EL MUNDO › CONDENADO SIN PRUEBAS, EL ARTIFICE DEL TRIUNFO ELECTORAL DE LULA ESPERA LA SENTENCIA

Un golpe duro para el estratega del PT

En un agitado desfile de vanidades exacerbadas, de egos hiperinflados, con demostraciones claras de soberbia y resentimiento por parte de los jueces, el juicio por el mensalao se transformó en un espectáculo circense.

La primera vez que enfrentó un tribunal, José Dirceu tenía 22 años. Era un tribunal militar, en plena dictadura, y el dirigente estudiantil fue condenado a 14 meses de cárcel. El juicio y el tribunal eran de excepción. El reo había sido detenido meses antes, pasó por las rutinarias sesiones de torturas y maltratos, pero a los pocos días fue liberado, junto a otros catorce presos políticos canjeados por el embajador norteamericano Charles Elbrick, secuestrado en Río de Janeiro por militantes de la resistencia. Exiliado en Cuba, Dirceu fue declarado “banido” (desterrado) por la dictadura. Perdió todos sus derechos de ciudadano, empezando por la nacionalidad.

La segunda vez ha sido ahora, acusado de comandar un gigantesco esquema de corrupción. Dadas las peculiaridades del juicio, cargado de fuerte y claro peso político y bajo presión abrumadora de los grandes medios de comunicación, muchos juristas y analistas consideran que, una vez más, el veterano militante ha sido sometido a un claro tribunal de excepción. Fue condenado en base a argumentos e ilaciones.

Ni la acusación, a cargo del Ministerio Público, ni nadie, lograron producir una sola prueba concreta de que Dirceu fuese el jefe de un esquema de compra de votos de parlamentarios. A propósito, siquiera se probó la existencia del esquema: todo fue decidido siguiendo una línea tortuosa de raciocinio. Uno de los miembros del Supremo Tribunal de Justicia lanzó un argumento insólito: dijo que era imposible suponer que, por el poder que tenía, José Dirceu no supiese del esquema de corrupción. Y más: con tanto poder, tenía que ser necesariamente el jefe. Es un buen argumento para una charla de boliche al final de la noche. Es asombroso que sea el argumento de un juez de una corte suprema.

En un agitado desfile de vanidades exacerbadas, de egos hiperinflados, con demostraciones claras de soberbia y resentimiento por parte de los jueces, el juicio –frenéticamente aplaudido por una opinión pública que oscila entre la ignorancia política, el conservadorismo primario y el dejarse encantar por una manipulación sórdida– se transformó en un espectáculo circense. Pero ni modo: pronto se sabrán las penas de Dirceu y de los demás condenados.

¿Sería el final de una carrera política vivida intensamente a cada minuto? En términos electorales, muy probablemente sí. Pero José Dirceu es, en primer lugar y por encima de todo, un animal político. De los que siguen en actividad, quizá sea el más consistente cuadro de la izquierda brasileña en las últimas tres décadas.

Ha sido el artífice de la victoria de Lula en 2002, luego de tres intentos frustrados, y de la estructuración del Partido de los Trabajadores en una agrupación efectivamente poderosa. Hombre de partido y de combate, al llegar a la Casa Civil de Lula (algo así como el jefe de Gabinete), en enero de 2003, culminó una carrera iniciada en la militancia estudiantil y burilada a lo largo de décadas. El muchacho delgado y guapo, de larga melena y discurso rápido, ágil, incisivo e incendiario de los finales de los años ’60, estrella máxima de las asambleas y movilizaciones relámpago en San Pablo, supo curtirse en los años de exilio y entrenamiento en Cuba. Su dudosa aptitud para acciones armadas lo llevó a transformarse en cuadro político de extrema habilidad. Un conspirador como pocos.

En 1975 volvió clandestino a Brasil, luego de una plástica que le cambió los rasgos, se instaló en Londrina, interior de Paraná. Se casó, tuvo un hijo, abrió una boutique de ropas femeninas que justificaba sus desplazamientos para varias capitales de provincia. Hizo todo eso sin que su mujer jamás desconfiara de que era otro su nombre, otra su vida. Que, para los cubanos, era el militante Daniel. Que entre un viaje y otro, mucho más que traer novedades de la moda a la lejana Londrina, llevaba novedades e informaciones a otros grupos resistentes esparcidos por el país y en permanente contacto con Cuba.

Cuando se decretó la amnistía, en 1979, volvió clandestino a La Habana, para deshacer los efectos de la operación plástica. Reasumió su rostro y su nombre, y volvió a hacer política a las claras. Contó la verdad a su mujer, que lo dejó y dice que hasta hoy no se recuperó del espanto.

Perdió el puesto de hombre fuerte del primer gobierno de Lula da Silva (2003-2006), tuvo su mandato parlamentario suspendido por sus pares. Pero mantuvo su poder y su influencia a lo largo de esos siete años lejos de cualquier cargo público. Siguió siendo un articulador político de primera grandeza, y siguió ejerciendo un fuerte liderazgo junto a la militancia del PT y de la izquierda brasileña en general.

Amigos y enemigos, aliados y adversarios, todos reconocen, al unísono, el secreto de mantenerse tantos años en el centro del poder: una disciplina de hierro, una obstinación a toda prueba, una competencia admirable y una capacidad de entrega cabal a un proyecto político iniciado hace casi medio siglo.

Ahora mismo, mientras se desarrolla el juicio que lo condenó, ha sido un articulador importante en las disputas municipales, con destaque especial para San Pablo. Antes, en 2009 y 2010, ha sido fundamental para reunir los apoyos que ayudaron a Dilma Rousseff, que como él vino de la guerrilla que enfrentó la dictadura, hasta llegar a la presidencia del Brasil.

Desde la amnistía de 1979 y luego de la creación del PT, José Dirceu ha puesto toda su capacidad de análisis y de estratega para trazar un proyecto de país. Para tanto, era necesario llegar al poder por la vía ya no de las armas, pero de los votos. Así que no dudó a la hora de diezmar las corrientes más radicales de la izquierda del PT, aglutinar y fortalecer las corrientes más moderadas, estructurar el partido para que dejara de ser un amontonado de liderazgos aislados y se transformase en una fuerza unida.

Ha sido figura clave en la estrategia que llevó a Lula a la presidencia, al dialogar con sectores moderados y conservadores del empresariado y decidir por la presentación de una “Carta a los brasileños”, en que Lula aseguró respetar y mantener ciertos principios de la economía que eran lo contrario de lo que había defendido en sus frustradas campañas anteriores. Si Lula tiene el carisma popular y una intuición política sobrenatural, Dirceu es la capacidad máxima de organización, disciplina, visión estratégica y articulación. Mucho más que por afinidad personal, los dos funcionaron y funcionan con base en la complementariedad. A su manera, cada uno ejerció su parcela de poder.

Ahora, Dirceu se enfrenta a un futuro de brumas. Según la pena, podrá ir efectivamente preso. Ha sido condenado sin prueba alguna. No podrá recurrir: al fin y al cabo, ha sido juzgado por la instancia suprema de la Justicia brasileña.

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Dirceu, declarado culpable de compra de votos en un juicio teñido por la política.
Imagen: EFE
 
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