EL MUNDO › COMO NIXON Y KISSINGER TRAMARON EL 11-S DE CHILE

“Arruinaremos la economía. El plan debe estar pronto”

Esta semana se cumplieron 30 años del sangriento golpe de Estado que derrocó al socialista Salvador Allende en Chile. Las heridas, como se vio en los enfrentamientos de la noche del jueves, permanecen abiertas. En estas páginas, dos documentos para la memoria: la crónica de la conspiración estadounidense contra Allende y un reportaje a un alto representante diplomático estadounidense en Santiago en esa época.

Por Rosa Townsend *
Desde Miami

El 27 de junio de 1970 Henry Kissinger dejó claro durante una reunión del Consejo de Seguridad Nacional que la democracia chilena era un estorbo para los objetivos de Estados Unidos: “No veo por qué tenemos que permitir que un país se haga comunista tan sólo porque su pueblo sea irresponsable”, dijo. Debatían esos días la estrategia para impedir, a cualquier precio, que Allende se instalara en La Moneda, tal y como lo había logrado impedir la CIA en las elecciones de 1964. Pero esta vez era distinto. Allende era muy popular, parecía imparable. Y lo fue, a pesar de la intensa campaña contra él del espionaje norteamericano. La victoria en las urnas el 4 de septiembre acabaría convirtiéndose en su sentencia de muerte, tres años después.
Las directrices para eliminarlo políticamente partieron de la propia Casa Blanca. Richard Nixon ordenó montar una operación clandestina para desestabilizar el país que debía culminar en un golpe de Estado a manos de los militares de extrema derecha. En el afán del presidente de EE.UU. por exterminar el comunismo, el socialista que iba a asumir el poder en Chile representaba una amenaza “inaceptable”. Así se lo hizo saber Nixon a su receptivo secretario de Estado, Kissinger, y al jefe de la CIA, Richard Helms, cuando despachaban en la Oficina Oval el 15 de setiembre de ese año. “La embajada no tiene que participar. Hay 10 millones de dólares a nuestra disposición, más si es necesario. Plena dedicación, con los mejores hombres que tenemos. Hay que arruinar la economía. El plan tiene que estar listo en 48 horas”, anotó Helms. Sus apuntes forman parte de más de 1.500 documentos desclasificados de la CIA que permiten recomponer la trama norteamericana de acoso y derribo contra Allende.
El “plan Kissinger” lo coordinaría un grupo selecto desde el cuartel general de Langley, a espaldas del Departamento de Estado, y bajo la supervisión directa de Thomas Karamessines, el jefe de operaciones clandestinas de la CIA. En un cable secreto el 16 de octubre Karamessines trasladó en detalle las órdenes de Kissinger al jefe de estación de la CIA en Santiago, Henry Hecksher: “La política establecida y continuada es que Allende sea derrocado mediante un golpe. Sería preferible que ocurriera antes del 24 de octubre, pero los esfuerzos para lograrlo continuarán pasada esa fecha. Seguiremos ejerciendo las máximas presiones y utilizando todos los recursos apropiados para alcanzar el objetivo. Es imperativo que estas acciones se realicen de forma clandestina y segura, para que el USG (Gobierno de EE.UU.) y los norteamericanos queden a resguardo. Ello nos obliga a ser muy selectivos al hacer contactos militares”.
Contaban con una amplia red de contactos en las filas más derechistas del Ejército, pero el hombre clave, el jefe de las Fuerzas Armadas, el general René Schneider, les había dado la espalda porque acataba la Constitución. Ese desafío le convirtió en el principal objetivo. Hasta hoy, nadie sabe a ciencia cierta si su asesinato el 22 de octubre de 1970 fue planificado o accidental, al haberse resistido a los secuestradores. De lo que no hay duda es de que “inauguró un período de asesinatos políticos que no se conocía en Chile”, señala Felipe Agüero, un profesor de la Universidad de Miami de origen chileno. “Estados Unidos no tuvo una intervención directa, pero creó el clima propicio. Lo hizo de forma perversa. Aunque la situación estaba tan polarizada que con o sin intervención americana hubiera habido golpe”.
La CIA confiaba en que el secuestro de Schneider provocara tal caos político que los militares se alzarían y el Congreso abortaría la votación para confirmar a Allende. La conspiración fracasó y Allende fue declarado presidente, pero los planes para abatirlo prosiguieron desde tres frentes, político, económico y mediático. En este último la CIA montó una campañaque abarcaba desde la financiación de publicaciones (al menos dos millones de dólares fueron para El Mercurio o programas de radio, a la ubicación de miles de artículos en distintos periódicos dentro y fuera de Chile (la propia Agencia contabilizó 627 sólo en el lapso de dos meses antes de la toma de posesión, según reflejan los papeles desclasificados.
EE.UU. recortó la ayuda económica, negó créditos, ayudó a fomentar huelgas en el transporte y la minería y logró en parte que las instituciones financieras internacionales cooperaran en la “opresión” de la economía chilena. Paralelamente destinaron más de 4 millones de dólares a la oposición, especialmente al Partido Nacional y a la organización ultraderechista Patria y Libertad. Los militares encabezados por Augusto Pinochet se encargaron del resto.
“EE.UU. cometió muchos errores en nombre del anticomunismo, apoyando a dictaduras, no sólo a la de Pinochet”, señala Ambler Moss, ex embajador norteamericano en Panamá y director del Centro Norte-Sur de estudios latinoamericanos en la Universidad de Miami. “Pero todo ha cambiado desde la caída del Muro de Berlín; pardójicamente el gran símbolo de ese cambio fue el 11 de septiembre de 2001, ese día Colin Powell firmaba la carta de democracia de la OEA. Es una vuelta de página que espero que dure”.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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Una de las fotos emblemáticas del golpe: tropas del ejército chileno disparan contra el Palacio de La Moneda el 11 de septiembre.
 
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