EL MUNDO › COMO ES EL REGIMEN DE INSPECCIONES DE LA ONU SOBRE LOS ARSENALES DE SADDAM HUSSEIN

Aquí están, éstas son, las armas del matón

Irak entregó ayer a la ONU un monumental informe sobre sus arsenales. También ayer, Saddam Hussein pidió disculpas a Kuwait por su invasión de 1991. En esta nota, un detalle del trabajo de la ONU –y sus limitaciones– para detectar armas de destrucción masiva.

Página/12 en Francia
Por Eduardo Febbro Desde París

El retorno histórico de los inspectores de las Naciones Unidas a Irak marca el comienzo de una pugna en la que se cruzan varios intereses antagónicos y que pone a los miembros de las dos misiones, la de la ONU, la Cocovinu (Comisión de Control, de Verificación y de Inspección de la ONU), dirigida por Hans Blix, y de la AIEA, Agencia Internacional de la Energía Atómica, como árbitros de la guerra y de la paz. Del informe que elaboren ambas agencias dependería que se desate o no un conflicto armado en Irak. Cuatro años después del retiro de los inspectores de la precedente misión de las Naciones Unidas, la UNSCOM, la nueva estructura apunta a despejar las dudas y las sospechas que habían rodeado el trabajo de los hombres de la UNSCOM así como el rol del jefe de entonces, Richard Butler. En diciembre de 1998, en momentos en que el Consejo de Seguridad de la ONU recién empezaba a analizar el informe de Butler, Estados Unidos lanzó contra el régimen de Saddam Hussein la operación “Zorro del Desierto”.
En 1998 los antagonismos eran tales que las dos agencias que llevaron a cabo las inspecciones sacaron conclusiones radicalmente distintas. Mientras el informe presentado por Butler al Consejo alegaba que Saddam Hussein no había colaborado como debía, el de la AIEA, en cambio, aseguraba que Irak había ofrecido un “nivel de cooperación suficiente”. La ahora llamada Cocovinu y la AIEA regresan al terrero con un mandato más duro, mejor armados que antes, con la experiencia acumulada pero con una presión mucho mayor. ¿Acaso ambas agencias sacarán hoy las mismas conclusiones? El físico francés Jacques Baute, jefe del grupo de acción encargado de Irak en la Agencia Internacional de Energía Atómica, se muestra más que realista cuando evoca la misión de este año: “Somos como policías cuya tarea consiste en encontrar un asesino entre millones de personas. La posibilidad de arrestarlo es escasa... pero si uno es profesional de pronto puede lograrlo”. Es preciso señalar que la Cocovinu y la AIEA no llevan a cabo las mismas operaciones. La primera debe supervisar la existencia de arsenales químicos o biológicos. La segunda, apoyada por los 2200 técnicos instalados en Viena, la sede de la AIEA, se consagra al control de las armas nucleares. Jacques Baute considera que los expertos regresan a Irak “mucho mejor preparados que la última vez”.
“Trataremos de no ser agresivos –dice el físico francés–. Para nosotros se trata de llevar a cabo una serie de inspecciones instructivas, sin caer en la provocación. Desde luego, para los iraquíes siempre estaremos haciendo demasiado mientras que para los halcones decididos a atacar a Irak nunca habremos hecho lo suficiente.” Jacques Baute sabe de lo que habla. Entre 1994 y 1998, el responsable del grupo de acción sobre Irak en el seno de la AIEA protagonizó más de 1500 inspecciones en este país. Más tarde analizó bajo la lupa decenas de kilos de documentos, fotos e imágenes satelitales en busca del átomo prohibido. Para este detective nuclear, fragmentos de metal, muros, puertas y hasta una simple gota de agua pueden aportar la prueba de una huella radiactiva. A diferencia de las armas químicas o bacteriológicas, las nucleares emiten señales perfectamente detectables. “Somos como una suerte de policía técnica”, explica Baute, para luego concluir aclarando: “Sin embargo, no somos jueces. La decisión final está en manos del Consejo de Seguridad”.
La misión que le incumbe a la AIEA excede sin embargo el mero marco técnico. Entre el rugido de los aviones norteamericanos y el cinismo destructor de Saddam Hussein, los técnicos tienen una estrecha franja de libertad, un fino espacio de objetividad, una suerte de cuerda floja donde los elementos “políticos” se combinan con los técnicos para colocar a los expertos en una posición peligrosa. A este respecto, Baute explica: “Contamos con los medios de detectar si Irak realizó actividades prohibidas en el campo nuclear. Pero nuestra posición es políticamente más peligrosa que la de los equipos de la Cocovinu. Si llegamos a pasar por alto alguna falta seria cometida por Irak, las consecuencias serían muy graves”. A fin de evitar esos “errores”, los equipos cuentan con un arsenal tecnológico que nada tiene que ver con el utilizado hace cuatro años y al que, como se quedó en Irak tras la huida del ‘98, los profesionales consideraran como “perdido”. Estos instrumentos de alta tecnología pueden detectar indicios tan mínimos como microbios o moléculas capaces de probar la existencia de un programa de armas nucleares, bacteriológicas o químicas. Uno de los miembros del equipo revela que “los captores actuales son mucho más sensibles que hace cuatro años. Muchos de los equipos que llevamos son infinitamente más pequeños y se pueden utilizar en el terreno mismo”. Los inspectores de la ONU y de la AIEA llevaron a Irak una suma tecnológica nunca desplegada hasta hoy. Según explicaron a Página/12 los expertos de la AIEA, ambas misiones utilizan una red de vigilancia que asocia cámaras de video de última generación, captores, detectores de partículas, imágenes satelitales y radares. En Viena, la AIEA descarta como “imposible” una situación semejante a la del argumento de la película norteamericana Ocean Eleven, donde, gracias a la manipulación acertada de las cámaras de video de un casino, un comando de ladrones se apodera del tesoro. “Ahora –detalla un ingeniero–, ese esquema es improbable porque cada una de las cámaras de vigilancia está codificada y lleva un número que autentifica su origen. Sería impensable que esas cámaras transmitieran imágenes trucadas.” La Agencia va a instalar poco más de 700 cámaras de supervisión en las zonas sospechosas y éstas enviarán las imágenes directamente a Viena.
Peter Rickwood, uno de los portavoces de la AIEA, adelantó que el equipo de detectives del átomo controlará las plantas con detectores de rayos gamma. La agencia cuenta con 100 instrumentos del tipo Fieldspec, una suerte de scaner portátil que puede detectar la presencia de isótopos radiactivos semejantes al plutonio-239 o al uranio-233. Los técnicos utilizarán igualmente un captor miniatura, el Ranger, que se sirve de la fluorescencia X para descubrir los elementos empleados en la fabricación de armas nucleares. Todo este material ultrasofisticado constituye un “paraguas de precauciones” tendiente a evitar que se reproduzcan los problemas del pasado. A finales de los años 80 y principios de la década de los 90, los servicios de inteligencia occidentales se enteraron de que Irak estaba desarrollando un programa nuclear clandestino calificado como “programa de perfil bajo”. Nadie sospechó jamás que ese “perfil bajo” se acompañaba en realidad de otro mucho más ambicioso basado en el enriquecimiento del uranio mediante un método electromagnético. Los científicos de la ONU lo descubrieron en el curso de las inspecciones que se realizaron luego de la invasión de Kuwait y la Agencia Internacional de la Energía Atómica cayó en el pozo de las críticas. Al parecer, esta institución especializada dependiente de la ONU y cuya misión es precisamente garantizar el desarrollo de la energía atómica sin fines militares no se había percatado de que Saddam Hussein perseguía otros fines. Hubo muchos dirigentes mundiales que hasta pusieron en tela de juicio la existencia y la utilidad de la AIEA. Más de diez años después de ese “incidente”, a media voz, los integrantes de la Agencia denuncian “una manipulación”, una operación “desestabilizadora organizada por los servicios secretos y los círculos militares con objetivos muy distintos a los nuestros”. Creada en 1955, dependiente de la ONU, la Agencia Internacional de Energía Atómica está compuesta por 180 estados y un consejo que consta de 35 miembros. Su razón de ser consiste en velar para que la utilización de la energía nuclear, reservada exclusivamente al ámbito civil, se haga de la manera más segura posible y que, sobre todo, el átomo no sea “desviado” hacia objetivos militares. La AIAIEA no tiene de hecho ningún poder real y muchos le reprochan no haber sido capaz de prever la catástrofe de Chernobyl, impedir la campaña de pruebas nucleares organizada por Francia en Mururoa en 1995 ni tampoco advertir a tiempo sobre la amenaza que representaba el régimen de Saddam Hussein. La AIAIEA es con todo un gigantesco centro de datos, de capacitación y de cooperación técnica en el ámbito nuclear. El organismo realiza un ambicioso programa de inspecciones, auditoría y control del material nuclear (Sistema de Salvaguarda) a fin de garantizar que todo cuanto está bajo su supervisión no se extienda al terreno militar. Si el accidente de Chernobyl empañó su credibilidad, las inspecciones instauradas en Irak luego de la Guerra del Golfo le devolvieron su credibilidad. A diferencia de la misión de la UNSCOM encabezada por Richard Butler, la AIAIEA no fue acusada de ser un “agente” al servicio de los Estados Unidos. A finales de octubre de 1998, Irak echó literalmente a los expertos de la UNSCOM por considerar que éstos eran meros espías de Washington. Los de la AIAIEA, en cambio, permanecieron en Irak sin ser puestos en tela de juicio. Recién dejaron el país el 16 de diciembre, es decir, frente a la inminencia del ataque norteamericano, el operativo “Zorro del Desierto”.
Los historiadores del organismo no ocultan tampoco que, por paradójico que resulte, fue la administración norteamericana la que más contribuyó a la creación de la Agencia. La consigna lanzada en 1953 por el presidente norteamericano Eisenhower, “Atoms for peace”, “Atomos por la paz”, instauró un clima favorable al nacimiento de una entidad en el seno de la cual –otra paradoja más– Estados Unidos tiene un papel preponderante. La cuarta parte del presupuesto de la AIAIEA proviene de Washington. La historia de la Agencia está marcada por la Guerra Fría y por la voluntad de impedir que las naciones del mundo accedan a esa muerte colectiva que es la bomba atómica. En 1968, el famoso TNP, Tratado de no Proliferación Nuclear –firmado hasta hoy por 182 países– se convirtió en la Biblia operacional de la AIAIEA. Sin embargo, sus medios nunca estuvieron a la altura de las amenazas crecientes. Dos crisis mundiales y un hombre iban a cambiar el rumbo: el accidente nuclear de Chernobyl, la crisis iraquí y Hans Blix, el hoy jefe de la misión de la ONU en Irak y en aquella época director de la AIAIEA, transformaron el papel de la Agencia. El drama de Chernobyl desembocó en la creación de un departamento consagrado a la seguridad mientras que la crisis iraquí reforzó el conjunto del dispositivo “antiproliferación”, indispensable para “verificar” que los programas nucleares civiles no escondían proyectos militares. Hasta mediados de la década de los ‘90, el órgano multilateral se “conformaba” con la declaración de buena fe de los países sin extender más allá sus verificaciones. Los ejemplos de Irak y Corea del Norte –ambos países desarrollaron programas nucleares militares– probaron que era insuficiente. La Guerra del Golfo transformó así los estatutos, amplió las competencias de la AIAIEA y tornó más mordaces los controles. Ya no basta una simple declaración. Sus expertos pueden, a pedido de uno de los países miembros, organizar “controles salvajes” a fin de asegurarse de que no existe un programa prohibido, es decir una bomba en preparación.
En esta nueva fase de la crisis iraquí, el sueco Hans Blix, el hombre que le dio alas a la AIAIEA, maneja el conjunto de las inspecciones pero las dos misiones trabajan por separado y hacia un mismo fin. Más que todo el dispositivo técnico llevado a Irak en esta ocasión, los especialistas de la Agencia apuestan por los análisis de las muestras que se extraigan enel terreno. Los laboratorios de la AIAIEA, especialmente el de Seibersdorf, en las afueras de Viena, es el ojo que lo ve todo. En el curso de las inspecciones de 1991, fueron los equipos de la AIAIEA los que encontraron las huellas de uranio en la planta industrial de Tarmiya. Antes de que llegaran los expertos, los iraquíes habían “limpiado” el lugar y cepillado hasta la última piedra. Pero los laboratorios de la AIAIEA dieron con la prueba de que Saddam Hussein tenía un programa nuclear paralelo. Jacques Baute reconoce hoy que “lo más difícil no es contar con la estructura técnica sino acertar con el lugar en donde se debe buscar”. El físico francés al frente del grupo de acción encargado de Irak tiene una idea muy concreta de su labor. Los párrafos de la última resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizan a los inspectores a interrogar a cuanta persona sea necesaria, incluso si hace falta llevarla fuera del país, no le resultan muy adecuados. “Ese no es mi trabajo –dice–. No me veo infiltrando a los científicos iraquíes para interrogarlos luego en el extranjero.” Baute no se hace tampoco demasiadas ilusiones sobre la “honestidad” de los iraquíes. “Hemos visto de todo”, comenta, y al fin agrega: “Diez años de experiencia en Irak muestran que ninguna declaración es verosímil si no se la puede verificar”.

Compartir: 

Twitter

Funcionarios iraquíes muestran a la prensa ayer una declaración sobre armas de 11.807 páginas.
SUBNOTAS
 
EL MUNDO
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.