EL PAíS › LOS CAMBIOS DE GABINETE NO SON
NECESARIOS NI URGENTES PERO DAN QUE HABLAR

El 10 de diciembre no es lo que era

Una parte de lo que se comenta en Palacio. Un análisis de costos y beneficios de movidas, por ahora, virtuales. El Presidente maneja el enigma y, ni qué decirlo, las decisiones. Bendini, una polémica y una sensación que crece. La Corte, una mancha más en su atigrada piel. El Tren de las Nubes cambió de ruta.

 Por Mario Wainfeld

El diez de diciembre ya no es lo que era. Cuando comenzó el mandato de Néstor Kirchner se pensaba que en esa fecha ocurriría el verdadero comienzo del gobierno. Se suponía que el hombre arrancaría huérfano de poder, que sería totalmente tributario de la influencia (algunos descalificaban: sería el chirolita) de Eduardo Duhalde. Que las cerriles dificultades impuestas por la realidad derivarían en un arranque medroso, con poder compartido. Tras las elecciones, con un nuevo Congreso, recién entonces comenzaría la gestión. En ese marco, un cambio de gabinete para el 10 de diciembre era casi una imposición de las circunstancias.
Esa visión agorera, inercial, no avizoraba la aptitud que demostró Kirchner para tomar la iniciativa, potenciar su poder, generar un nuevo escenario de distribución de fuerzas y de expectativas.
En esta nueva escena, un eventual cambio de gabinete no es una necesidad, sino apenas un instrumento pasible de ser usado o dejado de lado.
El Gobierno tampoco transita las contingencias que compelen a cambiar su elenco. No hay ministros salpicados por denuncias de corrupción ni deslegitimados como inútiles o ñoquis. Conflictos internos hay, pero el liderazgo presidencial impone que se diriman en sordina y sin tener eco público. El primer mandatario no está forzado a recuperar resuello o iniciativa, que le sobran.
Y, sin embargo, hay rumores y aroma de cambios en Palacio. Algunas dudas, preguntas aquí y allá, una que otra mirada de soslayo a un rival o a un presunto operador.
Por ahora, es solo eso, clima de cambios en Palacio.
Un juego sin inocentes
En ese clima prosperan pescadores de río revuelto. La derecha nativa, desleída y sin liderazgo, juega mediante sus apoyos mediáticos a esmerilar a tal o cual ministro, a exacerbar las diferencias o las urgencias.
Nunca es fácil saber en la Rosada, fuera cual fuere su morador, si habrá cambios, cuántos serán y cuál su tiempo. Las dificultades se exacerban en el caso del actual Presidente. Su estilo radial y su omnipresencia limitan hasta el fastidio los contactos horizontales entre los ministros. Las decisiones estratégicas se planifican en la mesa chica de los fines de semana en Río Gallegos. Las definiciones tácticas entre el Presidente y un ministro, acaso dos. Los demás se enteran, a veces literalmente, por los diarios, “Prendé un canal de noticias”, le dice el Presidente a uno de sus ministros. El funcionario lo hace y se entera de la apertura de los archivos de la SIDE o de la eyección de Giacomino, si no son temas propiosde su área. El enigma es un atributo del poder, Kirchner lo cultiva entre sus huestes más cercanas.
Si se adicionan el manejo presidencial del silencio y de la sorpresa y la lógica del rumor, nada queda de certero. Pero las versiones, a fuer de repetidas, integran la realidad, condicionan conductas. Merecen, por tanto, un repaso.
Dos problemas, una solución
Es ostensible que el área de Defensa es la que parece más cercana a alguna rotación. Al viento de fronda que la azotó desde el vamos se agregó la situación del general Bendini. El Gobierno se divide prolijamente en lo tocante a sus presuntas declaraciones plenas de apolillados delirios antisemitas. Nadie las tiene por probadas pero hay unos cuantos que asumen que cuando el río suena agua trae. Otros, en cambio, malician y denuncian aviesas campañas. “El enemigo nos instala temas todos los días –fulmina un operador con oficinas en la Rosada, muy pendiente, como todos, de lo que sale en los medios–, primero fue la salida de Lavagna. Después lo de Bendini. En esta semana divulgaron el secuestro del hijo de un importante empresario, ex integrante de la UIA.” La resultante entre quienes sospechan que el general metió las patas hasta el cuadril y los que ven solo maldades “del enemigo” se va volcando a favor de aquellos. La sensación que prima en los pasillos de palacio es que Bendini no será jefe de Ejército más allá del 10 de diciembre. En este caso, la fecha depararía una facilidad para envolver la salida del uniformado.
Hay quien cuenta que ciertas sabidurías orientales proponen unir dos problemas para –de su dialéctica– extraer una solución. Este cronista no está en condiciones de dar muchos ejemplos prácticos del portento, pero quizá Kirchner pueda amañar uno. La contingente crisis que promovería el retiro de Bendini podría redondearse con el cambio de ministro. José Pampuro ha bailado con la más fea desde que llegó al edificio frente al Libertador, y tal vez sería despiadado cargarlo con una nueva crisis, ligada a un favorito del Presidente, que eso fue Bendini hasta que cayó en desgracia.
Relevar a Pampuro, empero, tiene dos contraindicaciones que el Presidente deberá ameritar y que puede evitar. La primera es que el cambio será leído como un desagio de la presencia duhaldista en el Gobierno, algo que quizá el Presidente no desee suscitar justo cuando comience a trabajar en Diputados el megabloque bonaerense, un protagonista innegable de los próximos dos años. La segunda es que degradar a Pampuro sería un castigo inmerecido al duhaldista más kirchnerista que hay. Pampuro se sorprendió con la cartera que le confirió Kirchner, se sobresaltó con sus primeras decisiones pero –valga la expresión– ha sido un soldado del Presidente. También lo fue en campaña y en los arduos días en que Eduardo Duhalde se convenció, tras sucesivos ensayos y errores, de que el patagónico sería su pollo electoral.
Un modo factible de transformar los dos problemas en una solución podría ser derivar a Pampuro a alguna tarea de operador político, su especialidad más cara. Dicho sea de rondón, el Gobierno resiente de carencia de hombres que articulen al Ejecutivo con el Parlamento, una debilidad que se sentirá más desde el 10 de diciembre. Fecha que para el Congreso sí tiene el rango de un hito: entran nuevos legisladores, legitimados por el voto, y el duhaldismo desembarca con su cohorte de ex ministros devenidos legisladores.
Dos casos paradójicos
Dos de los tres ministros cuya salida se menciona como más posible son funcionarios de alto perfil, buena reputación y exitosos en su gestión: Roberto Lavagna y Ginés González García. Lo del titular de Economía ya se sabe: hubo cortocircuitos durante la negociación con el FMI, la química entre Lavagna y Kirchner no es la mejor. Halcones cercanos al ministro rezongan porque Alberto Fernández recibe y escucha a variopintas colegas, acaso papabiles. Los más aviesos lavagnistas resaltan la presencia de Horacio Liendo en el despacho del jefe de Gabinete y recuerdan el tránsito de éste por el cavallismo. Quienes conocen bien al ministro cuentan que más lo fastidian los cónclaves con Alfonso Prat Gay, Pedro Lacoste y Javier González Fraga. Al fin y al cabo, los potenciales competidores más riesgosos, en una economía en ascenso, no son los críticos acérrimos sino los que comparten con matices el enfoque general.
Halcones patagónicos se dan manija con el protagonismo presidencial en las tratativas con el FMI y se relamen pensando doblar la apuesta relevando a Lavagna y colocando en su sitio a un incondicional del Presidente: Julio de Vido.
Ningún recambio suena del todo sensato. Los jóvenes Lacoste y Prat Gay llevan con honores su gestión en el Banco Central y mudar uno de ellos a Economía comportaría una crisis adicional. Además, ambos son un equipo y cuesta creer que Kirchner, tan celoso del poder, dejara tanto en una yunta que no es propia. De Vido implicaría “kirchnerizar” al mango el equipo de gobierno, algo desaconsejable en momento de auge y de expansión. González Fraga produciría menos contraindicaciones pero no se percibe allí cuál sería el cambio esencial de política que contrapesaría el costo de desprenderse de un ministro con perfil propio, cuya presencia suma al acervo del Gobierno. La lógica induce a pensar que nada cambiará, la sensación térmica (que llegó a ser horrorosa cuando el acuerdo con el FMI) es menos auspiciosa.
El caso de Ginés González García tiene alguna similitud pero también una importante diferencia. Las similitudes son cierto resquemor entre Presidente y ministro y la pervivencia del predicamento público de Ginés. La diferencia es que su recambio por el candidato que se menciona en los pasillos, Hermes Binner, es potente. Ginés, como Lavagna, se siente a veces asfixiado por el estilo presidencial. Peronista de los de antes, el sanitarista no encuentra encanto en la transversalidad que predica el Presidente. Y, por decirlo de algún modo, González García no revista en el club de admiradores de Juan González Gaviola, interventor del PAMI.
Binner sería un tiro en pro de la transversalidad. El médico rosarino ha implementado una notable política de salud como intendente y es un sanitarista afamado. En principio, la movida sería valorada extramuros del peronismo, en virtud de su amplitud. Las contraindicaciones de una movida así son enormes. “¿Por qué hacer alquimias justo en perjuicio de Ginés, que es un tipo reconocido dentro y fuera del peronismo?”, se pregunta otro integrante del gabinete, de primer nivel. Incorporar a Binner, amén de cierto nacionalismo peronista, despertaría enconos feroces en la provincia de Santa Fe. Jorge Obeid, un aliado de Kirchner, ya hizo oír su bronca. “A nosotros no nos dan nada en Nación y le pagan a nuestro rival”, porotea uno de sus hombres. Obeid ya dio a conocer su repulsa a la transversalidad. Y puso el grito en el cielo cuando un compañero le sugirió la perspectiva de incorporar a Binner al gabinete provincial.
Igual que Lavagna, González García es un ministro con alto grado de conocimiento público y buena imagen. Su retirada conllevaría costos elevados, amén de la consiguiente crisis. Esto también se tabula en Palacio, pero los rumores... Bueno..., usted sabe lo obstinados que son.
Otros protagonistas enriquecen surtidas comidillas. Algunas parecen pullas o chicanas, como las que hablan de una salida de Gustavo Beliz con destino a la Santa Sede. Otras enrocan a Rafael Bielsa a Justicia y a Lavagna a Cancillería. Algunos alegan que el titular de Hacienda tenía pautado ese destino desde mayo. No es verdad que existiera ese pacto y, como ya se dijo, el escenario del 10 de diciembre nada tiene que ver con el que pudo maquinarse en el pasado.
¿Practicará Kirchner el adagio futbolero “equipo que funciona no hace cambios”? ¿Reiterará su praxis como gobernador, en la que hubo pocos relevos ministeriales? ¿O arriesgará en pos de más iniciativa, de caras nuevas, de saldar algún encono? ¿Estará tentado de sumar al Gobierno a aliados políticos que queden sin cargos ni mandatos el 10 de diciembre (el ya mencionado Binner, el diputado Arturo Lafalla?). El enigma es uno de los atributos del poder y Kirchner lo riega todos los días.
Incompetentes
En el cuarto piso de otro Palacio, el de Justicia, sí que se cuecen habas y sí que son malolientes. La decisión de la Corte Suprema de derivar a la Cámara de Casación el caso en el que se debate la inconstitucionalidad de las leyes de la impunidad sencillamente apesta. Un año y medio largo les insumió a los sesudos juristas que integran el tribunal resolver un sencillo caso de competencia. En verdad lo que hicieron fue gambetear sus deberes institucionales haciendo gala de su conspicuo desdén por todo lo que sea cumplir con aquello para lo que se les paga de por vida dietas inmerecidas.
Un solo voto decoroso hubo, contra esa cobardía moral, y fue el de Juan Carlos Maqueda. El triste episodio echa luz retrospectiva sobre una discusión del pasado. Cuando se intentó el juicio político a todos los cortesanos surgieron objeciones de tono pragmático y de tono ético. La primera argüía que esa ofensiva, a fuer de ambiciosa, era ineficaz. Efectivamente, el tiempo probó que era más práctico atacar a los supremos de a uno en fila.
La segunda pretendía que no todos los supremos eran iguales. Que los había rescatables. Que el juicio político en tropel acusaba a la par a justos y pecadores. La conducta ulterior de los supremos, incluidos aquellos de la minoría automática (contracara necesaria y funcional de la mayoría automática) no valían más que sus pares menemistas. Todos son iguales y como tales, sin distingos entre réprobos y elegidos, se escurrieron con un ardid de sus deberes.
Trenes, aviones, soberanía, plata
En un periplo henchido de simbolismo, el Presidente recorrió Tucumán en tren. Se trata de una minihazaña, ya que la red férrea fue desmantelada durante la antinacional gestión de Carlos Menem. Kirchner confesó, durante la campaña electoral, que la pobreza del NOA lo sacudió y lo sorprendió y quienes lo conocen de cerca dicen que vuelve conmovido y perturbado de esos viajes. El gesto tiene un sentido que es revalorar, poniendo el cuerpo, la integración nacional, el transporte como vía de progreso, la promoción de las provincias más desamparadas.
Para poder viajar Kirchner debió recurrir a una suerte de ardid: conseguir prestada una formación del Tren de las Nubes. Menudo símbolo también. Es que no hay servicios, no hay vías transitables, tampoco vagones ni locomotoras suficientes y operables. Recuperar de verdad los trenes no ya como gesto sino como recurso será bien complejo. El objetivo remite a la tarea de fomento del Estado, al planeamiento, a la urdimbre de políticas selectivas de crecimiento y promoción. No las hay tantas, todavía, en la actual gestión.
Otro tanto puede decirse del también publicitado lanzamiento de la nueva aerolínea del estado Lafsa. Hacerla al mismo tiempo competitiva y útil para la revertebración del territorio argentino exige algo más que buenas intenciones. Entre otras cosas, fuertes recursos económicos que tampoco sobrarán aunque siga prosperando el –no muy equitativo ni muymodernizador– rebote desde el sótano que tuvo nuestra economía después de la devaluación.
Suele decirse que sólo la derecha cuestiona la falta de plan económico del Gobierno y que, en verdad, le reprocha solapadamente no hacer suyo el plan de los lobbies. La derecha autóctona no es inteligente ni seria ni, casi nunca, honesta. Pero es bien posible preguntarse, ahora que el Gobierno está firme y que el 10 de diciembre no es un hito, si no va siendo hora de discutir una agenda que incluya dos ítem que casi no se mencionan: alguna forma de planificación y el comienzo del combate a la regresiva distribución de la riqueza.

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