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La economía sube como un cohete, pero algunos se tapan los oídos

Ya se habla de un crecimiento del 7 por ciento para este año. Sin embargo, según los liberales eso sólo significa que se agotará más rápidamente el margen que queda porque –dicen– no hay suficiente inversión. Es un presagio interesado pero inquietante.

 Por Julio Nudler

Pocas veces se vio una situación como ésta: mientras la economía crece a mayor ritmo que el que nadie se atrevió a predecir, mayor es la alarma de algunos por el mediano plazo. No se trata de una mera diferencia de actitud entre los que festejan el éxito actual, no viendo obstáculos para su continuación, y quienes aseguran que se están quemando los últimos cartuchos del auge tras la catástrofe, calculando que sólo quedan municiones para un año o poco más. Debajo de esa discrepancia hay una divergencia política de fondo, protagonizada de un lado por el Gobierno y sus entusiastas, y, del otro, por los economistas más liberales y atentos a los mercados y a las inquietudes de los inversores financieros. En cualquier caso, las apuestas sobre el cierre del Producto Interno Bruto 2003 van subiendo, y ya igualan o superan la optimista predicción de Alfonso Prat Gay, presidente del Banco Central, augurando una expansión del 7 por ciento, un punto y medio por encima del último pronóstico del Ministerio de Economía. En el camino fueron quedando tendidos quienes veían un amesetamiento de la actividad, sin advertir que la demanda de consumo y de inversión venía empujando. Mientras tanto, la variación de los índices de precios fue nula en septiembre, contribuyendo a pintar un cuadro notoriamente alentador, pero que ni así logra despejar las dudas sobre lo que vendrá.
El argumento central de los agoreros es que la inversión, pese a su notorio repunte, sigue lejos de evitar un continuado deterioro en el stock de capital productivo con que cuenta la economía, y por ende limita su crecimiento potencial. Así, la Fundación Mediterránea calcula que la inversión en capital reproductivo (al que llega restando de la inversión bruta la que se realiza en construcción residencial, ya que las viviendas no se utilizan para producir otros bienes) es sólo dos tercios de la que sería necesaria para evitar el deterioro del stock. Esta inversión de reposición la estiman en un 12 por ciento del PIB, mientras que la observada (dato del segundo trimestre) se sitúa en torno del 8 por ciento.
En realidad, si el cálculo se realiza no a precios constantes sino corrientes, el aumento relativo en los costos del capital reproductivo determina que sólo para conservar el stock de capital sería necesario invertir tanto como un 14,9 por ciento del PIB.
Las que nunca quedan explicitadas en estas discusiones que giran en torno de la controvertida distinción entre reactivación y crecimiento son las condiciones que se consideran necesarias para la inversión. La pregunta es si los dueños o administradores de capitales los invertirían en capacidad productiva como respuesta a políticas amigables del poder político –toda la conocida agenda promercado o pronegocios, aumento de tarifas, renegociación más dócil de la deuda, compensaciones a los bancos–, con promesas de estabilidad futura de las reglas de juego, o si simplemente se embarcarán en la aventura al aparecer oportunidades de ganancia como las abiertas por la gran devaluación real del peso.
La Mediterránea, que representa claramente a los enrolados en la primera postura, añade al cuadro el problema del tipo de cambio alto. Si éste por un lado favorece la competitividad, por el otro encarece la inversión en equipos y la incorporación de tecnologías de punta. Esta dificultad de acceso se agrava por la ausencia de crédito de largo plazo. Por tanto, estos precios relativos acotan la productividad alcanzable y favorecen la sustitución de capital (caro) por trabajo (barato), remplazo que es posible en algunos sectores como el textil, pero no en otros como la siderurgia o la industria aceitera. De cualquier forma, aun donde es factible, la mayor intensidad en mano de obra implica –según la FM– menor productividad y salarios más bajos.
La lista de preocupaciones no acaba aquí, ya que además es preciso tomar en cuenta que hay diferencias sectoriales muy marcadas en cuanto al margen de ulterior expansión que conservan. En este sentido, los sectores más dinámicos en esta etapa –los que exportan o sustituyen importaciones–son por eso mismo los que se encontrarían mucho más cerca de su producto potencial. En la misma situación estarían insumos como el gas, que por la política oficial respecto de las tarifas está sobredemandado y sin inversiones que amplíen la disposición. En síntesis, a la economía sólo le quedaría, tras el 2003, margen para crecer 7,2 puntos más.
Mientras tanto, mirando diversas magnitudes macroeconómicas, Javier Finkman llegó a la conclusión de que la dinámica que ha estado siguiendo la macro se parece a la que mostraba en tiempos de la convertibilidad, tan caros a la Mediterránea. Es decir: entran “capitales” (esto es, dólares), el Banco Central monetiza el “exceso” (compra dólares y emite pesos), y el nivel de actividad económica se mueve de acuerdo a esa entrada. Esto no es muy diferente de lo que ocurría antes, aunque Finkman apunta dos diferencias. Una es que ahora esto sucede a un nivel de tipo de cambio real sostenible, “lo cual no es una diferencia menor”. La otra, que en convertibilidad el crecimiento asociado hubiera sido mayor porque el multiplicador bancario habría potenciado la entrada de capitales (hoy, en cambio, la falta de la cadena aumento de depósitos-aumento del crédito no permite la expansión secundaria de dinero en el sistema bancario). Pero, por otro lado, se hubiese agotado más rápidamente porque, al disparar un boom de consumo con moneda sobrevaluada, se habría evaporado rápidamente el superávit comercial. Y es éste, al fin de cuentas, el que domina el balance de pagos y mueve todo el mecanismo.

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