EL PAíS › SOBRE EL FENOMENO DE POPULARIDAD DE FIDEL CASTRO

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Llegó, habló, juntó multitudes. Como nunca, el presidente cubano despertó entusiasmos masivos que repercutieron por todo el continente. ¿Qué le pasa a los argentinos con su figura? Cuatro meditaciones –y un apoyo caluroso– sobre las razones del fenómeno Fidel.

CHE, FIDEL
Por Eduardo “Tato” Pavlovsky

Ante cierta “ambigüedad” de algunos intelectuales latinoamericanos que parecen jugar como damiselas a “deshojar margaritas” contigo a raíz de los últimos acontecimientos, necesito definirme políticamente. Alguno de ellos incluso han llegado a firmar dos solicitudes. Una a favor y otra en contra tuyo.
Por eso te digo: soy admirador de la revolución cubana que ha sido un producto exclusivo tuyo y del Che. No hay revolución cubana sin Fidel. Te has aguantado todo. Desde amenazas de atentados, la invasión a la isla y el bloqueo infame. Superaste el período de excepción. Sos el ejemplo vivo de anti-imperialismo más admirable, durante cuarenta y cuatro años. Antes y ahora probablemente el estadista más importante del siglo. La oposición de Miami quiere convertir a Cuba en “la democracia” de los prostíbulos de George Raft y Batista. La democracia de los prostíbulos y de la libertad de mercado. Los conocemos de cerca a los “gusanos” amantes de la libertad. A veces me los cruzo en los festivales de teatro. Latinoamérica entera tiene un nivel de “pobreza” extrema con las “grandes democracias” de la libertad digitadas por el Departamento de Estado. Nunca tuvimos tan extremas diferencias entre pobres y ricos. Nosotros mismos tenemos 22.000.000 de pobres y 10.000.000 de indigentes y una minoría ladrona que sacó 160.000.000 de dólares al exterior. Uno de estos ladrones fue candidato a presidente.
La única justicia social de igualdad de oportunidades para todos en Latinoamérica, la tiene Cuba. La educación y la salud son las mejores del continente. Cuidate Fidel de los intelectuales que “deshojan margaritas”. Ya no deben ser tus amigos. Sos demasiado benevolente con ellos. Muchos han consolidado su prestigio en Cuba. El encargado Jefe de la Sección de Intereses Norteamericanos de La Habana Sr. James Cason realizaba últimamente reuniones político-subversivas en su oficina para preparar acciones que favorecieran la invasión de los norteamericanos a la isla. Nunca el imperialismo fue tan claro en su política expansiva y vos sos un grano imperdonable para los “halcones”. No te perdonarán nunca. Playa Girón la tienen atragantada. Yo te apoyo Fidel en todo. Tengo fe en todas tus medidas por más drásticas que sean. Me comprometo con la revolución y con Fidel Castro. Esto que quede bien claro. Soy ya grande para el “juego ambiguo de deshojar margaritas”. Con la admiración y el afecto de siempre.


POR TENER TANTO EN COMÚN
Atilio A. Boron.

Hay varias razones por las que la visita del presidente cubano Fidel Castro a la Argentina ha tenido tan extraordinario impacto.
En primer lugar, porque si hacemos un poco de memoria (un ejercicio tan infrecuente entre nosotros) deberíamos recordar que desde el triunfo de la revolución, Cuba estuvo invariablemente del lado de las mejores causas del pueblo argentino. Y cuando el criminal desvarío de Galtieri nos condujo a la guerra de las Malvinas el primer país que nos ofreció ayuda fue Cuba, la Cuba de Fidel. Un apoyo no retórico ni discursivo sino bien concreto: tropas, armas, equipamiento, inteligencia militar. Mientras los demás presidentes de América latina agotaban su solidaridad en el inconsecuente reino de las palabras –y uno de ellos, el pérfido Pinochet, nos traicionaba alevosamente–, Fidel nos extendía su mano amiga.
Afortunadamente muchos argentinos no se olvidaron de ese gesto.
Segundo, porque cubanos y argentinos tenemos una relación especialísima, que gira en torno de dos figuras gigantescas de la historia de América latina: Martí y el Che. El primero, una de las cabezas más extraordinarias que produjera el siglo diecinueve a escala mundial, fue durante varios años corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires en Washington. A lo largo de las numerosas columnas que Martí escribiera durante ese lapso analizó con singular lucidez y profundidad los pormenores de la política norteamericana hacia América latina, la inocultable vocación imperialista de ésta, y el riesgo que ella entrañaba para los pueblos de lo que Martí llamara “nuestra América”. Martí es, pues, parte importante de nuestra historia tanto como el Che, figura heroica en la isla y aquí, respetado por la legendaria integridad de su conducta y por la ejemplar coherencia entre su pensamiento y su acción.
Habría muchas otras razones. En homenaje a la brevedad me limitaré a señalar una tercera, también importantísima. Fidel es, junto a Ben Bella, el último sobreviviente de un siglo que junto a horrendas catástrofes también produjo un selecto grupo de grandes estadistas: Clemenceau, De Gaulle, Churchill, Adenauer, Brandt, De Gasperi, Roosevelt, Kennedy, Lenin, Ho Chi Minh, Mao, Tito, Nasser, Gandhi, Nehru, Mandela, Khrumah y unos pocos más. Hoy, la escena internacional nos presenta una constelación paupérrima de personajes que, en el mejor de los casos, pugnan por alcanzar una discreta mediocridad. ¿Cómo comparar la estatura histórica de Fidel con la altura milimétrica de gentes como Bush Jr., Berlusconi, Aznar o Blair? ¿Quién se acordará de ellos en pocos años más, salvo por su participación en las atrocidades perpetradas en Irak y el subsecuente latrocinio practicado en la región? En cambio, de Fidel se seguirá hablando por mucho tiempo. Entre muchas otras razones, por haber sido el jefe del primer movimiento popular que en esta parte del mundo se enfrentó exitosamente al imperialismo norteamericano, y mantuvo incólume la defensa de los principios socialistas contra toda clase de agresiones. Porque en un continente como éste, “plagado de miserias por los Estados Unidos en nombre de la libertad”, como advertía Simón Bolívar, la Revolución Cubana acabó con el analfabetismo, con el hambre y con la injusticia. Con sus logros y pese a los defectos que rodean toda obra humana, Fidel hizo de Cuba una nación digna y soberana, respetada aun por quienes disienten con el proyecto revolucionario, que jamás canjeó su autodeterminación y libertad por una cuota en el mercado azucarero norteamericano o por cualquier otra ventaja económica. Y eso la gente lo sabe y lo aprecia.
Las repercusiones de la visita de Fidel a la Argentina trascendieron de lejos los ámbitos de nuestro país. Me tocó estar ausente esta semana, y pude comprobarlo personalmente en El Salvador, Costa Rica y el Perú. Fue noticia principal en cuanto noticiero de televisión pude mirar, en cuanto diario pude hojear. Las otras noticias resaltaban, en su negativo, las razones por las que Fidel ocupaba las primeras planas: monumental fracaso de la dolarización y éxodo en masa de la población en El Salvador;desesperadas tentativas por continuar, pese a la oposición de las mayorías, con las privatizaciones en Costa Rica; represión y muerte en el Perú de Toledo; el presidente de Panamá anunciando lo que será el acto central de la magna celebración del centenario de la república, toda una lección de civismo: el concurso de Miss Universo. Corte, publicidad y, enseguida, imágenes de Fidel sacando fotos desde arriba de una mesa o arengando a una multitud en medio del frío otoño porteño, desde las escaleras de la Facultad de Derecho. Con las cosas que hay que ver, ¿cómo no va a causar conmoción la visita de Fidel?


DEL THERESA AL FOUR SEASONS
Maria del Carmen Feijoo Docampo *.

Basta que en Nueva York un visitante extranjero tome un taxi al Norte del Central Park para que, si el taxista es latino, no deje de mencionar el icono que perdura en Harlem, el Hotel Theresa, inmortalizado en la historia por ser el hotel donde se alojó Fidel Castro cuando visitó la ciudad para ir a la Asamblea de la ONU en el año 1960. Ese modesto hotel, enclavado en el corazón del barrio negro, forma hoy parte de la historia de la comunidad latina de la ciudad; a veces, ir a verlo implica un rodeo pero no hay forma de convencer a dominicanos, haitianos y centroamericanos de tomar otro camino. La mole evidencia un hotel clásico, casi una atalaya que mira a ese barrio que sólo Spike Lee logra describir en toda su enorme complejidad. Por supuesto que no se trata de que los taxistas sean castristas o anticastristas, simplemente reconocen que esa presencia implicó un signo, un guiño, a la América mestiza de la cual todos formamos parte y en la que arraigan su identidad, sea cual fuese el número de años que lleven en Nueva York. Por decirlo de otra manera, los taxistas de Nueva York son fieles al recuerdo de Fidel, tal vez porque como José Martí, “viven en el monstruo y conocen sus entrañas”.
Dicen las crónicas de la época que Fidel Castro se alojó en ese hotel, lejano del corazón del poder internacional de la ciudad, porque otros hoteles le habían negado el alojamiento. En un gesto afirmativo, de compromiso y solidaridad con la lucha del pueblo negro, se instaló en Harlem. Recordemos, al pasar, un hecho no menor, el de que en 1960 no se había producido aún el apogeo del movimiento de derechos civiles que puso fin a la discriminación racial a mediados de esa década. Ya en ese temprano momento, se entrevistó con Malcom X y todavía se recuerda ese encuentro, en la forma de una remera estampada, la forma en que parte de la historia no oficial se transmite a las jóvenes generaciones. Señaló en su momento el dirigente negro que durante el tiempo que el doctor Castro estuvo en Harlem, gracias a los nacionalistas y a los musulmanes, no hubo disturbios ni desórdenes en esa zona de la ciudad. Algo similar a lo que ocurrió aquí en los alrededores de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

El Theresa de Buenos Aires es el Four Seasons que, a diferencia del primero, está enclavado en el corazón más aristocrático de Buenos Aires; más aún, que aprovecha parte de la construcción de una vieja mansión de la oligarquía argentina como parte de su estructura edilicia. En ese hotel ha recibido el cariño del pueblo argentino, seguramente no todo castrista, pero que más allá de esa identificación encuentra en su figura el símbolo de la resistencia permanente hacia un imperialismo cada vez más agresivo. Para los argentinos, la visita del presidente cubano es, como para Harlem, el reconocimiento de una identidad latinoamericana, de la cual alguna vez nos desviamos, creyéndose algunos que todos éramos altos, rubios y de ojos azules. En los taxistas, el viaje hasta el hotel despierta simpatías por la figura que se aloja en él. Seguramente, ellos van a preservar esta memoria, frente a cada pasajero que lleven y tal vez le sean tan fiel como lo son los taxistas neoyorquinos. Después de todo, no es poca cosa que corra un nuevo aire que permita afirmar la soberanía nacional.

· Secretaria ejecutiva, Consejo Nacional de Coordinación, de Políticas Sociales, Presidencia de la Nación.


UN PROTAGONISTA DE LA HISTORIA
Pablo Daniel Muse *.

Promediaba el mes de marzo y el régimen cubano, Fidel Castro y la Argentina comenzaban a transitar los primeros capítulos de una novela que tuvo su epicentro el pasado 25 de mayo, fecha tan significativa para todos los argentinos, en general por festejarse otro aniversario de la Revolución de Mayo y en particular en 2003 por consagrar la asunción al Poder Ejecutivo de la Nación a otro Presidente, Néstor Kirchner, que arriba a esa instancia de manera constitucional, revalidando así el compromiso democrático asumido desde el año 1983 por el conjunto de actores que conforman la vida política, social y económica del país.
Al comienzo del párrafo anterior se nombró al mes de marzo como un inicio de un capítulo de novela y la razón fue que el gobierno del ex presidente interino Eduardo Duhalde, en la votación en la Asamblea de la ONU para determinar si el régimen castrista debía ser sancionado o no en materia de derechos humanos, dio un vuelco a la historia reciente manifestando la abstención del caso, un cambio rotundo de dirección. Este hecho sucedió en plena campaña electoral y reflejó las distintas posturas que debieron tomar los protagonistas y sus especialistas en materia de relaciones exteriores.
Como se había marcado, el epicentro ocurrió, el domingo más importante de este año cuando asumió Néstor Kirchner de estilo “progre-peronista” y continuó el lunes con el discurso del líder cubano en las escalinatas de la Facultad de Derecho, en donde se agolparon una gran cantidad de espectadores para disfrutar de un acto histórico.
Deteniéndonos en su figura, Fidel Castro, carismático y determinante, genera por sí mismo energías contrarias, de aceptación o de rechazo, pero lo innegable es que es un “protagonista de la historia” de América latina de los últimos cincuenta años y en este sentido los concurrentes sintieron la necesidad de ver y conocer a un “personaje emblemático y controvertido”, más allá de las convicciones, de las ideologías y del pensamiento político. Una personalidad que mantuvo sus creencias políticas inclusive cuando la Unión Soviética se desmoronara al compás de la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, lo vivido el lunes 26 de mayo nada se acercó a un acto partidario o a una campaña pro-Cuba.
Una de las razones de la adhesión de la gente a las frases enunciadas por el líder se denota en que la Argentina viene de superar una crisis interna, tal vez surgida ésta de diez años de neoliberalismo económico que generó foros de discusión en todo el mundo sobre si los países en desarrollo deben seguir las reglas dictadas por los organismos financieros internacionales. La ebullición causada por la visita de Fidel Castro, Hugo Chávez y Lula, viene aparejada por un “sentimiento anti-Estados Unidos” generado a partir de la invasión a Irak que alteró la visión de los ciudadanos respecto de las facultades de un Estado que se posiciona como garante del orden mundial.
Es menester destacar que estuvimos frente a un “símbolo de madurez política” de la ciudadanía argentina dado que no debimos sufrir ni lamentar hechos de violencia en ninguna de sus tantas expresiones.
En conclusión, se rescata la validez del acto como una enseñanza de que las ideas de izquierda, centro y derecha pueden y deben convivir en un pluralismo político que agudizará el debate y fortalecerá las bases de la cultura política de la Nación.

· Politólogo, Profesor de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad del Salvador.


FIDEL COMO TESTIGO
Horacio Gonzalez.

Fidel Castro reviste para nosotros la condición esencial del testigo. En primer lugar, testigo de cuatro décadas de política mundial y argentina. Fueron y vinieron las épocas y él allí. Todavía allí, severo patriarca y adalid acosado. Ante ese testigo que siempre estuvo en su lugar mientras el resto se hacía pasajero, lo tomamos como una esfinge que nada ahorra en su locuacidad. Trae a Buenos Aires su espejo enterizo, apaisado. Allí desfilaron los bosquejos amenazantes o propicios de la historia contemporánea. No podemos dejar de confrontarlo con nuestro astillado espejo nacional.
Pero también viene para descifrar sus propias incógnitas. En la Facultad de Derecho, en el traslado desde el aula hacia la avenida Figueroa Alcorta, representó el drama formativo y el itinerario de la Revolución Cubana: del inquieto claustro estudiantil a la plaza de los discursos largos. En ese discurso extraño, sorprendente, quizá de despedida, se postuló un naturalismo científico, un evolucionismo educativista, un humanismo planetario.
Guevara resurgió de ese discurso como médico arquetípico; Darwin como una mención inesperada; el Sol como símbolo de las ideas; la educación y la alfabetización con una notable cercanía a lo que hace más de un siglo había escrito Sarmiento en La educación popular; las ideas como “fuerzas morales” de un modo que no evita que recordemos muy especialmente a José Ingenieros y la realidad científico-técnica como una herencia que debe ser acogida en nuevas “sociedades de conocimiento”, ese redescubierto (aunque improbable) síntoma de la igualdad.
Alusiones muy antiguas y muy modernas que culminan con una redefinición del dudoso concepto de “capital humano” y del un poco más aceptable de “calidad de vida”. Luego del cuidado de los justicieros usufructos terrenales, la vida en su verdadera calidad se realizará en el sentido del “honor y el patriotismo”. Podemos interpretar estos últimos dichos del “Fidel positivista” como una resolución del enigma guevariano de los estímulos morales y los estímulos morales. Entiéndase que lo decimos impresionados por el enorme tamaño de su búsqueda, que quizás sólo en la textura sentimental e ideológica de la historia argentina puede ser mejor comprendida.
El testigo vino a decirnos, luego de una espera de muchos años, que Guevara tenía razón, que el alimento es la educación y la educación son las ideas, pero que todo se hace para llegar a ellas, pues son los “estímulos morales”. Para decirlo tuvo que explicar las investigaciones científicas sobre el dengue hemorrágico y la educación para niños diferenciales, y fusionó en el súbito concepto de humanidad un trayecto naturalista educativo y otro propio de la moral de los paladines.
Es una heráldica que pega en el corazón irresuelto de la historia de las ideas argentinas. Dilema para el que siempre hay anfiteatros dispuestos escuchar lo que de otro modo no se les dice. El drama en el que está envuelto Fidel como testigo interesa tanto o más que tales o cuales de sus aseveraciones específicas. Toca una napa profunda de la memoria intergeneracional argentina, porque si Cuba es una lejana provincia sentimental que nos incumbe, Argentina es un departamento afectivo al que la imaginación cubana recurre una y otra vez porque también siente que contiene partes capitales de su historia moderna.

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