EL MUNDO › OPINION

Una elección presidencial

 Por Claudio Uriarte

La lucha por la gobernación de California se ha convertido en una especie de megaprimaria extraoficial hacia las elecciones presidenciales de noviembre de 2004. No: no es que Arnold Schwarzenegger –que nació en Austria– pueda llegar a la Casa Blanca (salvo en el improbable caso de una reforma constitucional a su poderosa medida), sino que su victoria o derrota –y en el caso de la primera, el éxito o fracaso de su desempeño– pueden ayudar o debilitar las posibilidades de que George W. Bush sea reelecto en esa fecha. Bush, nada casualmente, está de gira por California en estos días (aunque en plan de perfil bajo), mientras Bill Clinton, su predecesor, también está incursionando en las políticas del decaído “Estado dorado”. Pero las cosas no son tan simples como podrían deducirse de esta aproximación: cada desenlace tiene un contradesenlace posible, y el debate sobre qué conviene más a cada uno cruza totalmente las líneas partidarias.
A pesar de sus ribetes de payasada (como las candidaturas del pornógrafo paralítico Larry Flynt, de estrellas porno y del propio Schwarzenegger), las elecciones de California son un ajedrez muy complejo. Primero, está el golpe de Estado en marcha del Partido Republicano contra el gobernador demócrata Gray Davis. Para la Constitución de California, basta el petitorio de una minoría ínfima del padrón electoral para convocar una “recall election”, en que el gobernador puede ser retirado de su puesto y otro elegido en su lugar. Eso se logró, dada la popularidad en caída libre de Davis y del dinero invertido por el millonario republicano Darrel Issa, el rey de los sistemas de alarma antirrobos. Pero el proceso no ha hecho más que comenzar. El 7 de octubre, cuando los californianos vayan a votar, tendrán una papeleta con dos secciones: la primera es para decidir si Davis debe irse o no; la segunda, en caso en que la opción sea echarlo, para decidir quién debe sucederlo entre los 135 candidatos que se postulan para reemplazarlo (ya que el umbral californiano de firmas y dinero para poder ser candidato también es inusualmente bajo).
Por un momento, se pensó que los demócratas (salvo excéntricos como Flynt) podrían cerrar filas con Davis para frenar el intento de derrocar al gobernador e instalar a otro con lo que puede ser menos del 20 por ciento de los votos (ya que la Constitución californiana tampoco contempla una segunda vuelta). Pero Davis (que ciertamente hace honor al gris que declara su nombre de pila) no tuvo esa suerte: su segundo, el vicegobernador latino Cruz Bustamante, se proclamó candidato. Eso también parecía inaugurar un panorama fácil: la deserción de Bustamante y el deterioro de Davis parecían abrir el camino a la dispersión del voto demócrata y al previsible triunfo de Schwarzenegger, de lejos el más conocido y carismático de los candidatos. Pero eso tampoco salió de acuerdo al plan: Schwarzenegger, que confronta con la derecha republicana por su apoyo al aborto y los derechos de los homosexuales, trató torpemente de compensar esa desobediencia con su respaldo a la Proposición 187, en que los californianos decidieron cortar los servicios de salud a los inmigrantes ilegales. Consecuencia: la intención del voto latino a Bustamante subió, y ayer una encuesta mostraba al vicegobernador con tres puntos de ventaja sobre Terminator (25 a 22 por ciento).
El fondo del asunto está en la crisis californiana. La octava economía del mundo se resintió gravemente del desinfle de la burbuja tecnológica de los 90, y después de los cortes de ayuda federal determinados por el déficit presupuestario y por el cálculo de Bush de que el Estado, predominantemente demócrata, votaría contra él en 2004 de cualquier manera. Pero ahora no está tan seguro. Por un lado, un triunfo de Schwarzenegger podría revitalizar la imagen cada vez más sombría del Partido Republicano, crecientemente atrapado entre la recesión nacional que contribuyó a precipitar y el lento goteo interminable de bajas en Irak. Pero eso, claro, si Arnie tiene éxito en encaminar las finanzas delEstado. ¿Y si no lo tiene? Después de todo, gran parte de los problemas de Davis se originan en Washington, no en Sacramento.
De allí, la segunda escuela de pensamiento de la Casa Blanca: apoyar la continuidad de Davis para poder presentar California en 2004 como un caso servido en bandeja de incompetencia demócrata. En cualquiera de los dos casos, hay que recordar que California, primer Estado de la Unión, es el que aporta la mayor cantidad de votos al Colegio Electoral que finalmente elige al presidente. Y en esto ha terciado Clinton, que está asesorando a Davis sobre cómo conservar su puesto. Por eso Bush mantiene, por el momento, un prudente silencio sobre su opción final.

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