Los atentados jihadistas perpetrados en París la noche del 13 de noviembre de 2015, en los que murieron 130 personas, modificaron profundamente la vida cotidiana de los franceses, que viven en alerta máxima desde entonces.
Con las heridas del atentado de enero de 2015 contra el semanario Charlie Hebdo aún abiertas, el terror jihadista volvió a apoderarse diez meses después de la capital francesa con ataques simultáneos en lugares de ocio y en una sala de conciertos. Era el escenario que más temían las autoridades. El ataque de Niza del 14 de julio, que acabó con la vida de 86 personas, incluyendo varios niños, y el degüello unos días después de un cura en una iglesia de una pequeña localidad del noroeste dieron una dimensión nacional a la amenaza.
La repetición acentuó el efecto traumático. Pero sin duda los atentados del 13 de noviembre “marcaron un antes y un después”, señala el neuropsicólogo Francis Eustache. “Después de los atentados de París comencé a evitar los lugares con mucha gente o los monumentos emblemáticos”, cuenta Yhoan, de 31 años, y confiesa “sentir ansiedad” cada vez que oye sirenas. Desde el “13-N”, los uniformes invadieron el día a día de los franceses, lo que exacerba el sentimiento de amenaza. Hay 100.000 policías, gendarmes, militares y reservistas desplegados en todo el país.
Las escuelas –uno de los objetivos potenciales del EI– reforzaron su seguridad. Los niños, incluso los más pequeños, son instruidos para saber qué hacer en caso de ataque. Y se decidió autorizar el cigarrillo en los patios de los institutos secundarios, para evitar que los jóvenes se agrupen frente a los establecimientos para fumar.
Otros gestos ahora son comunes: pasar por un detector de metales o mostrar el bolso a un guardia al entrar en el cine, una tienda o un museo. “Si hace unos años me hubieran dicho ‘abrí tu bolso para ver qué llevás adentro’, me habría sorprendido. Ahora soy yo la que lo abre de forma natural”, cuenta Isabelle, una parisina de 53 años.
Otra consecuencia inmediata fue la instauración del estado de emergencia, una medida de excepción bajo la cual las autoridades pueden realizar registros y aplicar el arresto domiciliario sin necesidad de una orden judicial. Ya hubo más de 4000 redadas bajo este régimen y 89 personas siguen en arresto domiciliario. Algunas asociaciones denuncian un retroceso de las libertades individuales en el país.
Además, los atentados agravaron la estigmatización de la comunidad musulmana francesa, que tiene unos cinco millones de personas. “El contexto favoreció un aumento de las agresiones verbales contra los musulmanes”, afirma Etienne Allais, miembro de SOS Racismo. 
“La sociedad francesa vive una situación inédita para las sociedades occidentales desde la Segunda Guerra Mundial”, estima el sociólogo Jérôme Truc. “Una situación ‘ni de guerra, ni de paz’ de la que necesitará un tiempo para salir y medir las consecuencias.”