ECONOMíA › OPINION

Lo que cae de la mesa

 Por Carlos Vigil * y
Jorge Eduardo Lozano **

Parábola es una palabra griega que tiene varios significados: comparación, metáfora, relato breve, entre otros. Estamos acostumbrados a escuchar el término porque muchas de las enseñanzas de Jesús relatadas en los Evangelios están formuladas en parábolas: imágenes y comparaciones que interpelan a quien las escucha a descubrir un significado más profundo. Jesús habla de cosas ordinarias, de la vida cotidiana (la siembra, las semillas, las comidas...) invitando a una mirada más profunda y desafiando al oyente a posicionarse ante esas realidades.

En el Evangelio de Lucas (capítulo 16, versículos 19 a 31) se narra la que se conoce como parábola del hombre rico y el pobre Lázaro, que comienza así: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas”. Estas frases y las que completan el relato, hacen comprender que Lázaro esperaba en vano las migas que caían de la mesa.

Hace pocos días los periódicos informaron sobre un estudio realizado por Oxfam Internacional, una organización fundada en 1995 que agrupa actualmente a 17 organismos no gubernamentales de varios países poderosos del mundo. El estudio lleva por título “Una economía al servicio del 1 por ciento” y señala que en los últimos 30 años se acortaron las diferencias entre países ricos y pobres, ya que los menos ricos (que algunos llamaron ‘economías emergentes’) liderados por China e India crecieron a un ritmo acelerado. También dice el estudio, que el crecimiento contribuyó a sacar de la pobreza a casi mil millones de personas y el porcentaje de población mundial en situación de pobreza extrema pasó del 36 por ciento en 1990, al 16 por ciento en 2010. Estas son buenas noticias.

Las no tan buenas son que en el mismo período aumentó la concentración de riqueza en manos de muy pocas personas. Tomando como referencia información del Credit Suisse, una empresa de servicios financieros con sede principal en Suiza a la que nadie podría acusar de parcialidad, el estudio de Oxfam afirma que el 1 por ciento de la población mundial acumula más riqueza que el 99 por ciento restante y que en los últimos cinco años la concentración de la riqueza (y por tanto, la brecha entre ricos y pobres) se agrandó. Un ejemplo significativo: lo que está en manos de las 62 personas más ricas del mundo aumentó un 44 por ciento y lo que dispone la mitad más pobre de la población mundial se redujo considerablemente.

En síntesis: la economía mundial creció y las diferencias entre países se atenuaron, pero los ingresos de los pobres no siguieron el ritmo general. Según el Banco Mundial, en 2015 había 700 millones de personas que disponían de menos de 1,90 dólares diarios para vivir; y si la situación no se modifica no se alcanzará la meta de erradicar la pobreza en el mundo para 2030.

El Informe Oxfam también ratifica lo ya afirmado por el Papa Francisco: que los efectos más graves del deterioro ambiental lo padecen los pobres: si bien la mitad más indigente de la población mundial sólo genera alrededor del 10 por ciento de las emisiones totales de gases de efecto invernadero, son ellos quienes viven en zonas altamente vulnerables al cambio climático y sufren sus peores consecuencias.

¿Cuáles son las razones del crecimiento desigual y concentración de riqueza en cada vez menos manos? Hay muchas explicaciones. Una, formulada por el economista francés Thomas Piketty después de analizar miles de series estadísticas de todo el mundo, es que a lo largo del tiempo, el rendimiento ganancia que obtienen los poseedores de capital bienes o dinero es mayor que el que se consigue mediante el trabajo. Conclusión: la brecha entre los poseedores de capital y los trabajadores se agranda cada vez más. La explicación de Piketty, que el estudio de Oxfam asume como una de las tendencias de nuestro tiempo, ha dado lugar a muchas discusiones. Nos inclinamos por la idea de que hay varias causas que inciden conjuntamente y, a veces, potenciándose unas con otras, para que tengamos “una economía al servicio del 1 por ciento” y con tendencia a mayor concentración.

¿Habrá que esperar que aumente lo que cae de la mesa para que Lázaro coma? Muchas veces escuchamos que nos aconsejan (con esta u otra terminología) esperar el derrame: lo que caerá a medida que la mesa (o la copa) se vaya llenando por aumento de riqueza.

La percepción del Papa Francisco es que no sucederá así. En Evangelii Gaudium dice: “...algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’, que supone que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra procurar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando” (N 54). Y en otro lugar agrega: “No basta con dejar caer algunas gotas cuando los pobres agitan esa copa que nunca derrama por sí sola” (discurso en el encuentro con Movimientos Populares en Santa Cruz de la Sierra, 090715). En realidad, lo que revela el informe de Oxfam es que cuando la riqueza aumenta en la copa superior, antes de derramar es reemplazada por una más grande con mayor capacidad de acumular.

Más duramente aún, el Papa afirma: “Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y de la inequidad’. Esa economía mata” (Evangelii Gaudium N 53). Yendo al fondo de la cuestión, “el sistema social y económico es injusto en su raíz” (ídem N 59).

El clamor del Papa a los líderes políticos y económicos reunidos en Davos (Suiza) en enero 2016 fue “¡No se olviden de los pobres!”. No sabemos en qué medida los Lázaros del mundo fueron tenidos realmente en cuenta en Davos.

Hablar seriamente de superación de la pobreza implica hablar seriamente sobre la relación concentración/distribución de la riqueza y analizar los mecanismos que se proponen para lograr mayor equidad. El problema no es la pobreza sino la riqueza mal acaparada.

San Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla fallecido en el año 407, predicaba acerca de la parábola de Lázaro que “no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos sino suyos”. Según esta idea, a los pobres correspondería mejor llamarles “despojados”.

Ojalá la parábola sobre el pobre Lázaro nos interpele, nos ayude a descubrir el significado profundo de la situación que vivimos y a posicionarnos.

* Miembro de la Comisión Nacional Justicia y Paz.

** Obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.

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