EL MUNDO › OPINION

Hartos de tener miedo

 Por Inés Ichaso

Desde París

El ambiente en París ya venía pesado. Desde hace rato. En las veredas, en los periódicos, en el metro, en la radio. El aire es denso. Los caminantes nos cruzamos y nos medimos, constantemente. De arriba abajo. De dónde venimos. A dónde vamos. Con una sonrisa de cortesía, incluso amable, o con desprecio evidente: ¿de dónde venís? ¿De dónde viene tu acento? A veces resulta necesario, para tomar un respiro y hablar en un tono de voz, digamos, argentino, caminar por ciertos barrios, incluso por las zonas insoportablemente turísticas, el Pont des Arts cortazariano, el Sacre-Coeur con su futbolista estrella, el quai d’Austerlitz con sus novios asiáticos tomándose fotos. Así nadie nos reta.

Sí. Creo que todos los habitantes de esta ciudad magnética lo venimos sintiendo. Y de repente ayer, en un corte brutal de todo tipo de cotidianidad, nos enteramos de los asesinatos del personal de Charlie Hebdo. Mi rutina, trabajar en la biblioteca después de atravesar la bruma y la ciudad en la bici, se interrumpió a eso de las 13, cuando recibí el mensaje de mi hermano, en Buenos Aires: “Uf, tremendo lo que pasó allá, ¿es cerca de tu casa-facultad?”. Ya había sucedido el ataque. Pude haber escuchado los tiros, pero nadie espera escuchar tiros en París, así que no lo hice. Todavía eran once los muertos oficiales. Las redes sociales ya empezaban a enarbolar la línea “Yo soy Charlie”, todos los diarios de todo el mundo reproducían las pocas informaciones disponibles, las mismas, los comentarios en línea se multiplicaban, las condolencias, los odios y los homenajes se siguen multiplicando. Fue emocionante ver la Place de la République llenarse de miles de manifestantes en shock porque el blanco de los atentados ha sido uno de los valores más preciados de este país: la libertad de prensa. Todos eran Charlie en contra de este ataque atroz e injustificable. Pero ya más tarde, en la radio France Inter, la pregunta era: ¿y cómo seguimos?

Desde mi subjetividad de migrante siento que la encrucijada se vuelve peligrosa, si no la venía siendo ya. Porque, compartiendo lo que leí en uno de los tantos escritos que circulan, ser Charlie puede implicar ser la Europa blanca de cierta ideología podrida, y el rumor subyacente de muchos comentarios es “fueron los musulmanes”, y el colmo llega con el tuit de Marie Le Pen proponiendo un referéndum para considerar reinstalar la pena de muerte. No alcanza con que los líderes políticos llamen a la unidad y exhorten a pensar que las muertes no fueron una cuestión de religión. Ya fueron atacadas mezquitas y sitios de culto en distintos lugares de Francia. No es de extrañar, tampoco, que esto suceda. Ya ha sucedido en casos similares.

Hoy a la mañana llovía, y tomé el metro, y vi a la gente triste. Cansada de estar triste, de tener miedo. Con las defensas por el piso. El mensaje en los altoparlantes que nos compelía a estar atentos a cualquier actitud sospechosa compartía el hastío en francés, en inglés, en español y en chino. Mismo el hombre de seguridad que revisó mi mochila lo hizo con desgano (un desgano minucioso), harto de tener que controlar a cada persona que entra a una biblioteca pública. Creo que la gente hoy está cansada de tener que soportar una vida de violencia encubierta. Está corroída por el modo de alerta constante. Creo que ayer algo se quebró, y que quedamos un poco al desnudo con nuestros prejuicios, nuestras enormes ignorancias, nuestras emociones aceptadas y no tanto. Desnudos frente al otro que tenemos enfrente, que también está triste, también está harto.

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