EL MUNDO

Volver a despertarse

 Por Rodrigo Fresán

Página/12
en España

Desde Barcelona

En España la vida continúa –esa es la idea, la intención, la necesidad– pero la muerte sigue estando ahí, en todas partes. El martes ha sido el día de misas y funerales multitudinarios transmitidos en vivo y en directo, de concentraciones masivas en las diferentes barriadas donde hubo mayor cantidad de muertes, de mirar por televisión cómo los familiares salen de los tanatorios abrazando bolsas con las pocas pertenencias materiales –súbitamente ascendidas a reliquias– de los que se han ido. Y nadie se olvida de que todavía permanecen internadas 243 personas, 34 de ellas muy graves y 11 en estado crítico.
El martes ha sido, también, el día del deshielo y del fin de la tregua. El luto –cuando se trata de la política– suele ser breve, durar lo justo, y así hoy comenzaron a oírse chirridos de parte de los perdedores. Se repite una y otra vez que los españoles no votaron pensando en los últimos ocho años sino en aquellos últimos tres días antes de las elecciones y después de las bombas. La más explícita de todas fue la ministra de Educación Pilar del Castillo, todavía en funciones (alguna vez militante de izquierdas y ahora célebre a la hora de una resistida reforma universitaria y del incremento de la educación religiosa en primarios y secundarios, así como por el constante uso de unos modelitos sastre que la periodista Maruja Torres definió en su momento como “de línea Peter Pan”). Del Castillo no dudó a la hora de afirmar que “se ha hecho un uso irresponsable, manipulador y descarado de los sentimientos del dolor”. Lo mismo se ha sugerido de forma más velada en las respectivas reuniones de los comités del PP en Andalucía, Cataluña y País Vasco, donde los alguna vez populares Populares fueron especialmente golpeados. La idea parece ser juntarse para consolarse al calor de las encuestas anteriores al jueves, donde la máxima complicación habría sido no haber logrado la mayoría absoluta. Mariano Rajoy –siempre elegante y deportivo– optó por un “se ha votado con gran emotividad” y lo cierto es que su figura inspira cierta piedad. No parece una mala persona y hay que cruzar las riendas para que –más allá de los apoyos incondicionales que ahora le juran sus allegados– aguante al frente de un partido que necesita urgente un lavado de cara.
Y de todos los anuncios que ha hecho Zapatero –entre los que se incluyen su intención de formar un gobierno “monocolor” y sin ministros de otras formaciones con las que conversaría y pactaría para cuestiones puntuales, así como que aceptará reformas a los estatutos de las autonomías dentro del marco constitucional–, nada causó más alivio e irritación que sus palabras en cuanto al retiro de las tropas españolas de Irak para el próximo junio, apenas asumidas sus funciones de jefe de Gobierno. Los responsables del PP –quienes ya tenían listo el recambio de soldados comandado por el ministro de Defensa Federico Trillo, quien se emociona cada vez que ve un uniforme y se considera estratega y vencedor de la Guerra del Islote Perejil– no demoraron en señalarlo como un error ya que, dicen, constituiría una victoria de los terroristas, quienes verían legitimado su método de pongo bomba y me hacen caso. Lo que es muy pero muy raro es que toda esta gente tan adicta a las encuestas haya olvidado el detalle de que el 91 por ciento de los españoles no quería nada que ver con la guerra en cuestión. Lo de los terroristas sucedió bastante después.
Lo mismo afirmó la derecha norteamericana –“acto de cobardía”, rugió alguien con cara pentagonal–, así como el cada vez más perturbado Bush, quien cada vez habla de manera más extraña: Bush dice una oración y se calla y sonríe y dice otra oración y se calla y sonríe. Y está claro que no hay motivo alguno para sonreír. Una de las cosas que dijo Bush entre sonrisa y sonrisa es que estaría muy mal que los españoles se fueran “porque los iraquíes no quieren que se vayan”. Está claro que la retirada de España no demorará en provocar un efecto dominó entre las tropas internacionales allí desplegadas –en especial las latinoamericanas– y los alegres marines se quedarían cada vez más solos. Todo parece indicar que –a partir de la justificada paranoia de estos últimos días en Inglaterra; dan y se da por hecho que ellos serán los próximos en recibir una sorpresa– los lanceros de la Reina no demorarán mucho en seguir el mismo camino. Por su parte, el general español Fulgencio Coll, comandante en jefe de las tropas en Irak, se limitó a aclarar –por si hacía falta– que la permanencia de los soldados bajo su mando no es en absoluto indispensable desde un punto de vista militar por esos lados. En resumen: está más que dispuesto a volver a casita de frente march apenas Zapatero se lo ordene.
Quienes están casi tan contentos como el general Coll son el francés Jacques Chirac y el alemán Gerhard Schröder. Han manifestado apenas entre líneas que la victoria de Zapatero significa un refuerzo esencial a la hora de reflotar la idea de la vigorosa “Vieja Europa”, tan lastimada desde el 11 de septiembre del 2001. Está claro que ambos ven en Zapatero a alguien más humano y mucho menos conflictivo que Aznar, quien –a partir de su alineación con los Estados Unidos– los miraba a ellos con los ojitos de aquel que se siente más alto de lo que es por el solo hecho de haberse hecho amigo de quien se cree dueño de la pelota. También –atención– es posible que lo consideren como a alguien más dócil e inexperto a la hora de arrancarle esa firmita necesaria para sacar adelante la constitución europea que más les gusta a ellos. Pero una cosa ha quedado clara: ni uno ni otro soportaban a Aznar.
Mientras tanto, lejos de los cónclaves y de las logias, los españoles se acostumbran a la idea de un nuevo presidente y los canales de televisión no han parado de repetir documentales, recompaginar viejos tapes y salir a la búsqueda de piezas arqueológicas de su pasado. Está claro que Zapatero es alguien con posibilidades ciertas de convertirse en nuevo pin-up político. Hacía tiempo –desde los tiempos del mejor Felipe– que el PSOE no presentaba un “modelo” tan interesante. Un hombre de 43 años (cierto aire, en sus fotos de juventud, a Gustavo “Soda Stereo” Cerati cruzado con el actor Michael “Batman” Keaton), fan de Leonard Cohen, lector obsesivo de Borges, socialista desde el vamos, y casado con su novia histórica de los veinte años (Sonsoles Espinosa, hay que decirlo, es guapísima) a quien, a diferencia de Ana Botella (la Señora Aznar votó llorando, tal vez presintiendo lo que se venía), no le interesa mucho la opción primera dama. Ahí, en las entrevistas, Zapatero aparece relajado, sencillo, eficaz y tal vez el único detalle inquietante es la ingenuidad con que repite varias veces que no le interesa el codearse con poderosos. Más le vale –más vale– que se vaya interesando. Porque si no se lo van a comer crudo los de afuera si no es que se lo comen antes los históricos e histéricos “barones” de su propio partido. Sus primeras apariciones, por el momento, han ilusionado con un perfecto equilibrio entre claridad, educación y firmeza.
Igual de firme y claro fue Pedro Almodóvar en su postergada rueda de prensa para presentar su nuevo y desde ya polémico film. En La mala educación hay una melancólica evocación de la Movida madrileña pero, también, curas pederastas: asunto que conmueve a los españoles desde hace semanas con varias denuncias a sotanas non-sanctas. No sería nada raro que Almodóvar pusiera “de moda” la cuestión y sean muchos los que salgan a contar lo que sucedía a la hora de confesarse. Mientras tanto y hasta entonces, el que se confesó fue Almodóvar en una presentación que estuvo inevitablemente teñida por cuestiones extra-cinematográficas. El director de cine manchego dijo que el pasado jueves “no pude creer el modo en que el PP y Aznar” pusieron en escena “una pantomima, una burla dantesca” a la hora de “secuestrar la información” sobre los atentados. Y concluyó: “Por suerte estamos volviendo a ser un país democrático... Nos estamos sacudiendo esta especie de modorra de los últimos ocho años para volver a ser nosotros mismos”.
Amén.

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