EL PAíS › QUE HAY DETRAS DE LA DIPLOMACIA DE KIRCHNER Y BIELSA

Las tentaciones del Doctor K

 Por Martín Granovsky

El taxista escuchó la radio, miró de reojo por el espejito y dijo:
–Jefe, éste anda todo el día con el látigo, ¿eh?
En solo una semana de gobierno, Néstor Kirchner se sacó de encima un mote: Chirolita. Le bastaron el discurso del domingo (el más político desde el mensaje inaugural de Raúl Alfonsín en 1983), el service a domicilio en Paraná y Santa Fe y la decisión de mandar a la cúpula del Ejército, una sana costumbre abandonada por los funcionarios el día en que Ricardo López Murphy asumió como ministro de Defensa en 1999.
Kirchner jugó con el factor sorpresa. Muchos habían tomado su discurso contra Carlos Menem y las presiones del establishment como un exabrupto o una torpeza. Error: era una búsqueda de identidad.
En cambio, nadie puede haberse sorprendido por los gestos de Kirchner en política exterior. Ya había producido el hecho más contundente antes, al visitar a Luiz Inácio Lula da Silva y definir que la Argentina tendría una relación política fuerte y cercana con Brasil. En la primera semana de gobierno, Kirchner completó este planteo explicándole a George Bush su idea sobre la deuda. Será incobrable si la Argentina no crece, dijo. Y el jueves envió a su canciller-sorpresa Rafael Bielsa a Brasilia en la primera visita oficial de un funcionario argentino al exterior.
También, claro, Kirchner y Bielsa aprovecharon el clima de fiesta creado por Lula, Hugo Chávez y Fidel Castro, tres personajes muy populares en la Argentina. Especialmente Castro, un político capaz de saludar a todos en el besamanos del domingo y detenerse en Andrea De Arza, la esposa del canciller, sonriente y erguida a pesar del protocolo y las horas de plantón:
–Ah, me alegro, dejaban lo mejor para el final...
Son historias que se contarán por años. En Córdoba, donde acaban de festejar otro aniversario del Cordobazo, entre vino y vino de “La Casa de Salta”, los más veteranos todavía se acuerdan de una anécdota. Hace 30 años, en 1973, a cuatro de la rebelión popular, participó del acto por el Cordobazo el presidente cubano, Osvaldo Dorticós, que había llegado para la asunción de Héctor Cámpora. Quedó la imagen de Dorticós y el líder sindical Agustín Tosco, dos de los oradores. Pero también quedó el cuento de Dorticós caminando con el saco al hombro hacia el palco, tan confiado que no se dio cuenta del huaso que le vaciaba los bolsillos.
–Compañeros, por favor, devuelvan la billetera que chorearon, ¿ah? –tuvo que suplicar el legendario Atilio López por el micrófono.
Y la billetera volvió. Vacía, cuentan los cordobeses. Y se ríen. Intentan quedarse con lo mejor de la memoria. López y Tosco están muertos, pero quién les quita ese día de fiesta.
¿Cómo se recordará dentro de 30 años la primera semana de Kir-
chner? A diferencia de entonces, cuando parecía que la fiesta era el principio del socialismo, hoy está claro que estos días fueron un descanso, un poco de aire, la forma de cerrar los años ‘90 y abrir el proyecto todavía indefinido de una Sudamérica con cierta capacidad de negociación internacional y sociedades con una desigualdad menos nítida que la de hoy.
Por eso, creer desde la izquierda que la Argentina vivió una semana prerrevolucionaria es irreal. Con un agregado: que también es irreal creerlo desde la derecha.
La Argentina se está reubicando en el mundo –lo hizo con el resultado de las elecciones–, pero no formará parte del Eje del Mal que los conservadores norteamericanos auguraban a Lula cuando lo ponían como una cuenta nueva en el collar de Fidel, junto al de Chávez y Saddam Hussein.
La Argentina sólo se unirá a Brasil. Más allá del folklore inicial de Bielsa, que llegó a citar el fax como vía de negociación diplomática, la promesa de una alianza estratégica con Brasil es el hecho determinante de la Era K.
En sus casi 20 años de democracia, la Argentina empezó por la integración política con Brasil. Después vino la integración económica concreta, diseñada sector por sector. Luego la constitución del Mercosur, firmada por Menem y Domingo Cavallo mientras ambos vaciaban de política el vínculo con Brasil porque tanta política fastidiaba las relaciones carnales con los Estados Unidos. Más tarde el Cavallo Bis, inicialmente auspiciado por Chacho Alvarez, atacó la idea misma de Mercosur.
Una chance, ahora, es reconstruir solo el Mercosur.
La otra es recuperar los lazos políticos con Brasil, lo cual significaría tender no solo canales permanentes de información mutua sino posiciones comunes en los principales debates del mundo. Y, naturalmente, acciones comunes frente a unos Estados Unidos que oscilarán entre la indiferencia y la hostilidad, preocupados como están en situar la política internacional dentro de una lógica de guerra: o conmigo, o contra mí.
Las promesas de Kirchner y Bielsa apuntan a la segunda variante. Si la llevan a la práctica, ya no necesitarán buscar identidad con frases sobre los Estados Unidos. La política concreta les dará identidad, a ellos y a la Argentina, y abrirá por sí misma alianzas y conflictos. En su discurso, incluso en campaña, Lula es y fue menos “antinorteamericano” que los argentinos. Quizá no lo necesitaba. Ni Fernando Henrique Cardoso, que compartió con Menem el modelo de adicción al flujo de capitales externos, habló jamás de relaciones carnales. ¿Con sus primeras declaraciones, Bielsa estará queriendo producir lo que Guido Di Tella llamaba, en otro registro político, “shock cultural”? Quién sabe. La única respuesta es la de los hechos. Datos, realidades: ése es el estilo del Partido de los Trabajadores. Lula acaba de presentar la cuestión de las relaciones con los Estados Unidos con una síntesis maravillosa:
–Sin duda, Bush no es el presidente que a mí me gustaría, y seguro que tampoco yo soy el presidente que él desearía, pero tenemos que entendernos –dijo el viernes a los corresponsales extranjeros en Brasilia.
La admiración rencorosa de los argentinos a veces lleva a pensar que la esencia de Brasil es su cancillería, Itamaraty, y que nada cambia nunca entre los vecinos. La alianza política con Brasil sería, entonces, un simple reemplazo de compañía en las relaciones carnales. Suena a lógica de swinger. Es obvio que Brasil anda menos a los tumbos que la Argentina, pero la sola victoria de Lula supuso un proyecto de integración social tan nuevo como fue la eliminación de la esclavitud a fines del siglo XIX. Como ese proyecto necesita de la negociación internacional, Brasil precisa aliados confiables y estables. En ese objetivo reside la búsqueda de una relación nueva con la Argentina. Más allá de las palabras y los escarceos verbales de un gobierno debutante, importa el fondo. Y el fondo es éste: la Argentina necesita a Brasil porque si no carece de socio, mercado y escala; Brasil necesita a la Argentina especialmente como aliado político. La política, y no el comercio, es el principal insumo que puede aportar la Argentina para construir otra relación con el vecino.
Kirchner y Bielsa parecen ir en esa dirección. Ésa es, además, la dirección que les permitirá estar acompañados en la tarea de desmontar las relaciones carnales con Washington. Solos, fracasarán.
Es posible que los Estados Unidos les concedan cierto margen de maniobra. El golpe en Venezuela fue un fiasco y el mundo luce demasiado inestable para sumar un volcán en el Cono Sur de América. Pero si el Alca se convierte en un tema de vida o muerte, y la oposición al Alca también se ve invadida por esa lógica, el margen puede reducirse a niveles dramáticos.
La estrategia actual de Brasil no es añadir conflictos inútiles con la Casa Blanca sino dedicarse a las peleas importantes. Quiere ganar tiempo para recomponer la deuda interna, bajar las tasas de interés, aumentar el consumo y discutir la entrada a los mercados externos. Lula disfruta de una gran suerte en los Estados Unidos. Una suerte triple: Cardoso devaluó en 1999, Brasil no llegó al default y los brokers de Wall Street son ignorantes. Lo fueron cuando esperaban un Lula-Pol Pot, expectativa que jugó en contra del PT pero fue derrotada por éste en la campaña electoral del 2002. Son de nuevo en estos días, cuando festejan su visión ridícula de que en el Planalto se gobierna un Lula-Alsogaray.
Kirchner no tiene esa suerte. Aunque las regalías del petróleo estaban en bancos extranjeros, The Washington Post lo instaló como un peligroso populista y estatista. El nuevo Presidente necesitará tiempo, mucho tiempo, para exportar la imagen de una Argentina razonable. En el medio, dos tentaciones pueden jugarle en contra. Una, que entre en la histeria del establishment y piense que las relaciones carnales son más rentables que una negociación por la deuda gradual, sostenida y con apoyo interno. La otra, que para compensar el acercamiento a los vecinos termine desafiando a Brasil con la falsa idea de que así la Argentina será digna. Sería equivocado pensar que Lula es la reencarnación del sueño imperial en un emigrante del nordeste miserable.

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