ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Volvé, Mazzorín, te perdonamos

 Por Julio Nudler

Economía quiere un dólar bien alto, pero también que haya menos pobres e indigentes. No importa si esto contraría la lógica. Y ahora, después de unos meses relativamente tranquilos, se encuentra con que cunde el temor de nuevos aumentos en la canasta básica de alimentos (de hecho los hay), que presagiarían una multiplicación de pobres y el descenso de muchos de éstos a la indigencia. Los de algo más arriba tendrán lo suyo con la nafta o la cuota de la prepaga. Mientras tanto, la última medición del desempleo fue decepcionante: si no se cuentan los Planes para Jefes y Jefas de Hogar Desocupados (léase 150 lecop mensuales), la desocupación saltó al 23,6 por ciento. Esto significa que el salario, por el momento, salvo por decretazos de limitado alcance, no mitigará el drama social.
Ahora bien: desear que el dólar no baje (impidiéndolo si ésa es su tendencia) y que los precios no suban equivale a pensar que el altísimo tipo de cambio real vigente puede sostenerse en el tiempo. Nadie cree verdaderamente esto. Por tanto, para lograrlo debe apelarse a diversos artificios de política económica, con intervenciones en la formación de los precios en los mercados que evocan a algunos métodos de los años ‘80. ¿Se acuerdan de Mazzorín, finalmente víctima de la feroz venganza de algunos poderosos lobbies? Pues bien: es como si Mazzorín estuviese volviendo.
Fantaseando podría decirse que la Argentina está viviendo otra vez la década del ‘80, pero al revés. A comienzos de 2002 se tenía la sensación de estar de nuevo en 1989, con la hiperinflación en ciernes. En este inicio de 2003 se retorna al 86/87, precisamente cuando Roberto Lavagna estaba en el gobierno, con intentos de meter mano en algunos precios (¿se acuerdan de los “flex”?). La pregunta es cuándo se llegará a 1985, con un congelamiento general de precios. Broma, ilusión o pesadilla, ninguna posibilidad debe ser excluida de antemano.
Porque no hay caso. Como dice Débora Giorgi, retomado su papel de consultora privada: “En los ‘90 lo que promovió la competencia –y por ende la rápida domesticación de los precios– fue la importación libre con un dólar barato. Pero eso ya no está. Tampoco hay una legislación que garantice la competencia, y la secretaría a cargo del tema tiene muy pocos medios para controlar que los acuerdos sectoriales a que se llegue se cumplan realmente.” Ahora que el consumidor tiene menos alternativas ante sí, y los bienes importados quedaron fuera de su alcance, los oligopolios locales –de capitales internos o internacionales– lo tienen de hijo. Sólo les agúa la fiesta el ínfimo poder de compra del público. Pero en cuanto pueden...
En realidad, no es que Economía quiera ver bajar los precios en general. Incluso es al revés: incrementa las tarifas de los servicios públicos, y sueña con un escenario de reactivación y repunte espontáneo de salarios. Pero lo que no quiere es que se encarezcan más aún los alimentos que consumen los pobres. Claro que, por desgracia, son precisamente los que se exportan: trigo, aceites, carne, etcétera. Por ende, no sólo ya subieron violentamente sino que pueden tender a seguir cuesta arriba a medida que los exportadores van encontrando nuevos nichos en los mercados externos. Con este dólar, aun restándole la retención, todo es vendible. Por tanto, la oferta en el mercado interno se reduce y suben los precios.
A pesar de esto, dicen que Lavagna está entusiasmado con la posibilidad de abaratar la canasta de alimentos básicos (o lo hace creer para que no le impongan dejar bajar el dólar). Y su fe, que desafía todas las frustraciones del pasado, se contagió multiplicada a Eduardo Duhalde, en anhelosa búsqueda de réditos políticos. En Economía aseguran que fue el ministro quien le llevó el tema al bonaerense a mediados de diciembre, y que no temen un recrudecimiento de la inflación: “No nos estamos atajandode un rebrote”, aclaran. Pero por ahora todo lo que tienen para mostrar son reuniones sectoriales (frigoríficos, usinas lácteas, molinos...), en las que todos expresan profundos deseos de colaborar en el descenso del costo de vida, pero eso antes de firmar ningún papel.
El mejor socio de Economía en la estabilización fue la enorme capacidad productiva ociosa con que se hallaron las empresas tras la pulverización del salario real. Pero ese margen se desvanece en los sectores que tienen una salida en la exportación. En esos casos, el precio interno debe competir con el dólar. Lavagna intentará romper el vínculo a través de algún subsidio directo, reducciones impositivas temporarias y precios sugeridos por el fabricante en el envase para que el acuerdo no se diluya en la cadena comercial. La clásica estrategia del toma y daca. Blande además el garrote de aumentar las retenciones para algunos productos.
Saber que dejarán sus cargos en menos de cinco meses (salvo error u omisión) tranquiliza al equipo económico. Pueden confiar en que preservarán cierto equilibrio, incluso apelando a medidas ochentistas, sin haberse tomado el trabajo de cambiar nada fundamental en el funcionamiento de la economía: sin reforma tributaria, sin rediseño del Estado, sin renegociación de los contratos con las privatizadas, sin transparentación de los mercados, sin siquiera un intento de encarar el tremendo problema previsional. Coartada o razón de peso, ¿podía emprender alguna transformación un gobierno provisional? ¿Pero tenía voluntad de hacerlo?
La fenomenal licuación de los sueldos estatales y las jubilaciones, más la ventaja fiscal de dejar de pagar buena parte de los servicios de la deuda pública, le permitieron a Economía manejar la hacienda y la moneda con bastante prolijidad, guareciéndose bajo el generoso alero del overshooting cambiario. Asociándose vía retenciones a las superrentas de los exportadores, y pescando parte de la inflación a través de los impuestos tradicionales, más el cavallodistorsivo que grava las transacciones financieras, Lavagna la remontó con señalado suceso.
Pero sus fórmulas fueron las adecuadas para una gestión corta. Con el tiempo, la ausencia de reformas de fondo empieza a pasar la factura. El peligro –que Economía niega– de sacudidas en los precios es uno de esos asuntos que pueden venir a quebrar el sosiego antes de tiempo. Ya el IPC de enero pronostica una tormenta de verano. Menuda tarea para los nuevos mazzorines.

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