ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: COMPETITIVIDAD DE LA INDUSTRIA, PRODUCTIVIDAD Y TIPO DE CAMBIO

El impacto de una devaluación brusca

Desde ciertos sectores se plantea la receta de la devaluación, con el objetivo de producir un shock de mejora en la competitividad, ignorando el efecto negativo que una decisión de este tipo tiene sobre el poder adquisitivo de los salarios.

Producción: Javier Lewkowicz

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Qué es lo que esconden

Por Agustín D’Attellis *

El proceso de industrialización que se encuentra transitando la economía argentina en los últimos años, en el marco de un modelo de crecimiento económico a tasas altas, que tiene como eje principal la redistribución del ingreso, plantea un importante desafío en la etapa actual del ciclo, en la cual se requiere poner especial atención en una diversidad de aspectos que necesitan un tratamiento especial. Uno de ellos es el de la competitividad de la industria.

A partir de una política económica que tiene como eje principal avanzar hacia una cada vez más equitativa distribución del ingreso, se evidencia una mayor participación de la masa salarial en el ingreso total de la economía, producto de un incremento sostenido de los salarios reales. Esta situación, en conjunto con una política de intervención en el mercado cambiario con el objetivo de administrar el tipo de cambio nominal evitando sobresaltos, dado el comportamiento de los agentes frente a este tipo de situaciones y su potencial impacto sobre los precios, conduce a la necesidad de atender una mejora sostenida de la competitividad de la industria.

Desde ciertos sectores se plantea, explícitamente o de manera indirecta, la receta cortoplacista de la devaluación del tipo de cambio nominal, con el objetivo de producir un shock de mejora en la competitividad, ignorando intencionalmente el efecto negativo que una decisión de este tipo tiene sobre el poder adquisitivo de los salarios. Esta propuesta, que ha fracasado sistemáticamente a lo largo de la historia, pareciera ignorar que la misma desataría un proceso de puja distributiva con el objetivo de una fuerte recomposición de los ingresos, lo cual llevaría al tipo de cambio real al nivel previo a la devaluación, de manera que sólo se generaría una presión inflacionaria adicional.

En realidad, lo que la propuesta esconde, para que esto no ocurra, es un congelamiento de los salarios, una caída en la actividad económica, y el retorno del desempleo como eje disciplinador. De esta manera, los ingresos no se recompondrían tras la devaluación, y entonces sí, el incremento en la rentabilidad de los sectores exportadores se incrementaría, frente al empeoramiento en el nivel de ingresos de los asalariados. Es importante considerar que con el objetivo de profundizar los logros del modelo económico vigente debe avanzarse en una mejora de la competitividad no precio. El concepto de competitividad no precio es muy amplio y recoge no sólo mejoras de calidad de los productos o de los procesos, sino también las centradas en la gestión empresarial, en términos de canales de distribución y de servicios posventa. La adaptación de las empresas al mercado internacional requiere que profundicen en sus estrategias de gestión, de innovación y de inversión en capital humano, es decir, que alcancen un nivel creciente de sofisticación que permita mejorar su competitividad a través de incrementos de eficiencia y de la calidad de sus productos, para afrontar con mayor éxito la competencia internacional, penetrar en los mercados con mayor potencial de crecimiento y posicionarse ventajosamente en las cadenas de valor globales. Este camino debe recorrerse en conjunto y de manera coordinada entre el sector público y el privado. Es importante el desarrollo de efectivas y novedosas políticas industriales, la sostenida inversión en obra pública, con el objetivo de mejorar la infraestructura y reducir los costos de logística, y el desarrollo de líneas de crédito en condiciones beneficiosas –en términos de tasas y plazos– para la inversión productiva, en particular hacia el entramado de pymes. Asimismo, el desarrollo del mercado de capitales, que permita el ingreso de una amplia y diversa cantidad de actores, y en el cual se generen instrumentos que logren canalizar el ahorro doméstico hacia inversión productiva es de vital importancia para este proceso. En este sentido, la puesta en marcha de un nuevo mercado de capitales en nuestro país a partir de la nueva ley es una muy buena noticia también para una mejora en la competitividad no precio de la industria.

Frente a las propuestas de devaluación de la moneda doméstica o de recortes de los salarios, el camino elegido para mejorar de manera sostenida la competitividad de la industria es a través de mayor productividad, lo cual implica un conjunto de políticas económicas diverso, y mayor esfuerzo, pero fundamental para lograr avanzar en un proceso de desarrollo económico de largo plazo.

* Economista LGM, profesor e investigador UBA y UNM.


Desigual versus diferencial

Por Nahuel Guaita *

Los debates sobre productividad, tipo de cambio y su resultante, la competitividad, están asentados implícitamente sobre el supuesto fuerte de la convergencia. Si la convergencia se cumpliera, una divisa nacional devaluada sería una herramienta válida para acortar la brecha de desarrollo con los países centrales.

Si se postula que la acumulación a escala mundial funciona en sentido convergente, el desarrollo económico sería de tipo diferencial. Esto es, que los Estados que traman la economía mundial, avanzan, retroceden y se emparejan conforme con la “competitividad” que alcancen. Pero al final convergen. Es una cuestión de ritmo. Al final, dejaría de haber “Norte” y “Sur”, en términos de desarrollo económico.

Pero la realidad indica que no se está ante un asunto de ritmos, sino ante un marcado problema estructural de niveles. En la “desigualdad” actual, desde fines del siglo XIX, es una distancia estructural que ha polarizado el mundo de tal suerte que el subdesarrollo de los países atrasados deviene una función creciente del súper-desarrollo de los otros y viceversa. Antes de que esa transformación ocurriera, las metrópolis escapaban del bloqueo al que las llevaba el propio funcionamiento de la acumulación capitalista “desarrollando” las “Indias” o las “Argentinas”. Actualmente escapan al mismo bloqueo porque traban el desarrollo de esas regiones periféricas.

Pero esta cuestión estructural no hace mella en los economistas que hablan de la “competitividad”, que son aquellos que siempre buscan ser más baratos. En realidad, es una pura ilusión la estrategia de ser “competitivo” para converger, porque el capital no es atraído por los bajos costos de producción, sí en cambio por lo altos niveles de venta. Y como en la actualidad el principal factor de bloqueo de los países periféricos es su propia pobreza, la solución debe pasar por desarrollar mercados suficientes en estos países y evitar buscar la “competitividad” con acciones deliberadas para ser más baratos.

Según la teoría de la baratura, la idea sería que con una devaluación se apuntalara un “tipo de cambio competitivo”. Tal la visión autodenominada “nuevo desarrollista”, que establece que las políticas principales de desarrollo centradas en la sustitución de importaciones de carácter estructural para aliviar la cuenta corriente y la política de ingresos, o sea el estandarte del “viejo desarrollismo”, no son necesarias desde el momento en que el manejo del tipo de cambio real permite perseguir múltiples objetivos, entre ellos, el mentado desarrollo.

El fervor por devaluar parece que les hace perder de vista que las exportaciones son poco y nada sensibles a las variaciones del tipo de cambio real; en cambio están mucho más atadas a la evolución de la demanda mundial. También existe el impacto negativo en la distribución del ingreso debido a la caída del salario real. Por otra parte, dada la dependencia de la economía argentina de equipo y bienes de capital importados, y su baja elasticidad a las variaciones de tipo de cambio real, no se asegura una disminución de las importaciones por el simple cambio de un precio relativo. Al contrario, la balanza de pagos termina peor y sólo una fuerte alza en el desempleo la equilibra.

Si las devaluaciones a priori no son favorables al crecimiento del producto, a posteriori no se ve bien cómo serían favorables, puesto que la caída en la demanda agregada induce un efecto negativo sobre la productividad sistémica de la economía. Sucede que hay una correlación en los efectos del incremento del volumen de producción sobre la división del trabajo, especialización y maquinización a medida que se expande el mercado. Este fenómeno es macroeconómico, dinámico y acumulativo.

Se desprende entonces que el tamaño del mercado interno es un factor relevante y necesario para explicar la evolución de la productividad de la economía toda y es el último absurdo invocar la “competitividad”, cuando la idea deliberada es estropear el mercado interno. Una devaluación podría aumentar la competitividad de algunas empresas marginales, pero a nivel agregado es incapaz de inducir aumentos en la productividad del trabajo a largo plazo, ya que su impacto sobre el crecimiento económico no es expansivo.

* Economista (UBA).

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