DIALOGOS › ¿POR QUE LA DIVAN ORCHESTRA?

La cara de los otros

En el DVD que acompaña el primer disco de la West-Eastern Divan Orchestra, sus componentes hablan de la experiencia de tocar juntos, de vivir juntos, de mirarse a los ojos los unos a los otros olvidando lo que significa para un palestino la mirada de un israelí, o viceversa. Y uno de ellos lo remacha con exactitud y decisión: “Cuando piense en sus países me acordaré de sus caras”. Para eso puede servir una orquesta que, como dice Daniel Barenboim, “quiere ser una verdadera democracia”; acuñar, como quería Edward Said, “una identidad multinacional”. Es convertir la música en el impulso para la convivencia, trabajar para un futuro incierto desde un presente imposible.
En las caras de los jóvenes sirios, libaneses, jordanos, egipcios o israelíes fijas ante la partitura, escuchando a sus vecinos de atril, la atención se convierte en una suerte de indagación en el otro y en uno mismo. Ni qué decir que la West-Eastern Divan suena muy bien; pero la idea que la rige, eso que alguien ha llamado “una lección de armonía”, va más allá, y condiciona su escucha, como no podía ser menos, cuando quien la oye sabe de su peripecia. Esa trompa concentradísima en la Quinta de Chaikovski ha aprendido a convivir con el oboe o la flautista que le dan réplica, mientras los contrabajos sostienen el discurso con la concentración que da el saber que ahí hay mucho más que música. Eso los distingue de sus colegas: ellos se juegan no sólo el futuro profesional, sino el porvenir de su tierra, ese que quieren construir a pesar de todo.
La West-Eastern Divan tiene una nueva sede. Ha cambiado el orden de Weimar por la luz de Sevilla, y ellos dicen que les ha venido bien. Cuando hablan de Sevilla piensan en el mito de la integración de las culturas, de la realidad del diálogo. Todos saben que, hoy por hoy, no hay otra solución que las palabras que ellos convierten en música. Se saben un ejemplo, pero, cuando se los escucha, o a un Barenboim entusiasmado pero cauto, dan una sensación de realismo que quizá sea la clave de todo. Un músico, como cualquier artista, no puede olvidar de dónde viene ni lo que sucede en su país, en su ciudad, en su casa. Nadie espera milagros, pero todos hacen música pensando que quizá existan.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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