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Gasto y emisión

 Por Alfredo Zaiat

El 2012 culmina con un muy pobre crecimiento, fortalecimiento del sector externo, estancamiento del empleo, leve retroceso de la producción industrial y una tasa de inflación anual de dos dígitos. Cuánto de este desempeño se debió a la profunda crisis internacional, al mediocre desempeño de la economía brasileña, a la sequía o al régimen de administración de divisas y del comercio exterior es una tarea difícil de precisar. En la puja interpretativa, el Gobierno pone énfasis en el indudable impacto del desfavorable contexto de la economía mundial, mientras que fuerzas políticas de la oposición con economistas adjuntos destacan los efectos negativos en la actividad doméstica de las medidas de control cambiario y de importaciones. Todas esas variables colaboraron para componer un año de exiguo avance del Producto Bruto Interno, aunque no es tan sencillo concluir cuál de ellas ha sido más importante en esta etapa del ciclo. En cambio, resulta más fácil percibir reformas estructurales, como la estatización de YPF, la nueva Carta Orgánica del Banco Central y la ley de regulación del mercado de capitales, que definen una base de intervención del Estado en la economía más consistente para empujar el crecimiento. Además, hubo iniciativas oficiales contracíclicas en diferentes frentes que lograron amortiguar la fase descendente del ciclo económico, que economistas de la city adelantaban como recesión 2012 y fue finalmente modesto crecimiento.

Sin la recesión esperada, en las últimas semanas las voces de alerta de la ortodoxia se orientaron hacia la expansión del gasto público, el aumento del déficit fiscal y la mayor emisión monetaria, estrategia contracíclica de manual que rechazan. Si no se hubiera aplicado esa política, el deseo de hombres de negocios dedicados a la comercialización de información económica hubiera tendido grandes posibilidades de cumplirse. Pero, otra vez, sus anhelos chocaron con una gestión de política económica diferente acompañada de datos duros de la economía: no hubo recesión. En todo caso, si se trata de crítica a la política fiscal y monetaria, la pregunta sería por qué no hubo una mayor intensidad durante el primer semestre para no sólo amortiguar la caída sino para alentar más la demanda. Recién en la segunda mitad del año hubo una aceleración de los impulsos fiscales y monetarios.

Para horror de analistas del establish-ment, durante un año de fuerte desaceleración del crecimiento del PBI no es una mala noticia económica el aumento del déficit fiscal, una mayor expansión monetaria y que el Estado haya creado más empleo que el sector privado. Han sido todas iniciativas que evitaron profundizar el período descendente de la economía y, en especial, permitieron cuidar el mercado laboral para evitar penurias en trabajadores. El informe de Evolución de la Distribución Funcional del Ingreso del Indec publicado el miércoles pasado muestra que en el tercer trimestre de este año se registraron 68.853 nuevos puestos de trabajo, de los cuales 60.020 corresponden al sector público (nacional, provincial y municipal) y el resto al privado. Es revelador el dato desagregado del empleo público incremental: las provincias aumentaron 49.385; las municipalidades, 2649; y el Estado Nacional, 10.333. Sólo el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires disminuyó el empleo público en 2347 puestos, en línea con las tradicionales políticas de la ortodoxia de ajustar en momentos de desaceleración económica. No sólo redujo el plantel y aumentó el endeudamiento público, sino que en 2012 también subió muy fuerte tarifas (taxis, subtes), tasas (ABL), peajes e impuestos (Sellos e Ingresos Brutos), afectando el dinamismo de la demanda al disminuir el ingreso disponible de la población. Todas medidas recesivas del recetario clásico conservador que tuvieron resultados muy malos en Argentina en la década del noventa y hoy se repiten con igual saldo en Europa.

El reciente informe del Observatorio de Coyuntura Económico de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) de balance 2012 aconseja que en el actual escenario económico “no corresponde retirar los estímulos fiscales y monetarios a la demanda, tal como pregonan muchos (economistas de la ortodoxia), porque profundizarían, ante el deterioro del mercado interno, el impulso a ahorrar excedentes por parte de los agentes económicos más concentrados”. Ante una demanda débil, el excedente no se destinaría a la inversión sino al ahorro. Menciona que si bien a lo largo de casi una década la tasa de inversión privada promedio fue del 21,3 por ciento del PBI, financiada con reinversión de utilidades, el año pasado “los agentes prefirieron priorizar su tasa de ahorro que reinvertir los excedentes que obtienen”. En ese contexto adquiere relevancia las medidas de administración de divisas prohibiendo el atesoramiento de dólares y la obligación del Banco Central a las grandes entidades financieras de prestar a la producción.

Sin embargo, la reticencia inversora del sector privado explica también “por qué el efecto multiplicador de los incentivos fiscales y monetarios sobre el crecimiento económico se ha desacelerado respecto del pasado”, indica el informe de la Untref. De acuerdo con las cifras 2012, si bien la tasa de variación de la expansión del gasto público fue menor respecto de los dos años anteriores, su relación con el crecimiento del PBI fue más elevada. Esto significa que fue necesario más gasto público para lograr el aumento de un punto del Producto. O sea, en el escenario económico de reticencia inversora, cada punto incremental del gasto público tuvo un efecto menor en el aumento del PBI respecto de los años anteriores. La misma dinámica registró la expansión de la base monetaria. Esto revela que los estímulos a la demanda se desplegaron en un contexto de desaceleración del multiplicador del crecimiento del Producto por vía fiscal y monetaria. “Estos indicadores expresan con claridad que se requieren mayores impulsos fiscales y monetarios para cada punto del PBI que se desea aumentar”, aconseja el documento de la Untref. Por eso los aumentos de tarifas, la reducción de subsidios y el alza de los combustibles aplicados por el Gobierno transitan el riesgo de actuar en forma contractiva de la demanda, dependiendo la magnitud del ajuste.

La posibilidad de ampliar la política fiscal y monetaria está facilitada por el equilibrio del sector externo logrado con superávit de la balanza comercial a partir de la política de administración de importaciones, y con el freno a la fuga de capitales y al giro de utilidades por el régimen de administración de divisas. “Las históricas crisis recurrentes de la Argentina del largo período 1976-2001 mostraron, al igual que lo ocurrido en la actualidad en las económicas más débiles de Europa, que el detonante de las mismas es la debilidad externa y no la fiscal”, indican los economistas de la Universidad Nacional de Tres del Febrero. Explican que una situación de desequilibrio externo prolongada o aguda termina rompiendo la solvencia fiscal por más sólida que ésta se presente. A la inversa, un cuadro de holgura externa otorga amplios márgenes de manejo fiscal, tanto en tiempo como en cantidad. Y este último escenario es el más cercano al de la economía argentina en la actualidad. Por ese motivo, el informe de la Untref sugiere consolidar la solvencia del sector externo para sostener políticas fiscales y monetarias expansivas de estímulo a la demanda hasta quebrar el límite estructural de la insuficiencia de oferta. Concluyen entonces que esto implica que mientras el ahorro no se desvíe al atesoramiento de dólares, la persistencia de un mercado de consumidores vigoroso persuadirá a los agentes económicos a transformar esos ahorros en inversión para abastecer ese mercado en expansión.

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