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A Domingo Cavallo se le puede imputar una larga cadena de fracasos, pero hay uno que le debe doler especialmente: su gran apuesta final, el plan que iba a reactivar la economía y constituir un hito como la convertibilidad, terminó tan mal como empezó. El déficit cero que se había propuesto fue largamente excedido. En 2001 totalizó 8961,1 millones de pesos. Eso es lo que marcan las cuentas del Tesoro. Para llegar al resultado final de déficit hay que agregarle los desequilibrios de algunos organismos del sector público todavía no procesados, pero la cifra que de allí salga rondará los 9000 millones de pesos.
En diciembre, cuando Cavallo es responsable por lo sucedido hasta el día 19, cuando fue forzado a renunciar por el cacerolazo, el Tesoro registró un rojo de 877,3 millones de pesos. Pese a que la administración De la Rúa decía que el déficit cero era una obligación porque no había financiamiento, se lo terminó cubriendo con reservas y con bonos colocados a las AFJP.
El déficit no fue producto de un gasto excesivo, sino de que la recaudación impositiva se hizo trizas. Y esto fue, en gran medida, debido al parate de la economía generado por la política del déficit cero. El Gobierno recortó gastos todo lo que pudo, pero terminó perdiendo la carrera con el derrumbe de los ingresos. Esto se hizo evidente en diciembre, cuando los recursos estatales sumaron 1012,2 millones mientras que los gastos totalizaron 1820,9 millones.
Entre los ingresos corrientes, los tributarios sumaron 824,6 millones, las contribuciones figurativas 93 millones, las rentas de las propiedades que posee el Estado 19,8 millones, las transferencias corrientes 14,7 millones y los ingresos no tributarios 12,9 millones. En lo que hace a los gastos, los más importantes fueron los figurativos –las erogaciones hechas a una serie de organismos que dependen del Tesoro, como el Conicet, el INTA, el INTI y la Sigen– que alcanzaron a 856 millones de pesos, el pago de intereses de la deuda por 455,3 millones y las remuneraciones, con 304 millones.