ECONOMíA › POCOS CREEN QUE DUHALDE RETENDRA A PIGNANELLI, PERO EL TRIUNFO DE LAVAGNA SERA PARCIAL

Se viene el quinto presidente del Banco Central

Eduardo Duhalde debe decidir si acepta la dimisión de Aldo Pignanelli, que caracterizó como “indeclinable”. Además de las fricciones personales entre el renunciante y Roberto Lavagna, hay también sospechas cruzadas de intereses poco transparentes.

 Por Julio Nudler

Mañana mismo puede concluir la larga serie de roces entre el presidente del Banco Central y el ministro de Economía. Es decir, los gestos despectivos y descalificadores de Roberto Lavagna hacia el jefe del instituto emisor, y las expresiones desafortunadas e inoportunas de Aldo Pignanelli, complicándole la vida al jefe del Palacio de Hacienda. En el mercado de apuestas, ayer predominaba el pálpito de que Eduardo Duhalde aceptará la dimisión de Pignanelli –a la que el Presidente se refirió como “indeclinable”– y nombrará en su lugar a Jorge Levy, actual superintendente de Entidades Financieras. Sería una manera de evitar que la derrota del renunciado se convierta en una victoria excesiva de Lavagna, dado que Levy no sería en ningún caso el elegido del ministro. De todas formas, en todos los observadores subsiste cierto margen de duda sobre el final que tendrá esta historia, tan desprolija como deprimente. Aunque es evidente el fortalecimiento de Lavagna por la estabilización y los indicios de reactivación, un nuevo recambio en la cúspide del Central –el presidente que asuma sería el quinto desde el año pasado– será sencillamente un bochorno.
Fuera de las fricciones personales entre el ministro y el banquero central, y de las divergencias entre ellos que siempre se mencionan (bono compulsivo ante la eventual redolarización, pago a los organismos multilaterales con reservas, etcétera), apareció en los últimos tiempos un nuevo motivo de confrontación: el valor del dólar. Según explicó a este diario una fuente que pidió reservar su nombre, en el BCRA se ha venido evaluando la opción de dejar que baje el precio del dólar, limitando las compras con que de hecho sostiene su cotización el Central. Esta postura quedó de manifiesto en el programa monetario para el 2003, al proyectarse un tipo de cambio de 3,30 pesos para fines de ese año, en un escenario que incluya un acuerdo con el FMI.
El abaratamiento del dólar es una alternativa que, por razones fiscales, disgusta a Economía, ya que para cerrar las cuentas del erario necesita más inflación y no menos. Con sueldos públicos congelados, la inflación y el súper dólar (retenciones mediante) son pura ganancia para la AFIP. Pero el BCRA, poniéndose en su papel asignado de defensor del valor de la moneda, creería que la única manera de consolidar la relativa estabilidad de precios de estos últimos meses consistiría en que el dólar descienda unos escalones. De esta forma se compensaría el impacto que sobre los índices de precios tendrán los sucesivos incrementos en las tarifas de los servicios públicos.
En principio, es contradictorio que el Central sostenga esta estrategia y, al mismo tiempo, haya militado en favor de utilizar dólares de las reservas para pagar el vencimiento de u$s 805 millones con el Banco Mundial. Es obvio que, cuantas menos divisas haya en las reservas, mayor será el precio de equilibrio del dólar. Sin embargo, la gente del BCRA cree salvar la contradicción al sostener que tras aquel pago podía finalmente alcanzarse el acuerdo con el Fondo, creencia de la cual puede dudarse. En realidad, en el Central están convencidos de que si no se firmó, ello ha sido simplemente porque el equipo Lavagna-(Guillermo) Nielsen (secretario de Finanzas) negoció mal, lo cual tampoco parece fácilmente demostrable.
De todas formas, los cruces entre Reconquista 266 e Hipólito Yrigoyen 250 no se revisten sólo de teoría o tácticas económicas. Economía ya tiene dicho que el BCRA baila al compás que le dictan la banca y el FMI. Mientras tanto, y en cuestiones como la del dólar, en el Central ven a los del ministerio sospechosamente cerca de la Unión Industrial y algunos grupos exportadores. Otra cuestión respecto de la cual se lanzan mutuas suspicacias es la de los bancos Suquía, Bisel y Bersa, a los que hay que buscarles nuevos dueños. La disputa por ser quien maneje ese negocio terminó logrando que todo esté trabado y los bancos sin vender.
En Economía acusan al BCRA de cerrar el juego, limitándolo a los jugadores actuales del sistema bancario, con lo cual las condiciones a obtener serían peores. Del otro lado preguntan en qué país las patentes de banco se venden a través de la Bolsa, y susurran posibles compromisos secretos. Todo lo cual confirma que entre Lavagna y Pignanelli “la coexistencia es insostenible”, como dijo a este diario un vocero. Aníbal Fernández, ministro de la Producción, prefirió considerar casi naturales los enfrentamientos, diciendo que “el Gobierno no es un colegio de señoritas”. Con esa imagen puede haber demostrado solamente no tener idea de cómo es realmente un colegio de señoritas, aunque quepa admitir que el elenco gubernamental debe superar en enconos y zancadillas a las de cualquier otro grupo humano.

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Aldo Pignanelli, presidente del Banco Central, parece haber empezado a bajar la última escalera.
 
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