EL MUNDO

La escena de los ocho patriarcas que hablarán del futuro (de ellos)

 Por Eduardo Febbro

Con el espeso telón de fondo de la reconciliación franco-norteamericana y el “reencuentro” entre el presidente francés Jacques Chirac y el norteamericano George W. Bush luego de la prolongada controversia en torno a la guerra en Irak, la cumbre del grupo del G8 (Estados Unidos, Canadá, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, Japón y Rusia) que comienza hoy en la ciudad francesa de Evian aparece más que nunca como un encuentro en el que chocarán visiones distintas del mundo. Por un lado, la de los propios miembros del G8, divididos sobre temas cruciales; por el otro, la de los “vecinos de enfrente”, es decir, los 13 jefes de Estado y de gobierno de los países emergentes invitados por el presidente francés y hospedados en Suiza, en la otra orilla del lago Leman. Entre ambos están las decenas de miles de los hoy denominados “alter mundialistas”, o sea, la galaxia de ONG, anarquistas, grupos de izquierda, de solidaridad con el Tercer Mundo y de acción ciudadana que abierta y a veces violentamente se oponen a las políticas neoliberales impulsadas por el G8.
En vísperas de la apertura oficial de la cumbre y en una alusión directa a las heridas dejadas por la crisis iraquí, Jacques Chirac expresó su deseo de que las “divisiones” no frenen los trabajos en torno al “orden mundial de mañana”. El anhelo es tanto más difícil de aplicar cuanto que, en primer lugar, el G8 es una caja de resonancia con criterios muy distintos: los países más industrializados no están de acuerdo ni sobre las subvenciones agrícolas y los “dumping” disfrazados, ni sobre la paridad entre el euro y el dólar, ni sobre el tema del medio ambiente, ni sobre la delicada cuestión del acceso a los medicamentos, ni tampoco sobre los organismos genéticamente modificados, los OGM, y menos aún sobre los derivados de la guerra en Irak. A este respecto, la inevitable consejera para asuntos de seguridad de la Casa Blanca, Condoleezza Rice, declaró al vespertino francés Le Monde que “la manera como París planteó el problema (de Irak) causó una gran consternación”. Siempre fina en los juicios que la hicieron célebre, Rice agregó que Francia pareció juzgar “la potencia norteamericana más peligrosa que Saddam Hussein”.
El “diálogo” entre Washington y los europeos a propósito de las subvenciones agrícolas y los OGM sufre de las mismas deficiencias. Un día antes de la reunión, Bush pidió que ambos bloques unieran sus esfuerzos para “levantar las barreras del comercio mundial”. En lo que atañe al embargo europeo sobre los OGM, Bush pidió que el Viejo Continente levantara la moratoria aplicada desde hace varios años y calificó las políticas europeas en la materia como decisiones que “desalientan a los agricultores de los países en desarrollo a utilizar las biotecnologías seguras para alimentar a sus propias poblaciones”.
Resulta difícil imaginar que esta cumbre anual del G8 pueda terminar con decisiones o conclusiones favorables a los países en vías de desarrollo. El presidente francés organizó la cumbre a fin de que ésta se concentrara en los dramáticos problemas de Africa y en
todas aquellas preocupaciones oriundas de los movimientos “alter mundialistas”. La prioridad de la presidencia francesa del G8 es la ayuda pública al desarrollo, pero este y los demás temas son exactamente aquellos que el primer ministro británico Tony Blair y el presidente norteamericano no quieren profundizar. Prueba del interés que esos temas suscitan entre estos dos aliados, por distintas razones Bush y Blair abandonarán la cumbre antes de que esta concluya oficialmente, en un gesto que la prensa francesa analiza como una forma de “relativizar la importancia de este G8” (Le Monde).
En realidad, si el orden del día está compuesto por una agenda que comprende la reactivación económica, la ayuda a los países pobres, la asociación con Africa, el comercio internacional y la lucha contra el SIDA, la reunión del G8 son hoy varias cumbres: la oficial que se celebra en Evian, la “Cumbre por otro Mundo” organizada por los grupos antiglobalización en una localidad vecina y la “cumbre bis”, es decir, el “diálogo abierto” al que Chirac invitó a 13 dirigentes de países emergentes del Magreb, de Asia, de Africa y de América latina (Lula y el mexicano Vicente Fox son los portavoces del continente).
Sin embargo, sin una reconciliación eficaz con la administración Bush ninguna de la prioridades adelantadas por Chirac podrá prosperar. “Los objetivos del G8 son objetivos para el orden mundial del mañana: conciernen el crecimiento, el desarrollo, el medio ambiente, Africa, el agua y un cierto número de problemas que nada tienen que ver con las divisiones que pudieron aparecer”, dijo el presidente francés presentando su programa. Cómo imponer esos temas cuando, conjuntamente, Bush y su secretario de Estado, Colin Powell, dijeron que “no olvidaban” los antagonismos de la crisis iraquí. Hace dos días, en una entrevista concedida al Times, Chirac dijo en sustancia que una guerra sin “legitimidad” no se vuelve “legítima” por el mero hecho de que se la ganó. La pregunta que los comentaristas locales se hacen consiste en decir: ¿cuántas concesiones hará Bush para preservar la unidad ficticia del G8 sin que ello implique que Chirac se lleve lo mejor? ¿Podrá acaso el mandatario estadounidense aprobar en Francia un plan ambicioso de ayuda al desarrollo regalándole así a la presidencia francesa el mérito de lo obtenido?
Chirac asume durante tres días un ejercicio de equilibrista. Aunque goza de una gran popularidad internacional ganada en su oposición práctica a la ofensiva militar contra el régimen de Saddam Hussein, el jefe del Estado tiene que probar que es capaz de influenciar a las demás potencias. Los anti G8 que acampan en los pueblos aledaños y la opinión pública francesa lo esperan con un cuchillo entre los dientes, tanto más cuanto que Francia vive desde hace dos semanas un denso conflicto social provocado por el corte liberal de un proyecto de reforma del sistema de jubilaciones. Con un pie en una huelga general ilimitada convocada por los sindicatos franceses a partir del este martes, la opinión pública se pregunta cómo se puede defender el desarrollo por un lado y, por el otro, hacer que los trabajadores coticen más años para obtener su jubilación. Lo más paradójico de este esquema radica en que, no sin ironía, algunas ONG apodan a Chirac “el Chi” (por el Che) debido a la influencia que ejerció en la ONU para solucionar algunos problemas propios a los países menos desarrollados. El jefe del Estado francés ha llevado muy altas sus ambiciones tendientes a “pensar el nuevo orden mundial de mañana”. Su visión “multilateral” chocará inevitablemente con la primera potencia mundial, Estados Unidos, que mide el mundo con la sola mirada de sus ojos.

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Manifestantes antiglobalización a la espera del inicio de la cumbre de los G8 que repudiarán.
 
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