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Desde la tierra de la crisis

 Por Alejandro Nadal *

Hace cinco décadas los economistas Milton Friedman, Eugene Fama y Robert Lucas desarrollaron lo que se convirtió en la teoría estándar sobre mercados financieros. Su idea central es que los precios de los títulos financieros y acciones siempre tienden a su valor real. La razón es que los agentes individuales en estos mercados tienen un incentivo para determinar ese valor y asegurarse de no pagar más al comprarlo (o cederlo por menos). Esa información, proveniente de millones de agentes, es procesada en el mercado y, de este modo, el precio de mercado de un título se acerca más a su valor real que en el caso de la evaluación realizada por una sola persona.

Friedman y Lucas ya fueron galardonados con el Premio Nobel y, hasta el último domingo, Fama (economista de la Universidad de Chicago) era considerado puntero para obtener el galardón este año según Labrokes, la más importante empresa inglesa de apuestas. Es probable que la severidad de la crisis financiera global inclinó al comité Nobel a otorgar el premio a un economista un poco menos ortodoxo (Krugman).

Para Fama, los precios de títulos financieros fijados en el mercado concentran toda la información que un inversionista necesita conocer. Cualquier error será corregido porque los agentes que lo perciban aprovecharán la oportunidad para realizar ganancias extraordinarias. Las fuerzas de mercado se encargarían de eliminar los errores de valuación.

Hoy estos esquemas analíticos han caído en el descrédito, pero su lógica sigue dominando el análisis de las causas de la crisis. Y cuando se ve el mundo de esta manera, la respuesta a la pregunta sobre los orígenes de la crisis está necesariamente acotada: son factores externos los que la provocan. La lista de estos factores se compone de cosas como los errores de funcionarios en las agencias regulatorias, la aplicación de una política económica equivocada (burbujas à la Greenspan), o por el comportamiento desleal de algunos actores (conducta fraudulenta para aprovecharse de las hipotecas fáciles).

Estas percepciones sobre los orígenes de la crisis siguen siendo prisioneras de un paradigma analítico basado en la creencia en la bondad del mercado capitalista. Esta fe en el mercado sigue muy enraizada. Desde hace más de cien años los economistas se ahogan en un modelo diseñado para demostrar que cuando se dejan en libertad las fuerzas de la oferta y la demanda, el mercado alcanza una posición de equilibrio. A pesar de que en 1974 se demostró con teoremas irrebatibles que los modelos construidos alrededor de este paradigma no podían demostrar la convergencia, la teoría de equilibrio general siguió dominando la enseñanza de la economía. Mientras los modelos de equilibrio general llegaban a la bancarrota científica, su triunfo en el plano ideológico los convirtió en la plantilla que aún hoy moldea la visión de la gran mayoría de economistas.

Es de esperar que la crisis sirva para marcar el fin de la visión de que el mercado conduce al equilibrio. Hoy ya proliferan los modelos en los que los mercados se comportan con una dinámica interna distinta, esencialmente caótica. En lugar de conducir a escenarios de plácidos equilibrios, los modelos muestran que los mercados están plagados de desplomes y comportamientos de manada que conducen a situaciones catastróficas. En estas crisis, las pérdidas se acumulan y no existen mecanismos que permitan restañar las heridas de manera automática. Se parecen más a la realidad, ¿verdad?

Lo que estos modelos enseñan es algo todavía más alarmante. Los puntos de quiebre entre una situación de bonanza y una de crisis son repentinos y no parecen surgir de causas bien identificadas. No hay umbrales reconocibles. La irracionalidad de los agentes y otros parámetros indican que los mercados exhiben una tendencia a comportarse como procesos no lineales que conducen a situaciones peligrosamente inestables.

Algunos de los modelos nuevos demuestran que la economía de mercado no regulado puede llegar a comportarse como un reactor nuclear que sufre un accidente por pérdida de refrigerante: a cada instante el mercado acelera su transición a una situación incontrolable hasta producirse una explosión terminal. Este estado final corresponde al colapso del sistema de pagos, a una reacción en cadena de quiebras con desempleo masivo y a un colapso económico con desintegración del tejido social.

¿Cuál es la lista de prioridades de política económica que se desprenden de lo anterior? La principal lección de estos modelos es que no se puede controlar la dinámica de mercados financieros no regulados. Entre otras cosas, se requiere prohibir procesos especulativos y desestabilizadores. Quizás estas conclusiones no sorprendan a algunos de los que vivimos en la tierra de las crisis. Después de todo, la respuesta de las principales economías del mundo pone en práctica lo que economistas independientes estuvieron proponiendo como alternativa a la globalización neoliberal desde hace años.

* De La Jornada de México. Especial para PáginaI12.

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