fácil para nosotros porque se pensaba que allá afuera se censuraba, y aquí en Inglaterra eso no sucedía. Recibimos una sorpresa enorme cuando cayó el Muro de Berlín en 1989 y colapsó la Unión Soviética en 1991. Las agencias y fundaciones que nos financiaban nos dijeron, “hicieron una gran labor, muchachos, ahora se terminó la censura y pueden irse a casa”. No voy a nombrar esas instituciones, pero son muy conocidas.
–Lo cierto es que la revista no cerró, sigue saliendo más de una década después. Por lo tanto se halló una nueva línea de acción.
–No nos fuimos a casa. Comenzamos a buscar fondos de otras fuentes y seguimos adelante. Si bien se había terminado la censura soviética en su estilo casi primitivo, había muchas cosas que andaban mal en Europa, Asia, China, y también en Inglaterra, en esos últimos tiempos de Margaret Thatcher y el conservadurismo de John Major. El correo seguía llegando con denuncias y circunstancias de censura en todo el mundo. Comenzamos a mirar la situación en casa y aledaños.
–Antes de seguir con el Reino Unido, habría que ver situaciones más recientes, como en los Estados Unidos.
–Es interesante, pero la gente ya quiere olvidarse de lo que sucedió en EE.UU. luego de aquel 11 de septiembre. Esa tierra de la Primera Enmienda, del patrón oro de la libertad de expresión, la patria de la libertad deprensa, comenzó a suprimir esos privilegios constitucionales. A los pocos días y semanas del ataque a las Torres Gemelas, hubo periodistas que perdieron sus empleos por hacer la pregunta equivocada: ¿por qué New York?, ¿qué hemos provocado?, ¿cuál es nuestra política exterior? Algunos columnistas vieron archivarse sus comentarios, hubo profesores de universidades que alentaron el debate con sus estudiantes (hablo de Berkeley, una universidad progresista) y fueron advertidos de que “no es el momento adecuado para discutir lo bueno y lo malo de Washington”. La limitación de esa libertad de prensa se hizo a partir de un síndrome patriótico. George Bush dijo “si no están con nosotros, están en contra”, y lo decía en serio. La ley de patriotismo, las precauciones que siguieron son cambios difíciles de explicar pero fáciles de comprender. Hoy en EE.UU. hay algo que se llama autocensura. Bueno, lo de autocensura lo conocieron muy bien ustedes los argentinos. Es muy difícil definirla: no se puede medir un vacío. Lo que no se dice, lo que no se debate, lo que no llega a las páginas de los diarios, con algunas respetables excepciones, naturalmente, son los verdaderos debates en torno de la naturaleza de los EE.UU. y su rol en el mundo. La victoria de George Bush en su segunda elección en noviembre de 2004 es en gran medida un índice del miedo en las calles de Norteamérica más que una preferencia política. Estuve ahí para esas elecciones, observé, escuché.
–Bueno, ahora sí pasemos a lo que viene sucediendo en el Reino Unido.
–De acuerdo, pero ya voy a llegar. En el Reino Unido también hemos tenido un punto de cambio. Porque hay que recordar que nosotros pensábamos, los que pensamos en estas cosas, que la censura se había superado en una sociedad abierta. Simplemente, lo que ha sucedido es que el mapa de la censura cambió. La naturaleza del silenciamiento y exclusión se ha instalado en otro terreno. Tomemos la pobreza. Index reinterpretó la visión convencional de la censura y cuando relanzamos la revista en 1994 aclaramos que la censura ya nunca sería un censor en una oficina, como en la obra teatral de Ariel Dorfman. La censura ya no es un funcionario público, un empleado con un lápiz negro que tacha, excluye o silencia notas o pasajes de un diario o un libro. La censura es cualquier cosa que no permite que una voz se haga pública. Empecemos ahí con las enormes masas de los pobres del mundo, los pobres de mi país que no se pueden pagar un diario. Son los hombres y las mujeres excluidos, de grandes sectores sociales marginados. En un momento la exclusión afectaba principalmente a las mujeres. Ahora en muchos lugares tienen voz. Pero están los locos, el silencio de la locura, el silencio de la muerte, el silencio de cualquier forma que silencia a la gente, sea cual fuere el grupo que no tiene voz. Me enorgullece que Index busca esas voces silenciadas y las hace gritar, les pedimos que hablen a través de nosotros. Vamos a publicar una edición especial sobre Chechenia. No va a ser Chechenia observada de afuera por periodistas rusos, por más valientes que sean. Va a ser la voz de los chechenos, sus escritores, poetas, novelistas, sus intelectuales. Creo que nunca se ha hecho en inglés.
–Tenemos que llegar alguna vez a la actualidad.
–Hablemos de adonde estamos hoy, de la posición que se espera de Index on Censorship a partir de las bombas en el subte del 7 de julio, y la repetición el 21 de julio. Ya no hablamos de censura. Estamos hablando del efecto de estos incidentes en los individuos, los grupos, el estado, y la naturaleza de nuestra relación con el gobierno, la policía, y con otras comunidades, y entre comunidades. Aquí la censura se hace relativa. Si se me pregunta cómo se compara esto con los viejos tiempos de la Unión Soviética y la China maoísta, somos bastante libres, nuestros poetas, escritores, periodistas pueden decir casi cualquier cosa. Si miro a los EE.UU. de la idea de libre expresión y transparencia, de la libertad de información, no me parece que eso sea bueno. Como ve, me tomo el tiempopara llegar a la respuesta, quiero que se entienda cómo hemos recorrido la historia. Aquí en Gran Bretaña tenemos 150 leyes que prohíben la libre expresión. Hay gran variedad, desde la Ley de Secretos Oficiales a la ley de defensa del soberano, y así llegamos a la ley de difamación. Tenemos la legislación más draconiana del mundo en materia de difamación. Londres es la capital de la acción legal. No se puede acusar de difamación en EE.UU. en Malasia, en Kenya, pero vengan todos a Londres, ningún problema.
–¿Cómo, aun con algo publicado en otro lugar?
–Claro, y eso lo hemos descubierto en todos sus alcances con una causa espectacular, si bien sin mucha importancia. Fue el 26 de julio, cuando Roman Polanski, que vive en París, le hizo juicio a la revista estadounidense Vanity Fair, y la audiencia oral se hizo en Londres, de donde sus abogados salieron con casi cien mil dólares en daños. Es una causa boba, pero excelente como advertencia a los medios. En Londres se puede iniciar juicio por difamación por causas que no tienen la menor posibilidad en otras partes. Eso es censura. Las leyes de difamación son quizá la mordaza más efectiva que hay. Ahora estamos en el ambiente post 7 de julio. Creo que los medios se portaron relativamente bien y no sufrieron limitaciones, también creo que he notado una forma de autocensura parecida a lo de Nueva York después del 11 de septiembre, si bien sin toda la pavada patriótica. Eso incluyó banderas, música country and western, himnos patrióticos, mucho llanto público, la promesa de llevar la guerra al exterior, y lo hicieron en Afganistán e Irak. Por suerte no llegamos a eso.
–En cierto modo, ésa es la naturaleza del británico.
–¿Cuál es la naturaleza de los ingleses? No hay una “naturaleza” de ninguna sociedad. Esos son clichés. Tony Blair habla de una “guerra” contra el terrorismo, eso no es nuestro, no hay guerra. Como editora de Index on Censorship también puedo hablar a nivel personal. Si miro las cosas desde un ángulo personal puedo percibir los sentimientos de otros. Viajando por Londres en los días inmediatos posteriores a los primeros atentados suicidas me sentí particularmente vulnerable, lejos de la revista, con dificultades en el transporte. Cada día era una travesía. Llegaba exhausta y volvía cansada y frustrada. Tenía ganas de llorar, Londres nunca me había tratado de esta forma, sentí que nunca nada sería igual. Traté de analizar lo que sentíamos: era una mezcla de ansiedad, no era miedo, pero sí aprensión, contra el caos, los inconvenientes, las pequeñeces personales que me afectaban. Era una sensación muy egoísta. Sin embargo el sentimiento que me llenaba a pleno era una enorme tristeza. Se trataba del fracaso de nuestra sociedad en el intento de incluir gente de diferente color, orígenes, religiones. Creo que, dada nuestra historia imperial, hemos sido generosos al recibir a mucha gente. Hasta invitamos a que vinieran porque no queríamos hacer los trabajos sucios en el transporte, en las fábricas, todo lo sucio. No funcionábamos sin inmigrantes. Realmente creo que el Estado y la gente ha tratado de crear una sociedad en armonía que llamamos “sociedad multicultural”. Ahora pienso que con el paso de los años el multiculturalismo ha fracasado. Vivimos en armonía, hay desórdenes, hay problemas, pero éstos no son con la gente nueva, el problema pasa por las viejas comunidades. Así ha sucedido con las colectividades caribeñas que llegaron a Londres en los años ’60 y ’70, sucedió en Toxteth, un suburbio de Liverpool. Se trata de pobreza, de exclusión, de la falta de empleos, de racismo residual.Vayamos a la causa del fracaso: los que trataron de reventar el subterráneo llegaron a Inglaterra como niños, o nacieron aquí. No es la religión lo que los llevó al atentado. Es la exclusión, la mala educación, la falta de oportunidades, el racismo que sigue, y eso. No los integramos. Vivimos vidas paralelas, y eso explica por qué la gente pregunta, ¿Por qué no nos dimos cuenta? Porque no nos comunicamos, somos vecinos separadospor cortinas invisibles.Eso me llenó de tristeza porque no le pusimos atención.Mi tristeza radica en que la vida nunca será igual. Vivimos con los atentados del IRA durante décadas. Ahora la gente dice que eran diferentes. Claro que no lo eran. La memoria traiciona. Atacaban a los pubs, mataron a inocentes en Birmingham. Las causas eran idénticas, las tácticas también. Murió gente. El problema es que ahora me quieren decir que el terrorismo musulmán es peor que el irlandés.
–No es terror musulmán, son individuos que crecen en este medio y quizá busquen ser parte del proceso social.
–El problema es que la gente quiere separar la acción de los rebeldes irlandeses de antes con esto de ahora. Era igual, pero aquello no polarizó. Me entristece que mi país ahora se polarice sobre líneas religiosas y raciales.
–Me dio la impresión de que la gente se unió frente a la tragedia. El intendente de Londres, Ken Livingstone, dijo que esta ciudad es una ciudad mundial y en esas circunstancias estas cosas lamentablemente suceden.
–Ken Livingstone ha sido hábil en llegar a sus admirables conclusiones. Londres quizá sea la ciudad más cosmopolita del mundo, no estoy segura, pero creo que sí. Quizá no haya una ciudad, un país, con tanta variedad de naciones y razas. Por eso entristece el quiebre en lo que parecía armónico.
–Quizá parezca un desprendimiento moderno de una antigua Alejandría.
–Me sorprendió el primer ministro francés, que visitó Londres a comienzos de agosto. Francia se percibe como la fuente del Iluminismo, el hogar de la ideología revolucionaria. Sin embargo creo que las iluminadas ideas del Iluminismo emigraron de Francia en la primera oportunidad que tuvieron, en cuanto alcanzaron la edad de la razón. El primer ministro, Dominic de Villepin, dijo, y esto sorprende, “hay que ver que Inglaterra tiene ideas extrañas acerca de cosas como libertad de movimiento y libre expresión”. Eso me transmitió que Francia es un país mucho menos liberal en términos de libertades individuales que nosotros. Nunca pensé en Francia de esa forma. Por lo tanto mi tristeza se centra en nuestra polarización. Parecíamos tan cosmopolitas pero quizá no sea así. Espero que sigamos en la línea que establecimos hasta ahora. Tuve que participar de un debate público en la BBC y decidí citar a lord Hofmann quien, en la Cámara de los Lores, en un debate sobre la ampliación de la legislación antiterrorista, dijo, “las propuestas que estamos debatiendo limitan la libertad del individuo y son mucho más peligrosas a largo plazo que la amenaza del terrorismo”. Claro fue en una situación muy polémica, pero ayudó en el énfasis. Estoy segura de que lo que decía ya lo había anunciado Benjamin Franklin cuando se dirigió a los ciudadanos de Estados Unidos mientras peleaban contra los británicos y dijo, “el que está dispuesto a sacrificar un poco de una libertad esencial para lograr una seguridad temporaria, no se merece ni libertad ni seguridad”. Es una frase muy polémica, maravillosa. Supongo que mi tristeza radica en que no somos tan perfectos como parecíamos y no hemos logrado vivir bien con otras comunidades. Hemos vivido juntos en ignorancia mutua.Cuando observo a Francia, y a buena parte de Europa, creo que en términos de libertades personales, igualdad ante la ley, la libertad de no portar documentos de identidad, son todas pequeñas libertades muy importantes al comparar con otros países. Y pienso que las vamos a ir perdiendo. Estamos en una situación similar a los EE.UU. después del 11 de septiembre.
–Leí en alguna parte que hay una cámara fotográfica o de circuito cerrado para cada cuatro británicos. Con eso no se necesita documento de identidad.
–Somos la sociedad más vigilada del planeta. A Tony Blair se le escuchó decir luego de los atentados del 7 de julio que los documentos de identidad no harían la más mínima diferencia.
–Muy bien, recapitulemos. ¿Qué es lo que Index on Censorship tiene que observar ahora? ¿Cuáles son las preguntas que hay que hacerle al gobierno?
–La primera, ¿vamos a canjear nuestra libertad para apoyar algo que no es una guerra? No estamos en guerra. No se invocaron las leyes de guerra, excepto en relación a Irak, y eso fue un error. No hay guerra contra el terrorismo. Hay un serio desafío a la seguridad, de suicidas, al Qaida, quien sea, pero no es una guerra, y no es la mayor prueba que ha enfrentado la policía. Eso es propaganda y no es cierto. En todo caso es hipérbole del jefe de policía. La historia está llena de desafíos mucho mayores. No necesitamos más leyes que después habrá que anular. La “guerra contra el terrorismo” es una metáfora de una política, una actitud. George Bush inventó ese argumento espurio.
–¿Por qué el Reino Unido se define tanto más cercano a los EE.UU. que a Europa?
–Nos une el lenguaje, y nos divide la historia. Oscar Wilde dijo que éramos dos pueblos divididos por el mismo idioma. Nos ven más cerca de los EE.UU. porque cuando toda Europa estaba amenazada por los nazis, los EE.UU. vinieron a ayudar al Reino Unido, a un precio muy alto. Se cobraron toda la deuda de guerra. Sin embargo Inglaterra se ve diferente, por ser una isla, o quizá porque no tuvimos ninguna de las experiencias traumáticas de Europa. No se nos impusieron nuestras leyes, somos el único país que no ha sido invadido en casi mil años. No sé lo que hubiera hecho si hubiésemos sido invadidos por los nazis y frente a esos bestias tuviera que decir que mataban a mi hermana si no decía dónde estaba mi padre. Eso no lo sufrimos. Sentimos una gran arrogancia en torno de la integridad. Se ha construido nuestra identidad nacional en torno a eso. Y eso tiene que ver con suerte, y nada que ver con ética.

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