ECONOMíA › EN ECONOMIA ESPERAN CONFIADOS EL INDICE DE ENERO

Hagan apuestas, Felisa se juega a menos de uno por ciento

La inflación quedaría debajo del 1 por ciento de acuerdo con la evolución de los precios durante la primera mitad del mes y si no hay turbulencias en rubros sensibles del índice. Debate acerca de la inflación: enfriar la economía o apostar a un fuerte crecimiento con acuerdos de precios.

 Por David Cufré

La inflación de enero terminaría por debajo del 1 por ciento. Los más optimistas del equipo económico arriesgan que quedará en 0,7 punto y los moderados hablan de 0,9. En sus pronósticos hay una porción de análisis técnico, en base a los resultados de la primera quincena, y una dosis de expectativas, en función de que todavía resta medio mes para conocer el final de la película. En lo que no tienen ninguna duda es en el éxito de los acuerdos con supermercados e industriales. El dato más contundente es la curva de precios de diciembre, con un declive significativo desde mediados de ese mes. Dentro de los productos involucrados en los convenios, la tendencia pasó de ser netamente alcista a negativa. Sin esa movida, afirman, el último mes de 2005 hubiera terminado con una inflación de 1,6 por ciento, en lugar de 1,1.

El arrastre de diciembre a enero en el Indice de Precios al Consumidor fue a la baja. Eso significa que el mes pasado terminó entregando un aporte positivo para los resultados de éste. Nadie lo hubiera imaginado, de acuerdo al comportamiento previo de la inflación y luego de un recambio de ministro de Economía, que si bien se produjo a fines del mes anterior dejó en el aire una estela de incertidumbre. La inflación de enero de 2005 había sido del 1,5 por ciento. Fue la primera señal de alarma de lo que posteriormente se convirtió en un problema serio. Cerca de Felisa Miceli están persuadidos de que la nueva estrategia será efectiva para neutralizarlo.

Unas cuadras más allá del Palacio de Hacienda, en las oficinas de los principales economistas que escucha la city, la historia se cuenta muy distinta. Transmiten la impresión de que el Gobierno le puso la tapa a una olla a presión y que en algún momento habrá un estallido. Lo dicen así: “En lugar de generar las condiciones para un soft landing (aterrizaje suave de la economía), nos están llevando a un ajuste violento”. La demanda agregada crece a un ritmo anual de 8 por ciento y la capacidad productiva lo hace a un 4. La diferencia va a inflación y no hay acuerdo de precios que pueda reprimir a largo plazo los efectos de esa ley, advierten.

La decisión política que muestra Néstor Kirchner para llevar adelante los convenios con los formadores de precios es repudiada por esos economistas. Lo acusan de creerse “onmipotente” y suponer que podrá contra las reglas de la macroeconomía, que acabarán por vencerlo. Como prueba de sus afirmaciones, denuncian que el Banco Central dejó de publicar la encuesta entre gurúes, bancos y universidades (REM) sobre la evolución de la economía porque el consenso es que el resultado anual del IPC estará bien arriba del 12,3 por ciento de 2005. Los pronósticos parten en su mayoría de un piso del 13 y llegan al 15. “El Gobierno cree que la forma de contener las expectativas inflacionarias es ocultando información”, acusan. Hace más de un mes que el Banco Central dejó de divulgar el informe que antes actualizaba todos los jueves. La explicación oficial es que se está buscando la forma de sistematizar mejor los datos entregados.

Los economistas de la city dicen que las empresas están preocupadas por “las amenazas” del Ejecutivo –así califican las negociaciones para establecer acuerdos de precios– y por su estrategia heterodoxa. La consecuencia será, según su visión, una caída en los niveles de inversión que agudizará el problema de precios, ya que mientras no hay señales para frenar el consumo, la oferta tenderá a estancarse. Su razonamiento los lleva a concluir que el Gobierno está poniendo en riesgo el corazón de su plan: un tipo de cambio real elevado, ya que la inflación se irá comiendo por abajo la ganancia de competitividad.

Otra crítica desde la ortodoxia a los entendimientos con empresarios es que el Gobierno trabaja sobre los sectores productores de bienes, pero no tiene forma de extender esa presión a los proveedores de servicios. “Cómo harán para que no aumente la peluquería o el garaje”, azuzan. La escalada inflacionaria, vaticinan, se producirá por ese lado. “El problema de fondo es que la economía no puede crecer a un ritmo de 9 por ciento anual”, remarcan. Para lograrlo con una inflación controlada, la inversión debería ser equivalente a 31 puntos del PIB, como en China, mientras que aquí se encuentra en 21.

Economistas cercanos al Gobierno discrepan con la mayor parte del discurso de la ortodoxia, pero conceden que la velocidad de crecimiento del consumo es para prestar atención. La solución que ofrecen los hombres de la city es la misma que recomendaba el FMI: enfriar la economía a través de un aumento del superávit fiscal, olvidarse por un buen tiempo de conceder subas de salarios y jubilaciones, elevar las tasas de interés para fomentar el ahorro por sobre el gasto y reavivar las expectativas bajistas del dólar. Sobre este punto, sostienen que hasta las elecciones de octubre el mercado encontraba razones para suponer que el peso podía revaluarse, pero ahora está instalado que la moneda estadounidense irá para arriba. Eso repercutiría sobre la inflación.

La respuesta inmediata que dan desde el equipo económico es que los precios fueron fijados cuando el dólar rozó los 4 pesos. También recuerdan que la misma advertencia se escuchó cuando la cotización estaba en 2,80 y subió a 2,90, sin ningún efecto en la inflación. En realidad, los voceros de la city meten presión para atentar contra un plan que toca privilegios, agregan. “A los sectores empresarios les molesta que el Gobierno reduzca sus márgenes de ganancia, porque es allí donde operan los acuerdos de precios”, dicen en Hacienda.

En contra del discurso dominante entre los gurúes, los colaboradores de Miceli aseguran que la política fiscal es lo suficientemente cuidadosa. La ministra, de hecho, mantuvo el fondo anticíclico que había creado Roberto Lavagna. A esa cuenta indisponible va a parar todo el superávit que se genera por arriba del presupuestado. El ex ministro tenía en mente utilizar ese dinero para pagar deuda, su sucesora todavía no dio señales de sus objetivos.

Con respecto a Lavagna, su posición en el debate entre el Gobierno y la city se distancia de unos y otros. Si hubiera seguido en el cargo, habría insistido con un mix de controles sobre los formadores de precios y señales de disciplina fiscal y monetaria. El hecho de haber quedado a mitad de camino fue lo que llevó a Kirchner a optar por su reemplazo. Lavagna sigue la evolución de la economía desde Castelli, adonde eligió pasar unos días de vacaciones en lugar de exponerse en Cariló.

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Felisa Miceli, ministra de Economía, está contenta con el adelanto del índice de precios de la primera quincena del mes.
Imagen: DYN
 
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