EL MUNDO › UNA RECORRIDA POR LAVAPIES, EL LUGAR DE LOS ARRESTOS

El miedo en el barrio árabe

Por Patricia Ortega Dolz*
Desde Madrid

En los pequeños corrillos que se formaban a las puertas de los pocos comercios de marroquíes que abrieron el lunes en Lavapiés, el barrio más multiétnico de Madrid, resonaba una palabra: “Jov”, “miedo” en árabe.
La segunda comunidad inmigrante de la capital, con casi 24.000 personas (son el 10% de los 600.000 extranjeros), permanece oculta en la ciudad. Lavapiés, su barrio por excelencia y el mismo en el que el pasado sábado detuvieron a tres de sus compatriotas por su presunta implicación en los brutales atentados del jueves, vivía ayer una jornada anormal. “No me atrevo a ir solo por la calle. Ayer (por el domingo) nos pegaron en Aluche, en un bar donde nos solemos reunir siempre. Nos decían: ‘Después de lo que habéis hecho, ahora venís a reíros de nosotros’. Nos fuimos sin decir nada porque las cosas están muy tensas y puede ocurrir cualquier cosa. Nosotros no queremos problemas”, explicaba ayer Abdel.
Hace cuatro días la mayoría de ellos salió a la calle con sus familias, para manifestarse en contra del terrorismo y solidarizarse con el dolor de los familiares de las víctimas de los atentados. Ahora no se atreven a ir solos por ahí “por si acaso”.
Y hace también cuatro días la mayoría de ellos conocía, sobre todo, a dos de los detenidos, aunque nada les hacía sospechar. “Eran dos hermanos de Tánger. Eran buena gente y eran muy conocidos. Llevaban en el barrio por lo menos ocho años y habían tenido varios comercios. Primero una ferretería, luego una tienda de comestibles y después la tienda de teléfonos. El tercero (Jamal), el que tiene antecedentes penales, había llegado a trabajar con ellos hace sólo cinco meses, para liberar tarjetas porque sabía de informática.” El miedo a la generalización y la posibilidad de un brote racista como el de El Ejido “o peor” les aterra y el lunes, frente al habitual trasiego de magrebíes en el barrio, la mayoría permanecía encerrado en sus casas. “Fíjese lo que pasó en El Ejido cuando mataron a una chica. Imagínese lo que puede suceder ahora aquí, que han matado a 200 y hay miles de heridos. También son nuestras víctimas. Nosotros vivimos aquí y lo compartimos todo: lo bueno y lo malo. También son nuestros muertos y ahora nos convierten en sus verdugos. No estamos acostumbrados a que nos llamen asesinos por la calle", decía visiblemente afectado el dueño de una tienda de alfombras.
Hassan, nacido en Tetuán hace 36 años y nacionalizado español, accede a dar un paseo con la periodista, aunque advierte que la gente está muy asustada y que no sabe cómo van a reaccionar.
“Esta mañana han insultado a una mujer con carrito en la plaza de Tirso de Molina. A un amigo mío le han escupido por la calle y a otro, que es albañil, sus propios compañeros le han dado de lado”, cuenta en el trayecto.
El recelo de las miradas y los ojos esquivos son la forma de saludar al extraño. “¿Es periodista o es policía?”, le preguntan a Hassan.
–Es periodista, pero y si fuera policía ¿qué? –responde.
–Está la cosa muy mal. Nos miran mal, como si hubiéramos sido nosotros, dice uno, al final. Los musulmanes suman ahora al dolor de la pérdida de amigos, conocidos, compatriotas o conciudadanos, el temor a ser atacados por las calle. “Es como decir que todos los españoles son etarras”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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