ECONOMíA › OPINION

Vino viejo en odres nuevos

 Por Mario Wainfeld

“Como cualquier político exitoso, Néstor Kirchner es afecto a repetir sus movidas. En la provincia de Buenos Aires replica lo que le dio resultado en Santa Cruz, que es ir cooptando a los intendentes, de a uno, obra pública mediante.” La descripción de un pingüino de ley, muy mesa chica él, puede servir también para situaciones que no son de cabotaje, la negociación de la deuda externa sin ir más lejos.
Cuando se instrumentó la propuesta de canje con los acreedores privados el Gobierno la jugó en simultáneo en dos tableros, el internacional y el local. Desde el inicio, el Presidente barruntó que tomarse tiempo en el tire y afloje con los de afuera le permitía ir consolidando poder acá, vía acumulación de reservas (“caja”) y crecimiento de su legitimidad. Al unísono, especulaba con cierto desgaste de los bonistas. La amenaza de ruptura fortalecía su postura en la pulseada, mejoraba su consenso interno. Algunas dilaciones en los pagos al Fondo Monetario Internacional (FMI) sirvieron para testimoniar su voluntad, demostrando a un antagonista férreo y más fuerte que no le tenía pánico a un escenario de ruptura.
Una vez cerrado el canje, el Gobierno ensaya una táctica que tiene sus puntos de contacto con la anterior. A decir verdad, Roberto Lavagna y Kirchner no esperaban tanta dureza ulterior del FMI. Pero, más allá de la sorpresa, el Presidente y su principal ministro están resueltos a pulsear muy firme, explorar los riesgos y, si no queda otra, romper sin dejar pandir el cúnico.
El Gobierno prefiere arribar a un acuerdo que le permita refinanciar deuda sin condicionalidades, pero no está dispuesto a inmolarse si no lo consigue. Para el caso de que la negociación se pudra, una hipótesis de conflicto (desconocer al FMI su condición de acreedor privilegiado) ronda cabezas oficiales desde hace meses, tal como informó en aquel momento Página/12. Convencido de que mostrar debilidad es estar derrotado de antemano, el Gobierno hizo pública esa hipótesis vía declaraciones periodísticas recogidas ayer y hoy en Página/12. El recurso de introducir issues de la negociación externa en ámbitos locales (sean los medios, sean las tribunas políticas del interior del país, sea en el Salón Blanco) es otro hábito presidencial que place a Kirchner tanto como desconcierta a las contrapartes. Su intención, nada oculta, es remedar a Ulises ante el canto de las sirenas: atarse para evitar la tentación. Es también un modo de condicionar a los negociadores, que suelen ser más parcos en su lenguaje pero que se “confiesan” atados al discurso presidencial.
El paso del tiempo, hoy día, es vivido sin angustia en la Rosada y en Economía. El FMI está muy rígido y es bien factible que nada cambie en el corto plazo. Pero los negociadores (y el Presidente mismo) intuyen que (como mínimo) nada puede empeorar en los próximos meses. “El Fondo está herido en su prestigio –analiza un negociador con un formidable millaje internacional en esas bregas–, el canje nuestro fue un golpe para ellos. La decisión de Brasil de no renovar sus acuerdos también fue un revés aunque ambas partes la presentaron con mucho glamour, como si fuera un logro compartido.” El tiempo también puede seguir debilitando a Berlusconi en Italia, se ilusionan a mano del Olivo en la porteña Plaza de Mayo. Y, con el correr del almanaque, el Tesoro norteamericano –que siempre fue muy cooperativo y en el que ahora no hay interlocutores porque John Taylor está de salida– puede arrimar alguna baza a favor.
Como sea, maquinan mentes oficiales, mientras no haya que pagar mucho, se puede tirar de la cuerda y seguir prosperando acá, en caja y en intención de voto. Hasta agosto no hay desembolsos importantes y, por ende, cabe pelearse y ponerse (como se hizo en años precedentes). Para aquel entonces hasta puede imaginarse discontinuar los pagos, oteando el horizonte electoral de octubre. Nada de esto se verbalizará, puesto que Kirchner y Lavagna son dos jugadores de truco más afectos a cantar valecuatro (a veces con liga, a veces no) que a mostrar sus barajas. ¿Y después de agosto? “Falta mucho”, suele decir Lavagna a sus confidentes, ostentando más su flema que una peculiar concepción del tiempo.
La paciencia de los negociadores argentinos también se reveló en otro episodio que no estaba en sus agendas: la decisión del juez Thomas Griesa de embargar 7000 millones de dólares en bonos defaulteados, prestos a ser canjeados. El Gobierno no esperaba esa contingencia, pero una vez producida la tomó con sugestiva calma. No es posible conseguir información sobre el punto, pero es dable inferir que no lo irrita especialmente dilatar la iniciación del canje. De hecho, la Rosada y Economía tenían preparada una respuesta legal desoyendo el fallo si Griesa hacía lugar a la demanda respectiva de los fondos buitre (la rechazó, pero le concedió el embargo a las resultas de la apelación). Por alguna razón, no siguió avanti. Tal vez no le fastidie tanto demorar la implementación, de cara a una circunstancia que (vale resaltarlo de nuevo) no esperaba.
Ganar tiempo, acumular divisas y consenso en Argentina, debatir con los acreedores jugando de local son recursos ya probados en un contexto nuevo. Sus antagonistas, externos e internos, suelen reprocharle a Kirchner que “juega para la tribuna” cuando lo correcto (según su opinión, obviamente interesada) es negociar de otro modo. Desdeñando en el espejo la imagen polar de Fernando de la Rúa que saludaba a Horst Koehler mientras huía de la Rosada, el Presidente cree que la principal fuente de su poder radica en Argentina, en la aprobación popular y en la caja. Se podrá equivocar pero juega el juego que mejor conoce y que más le gusta.

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