ECONOMíA › EL GAS, UNA HISTORIA DE INFLACION REPRIMIDA

La rebelión de los precios

 Por Julio Nudler

Antes de la devaluación del peso, el abundante gas boliviano podría haber evitado que el manejo monopolístico del mercado argentino impusiera en el país precios excesivos, por emplear un adjetivo prudente. Pero el caño que conecta a la Argentina con el altiplano fue entregado, al privatizarse Gas del Estado, a empresas hidrocarburíferas que eran, precisamente, las que ganaban con los altos precios de esa vital materia prima. Por ende, en septiembre de 1999 se cerró la importación de gas boliviano. Después de la devaluación, con la pesificación y el congelamiento de tarifas, la cuestión pasó a ser otra y la disyuntiva de importar gas perdió sentido, y hasta ahora no volvió a cobrarlo. Mientras tanto, en Bolivia estalla una revuelta popular y una grave crisis política en torno del gas, buscando bloquear el proyecto de exportarlo sin elaboración a Chile, licuar el metano en un puerto trasandino y embarcarlo desde allí hacia Estados Unidos. Bolivia tiene enormes reservas de gas, que triplican las argentinas, pero pocas alternativas a la triste opción de exportar un recurso natural no renovable, probablemente sin casi beneficio para su población empobrecida.
La Argentina, en cambio, sabe qué hacer con su gas, entre otras cosas porque tiene industrias que lo utilizan (aceiteras, cementeras, entre otras) y salidas como Puerto Galván para producir y exportar productos petroquímicos. Sin embargo, tiene pendiente una política de precios para este insumo, con el Gobierno de un lado y fuertes multinacionales del otro, por lo que el horizonte se torna problemático. Pero no se trata solamente de un futuro relativamente lejano, en el que vayan acabándose las reservas por escasez de inversiones en prospección y perforación. Se trata de un problema quizá no más serio, pero sí más urgente.
Las empresas que extraen el gas gozan de libertad para fijar sus precios, pero el valor final tiene un techo impuesto por el Estado. Por tanto, a medida que van caducando los contratos que regían al momento de la pesificación, los productores pueden no renovar sus compromisos de provisión. Esto obligaría a industrias y usinas eléctricas a reemplazar gas por fuel, afrontando así el precio internacional en dólares, además de aumentar la contaminación ambiental. En no pocos casos, las fábricas que utilizan el gas como fuente de energía son fuertes exportadoras, con lo que el precio artificialmente bajo del combustible les regala una renta extra.
Hay en esta cuestión una bomba de tiempo, que hasta ahora nadie quiso desactivar. Las opiniones que se escuchan son interesadas, y no es fácil distinguir entre información y lobby. Pero es indudable que en la pesificación y el congelamiento de algunas tarifas hay una dosis de inflación reprimida, que en algún momento estallará. El día en que mínimamente se repare la distorsión en precios como el del gas, algún impacto se descargará sobre los índices de precios, deteriorando aún más el salario real.
Política y socialmente, la cuestión puede atenuarse con una estructuración sensata de los reajustes, para que los sectores más vulnerables sufran lo menos posible. Pero es siempre difícil congeniar el largo plazo con el corto, alentar inversiones y combatir la pobreza al mismo tiempo. Tanto como para un juez de línea marcar un off side, mirando a la vez el punto desde donde sale la pelota y la posición del jugador al que va destinada. Por eso es tan complicado ser un buen linesman.

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