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Una tesis sobre el poder vaginal

El nuevo disco de Missy “Misdemeanor” Elliot “Under Construction” es un buen termómetro sobre el nuevo estado de las cosas en el mundo del hip hop.

 Por Esteban Pintos

Dos décadas después de su irrupción, el hip hop sigue siendo la música más viva del mundo. Involucra elementos sonoros únicos por concepción, grabación e interpretación, pero además conlleva un universo de significaciones que –aún siendo legítima propiedad de una raza, en un tiempo y un lugar– inunda cada pequeño compartimento de la cultura occidental, mayoritariamente blanca. Las pruebas están al alcance de cualquier percepción, basta buscarlas y encontrarlas en cualquier ámbito del capitalismo dominante: vocabulario, vestimenta, música, tecnología, cine, publicidad, urbanidad, usos y costumbres. Desde la Argentina, esta cultura hip hop muchas veces es vista como un fenómeno lejano e imposible de traducir.
El hip hop, sin embargo, va camino (si ya no lo consiguió) de convertirse en valor de consumo cultural universal, como el jazz o el blues. Ahí están si no, algunos ejemplos caprichosos de asimilación consentida, aquí y allá. Aquí: Dante Spinetta, el hijo mayor de uno de los diez músicos argentinos más importantes del siglo XX, se lanza a la arena continental con un disco... decididamente negro, 110 por ciento hip hop de híbrido anglolatino. Allá: lolitas del pop global como Britney Spears y Christina Aguilera recurren a los magos (negros) del estudio de grabación para tener ese “color”. Ni hablar de Eminem, el mayor icono sociocultural de Estados Unidos en 2002. En Inglaterra, el país de Los Beatles y Los Rolling Stones, el mayor fenómeno del momento está representado por una joven cantante negra (Ms Dynamite) y un muchacho blanco (Mike Skinner, alias The Streets).
En este sentido, Under Construction, el nuevo CD de Missy “Misdemeanor” Elliot, resume ese estado de las cosas. Missy Elliot ya deslumbró con obras revolucionarias como Supa Dupa Fly (1997) y Miss E... So addictive (2001). Los tres fueron realizados en combinación con el productor Tim Mosley (Timbaland), responsable de una nueva concepción sonora para el género, emparentable con el talento de RZA (del colectivo cooperativo WuTang Clan) y los muy en boga The Neptunes (también conocidos como N.E.R.D.) ¿Qué hacen ellos que tanto llama la atención? Exprimir al máximo la capacidad de un estudio de grabación como lugar de trabajo en progresión. Paradójico: mientras la producción musical parece marchar definitivamente hacia el método casero, producto de la evolución tecnológica, este hip hop dominante, poblado de ritmos sincopados y de la combinación explosiva entre elementos analógicos y digitales superpuestos entre multitud de scratchin’ y samples, regado por voces que vienen desde lo más profundo de la historia del soul, cobra forma y color en un estudio de grabación.
El nuevo trabajo de Missy Elliot tiene, además, una particularidad. Como la misma artista se encarga de informar en uno de sus parlamentos entre canción y canción (hay varios), éste es un homenaje y a la vez una reivindicación de la vieja escuela del hip hop: desde Run DMC a Salt N’ Pepa, con sus sonidos despojados, rima urgente, grafittis y mucho, mucho Adidas. A lo largo de un disco que se nutre de la mano de Timbaland para virar del goce puro del baile (el hit “Work it”, también en versión remix) a la dulzura del R&B clásico (“Can you hear me”, dedicado a Lisa “Left Eye” Lopes y cantado en compañía delresto de TLC), Missy Elliot lanza su artillería verbal en diferentes direcciones. Asume el orgullo genérico y provoca con sus constantes alusiones al poder de la vagina, aconseja a sus hermanas sobre cómo lidiar con el machismo reinante, pide que se detenga la guerra que estigmatizó esta música, le habla a Dios para pedir por el alma de las personas que amó y perdió (Aaliyah, a quien está dedicado todo el disco) y remata con un minimanifiesto personal que concluye terminante: “Si no te gusta, me importa una mierda”. Brillan además, las participaciones de las mencionadas TLC, la nueva bomba sexual Beyoncé Knowles –la última chica Austin Powers–, Method Man (otro Wu-Tang Clan) y Jay Z, responsable de uno de los discos más importantes de la historia del hip hop (The Blueprint) y casi completo desconocido en la Argentina. Con todos ellos, la mesa está servida. Sólo hay que animarse.

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