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El ser o no ser europeo para distraer sobre Irak

Tony Blair, primer ministro británico, lanzó ayer en la Cámara de los Comunes un referendo sobre la Constitución europea, pero algunos creen que se trata de un mero golpe de teatro para desviar la atención sobre los problemas en Irak.

 Por Marcelo Justo

El anuncio se hizo en la Cámara de los Comunes de Londres, pero generó temblores en el resto de países de la Unión Europea. El primer ministro del país más eurofóbico de los 25 que compondrán la Unión a partir del 1º de mayo, Tony Blair, indicó al Parlamento británico que someterá a referendo la futura Constitución europea. “Es hora de que resolvamos de una vez por todas si este país quiere estar en el centro y corazón de Europa o no. Es hora de decidir si nuestro destino se encuentra allí como uno de los líderes de la Unión o en sus márgenes, sin ningún tipo de influencia real”, dijo Blair al Parlamento.
El primer ministro no fijó fecha para la consulta popular, aunque se da por sentado en Gran Bretaña que no será antes de las próximas elecciones, previstas para la primera mitad del año próximo. Sin embargo, diversos analistas europeos coincidieron en que el referendo puede asestar un golpe mortal a la Constitución que requiere el “sí” de sus 25 miembros para entrar en funcionamiento. Aunque otros tres países –Dinamarca, Irlanda y Luxemburgo– ya anunciaron que convocarían a un referendo, Gran Bretaña ha sido históricamente el país europeo con más profunda ambivalencia respecto de la unión política y económica con los demás países. “Tony Blair asumió el poder hace siete años con el propósito de conducir a Gran Bretaña al corazón de Europa. Hoy ese objetivo está más lejos que nunca. El referendo decidirá no sólo la suerte política de Tony Blair. También será decisivo para el futuro de la Unión”, señaló ayer el diario alemán Sueddeutsche Zeitung.
Consciente del fuerte euroescepticismo de estas islas y de la insularidad con toques aún hoy imperiales del británico medio, Blair se negó durante mucho tiempo a considerar la posibilidad de llamar a un referendo, pero la presión combinada de la oposición conservadora y la poderosa prensa, mayoritariamente eurofóbica, lo obligó a efectuar un giro de 180 grados. Ayer en el Parlamento el primer ministro calificó de “mitos” una serie de afirmaciones que se hacían sobre el impacto que tendría la Constitución sobre Gran Bretaña. Según el primer ministro, la oposición había afirmado que la Unión Europea sería rebautizada Estados Unidos de Europa, que la reina sería reemplazada por un nuevo jefe de Estado, que “Gran Bretaña no podría declarar la guerra de las Malvinas” sin antes contar con la autorización de un gobierno central europeo. “Todo absurdo y falso. Son puros mitos para distanciar a la gente de una comprensión cabal sobre lo que está en juego en Europea y minar la fe de este país en la Unión”, dijo Blair al Parlamento. El líder del principal partido de oposición, el conservador Michael Howard, aprovechó el cambio de dirección de Blair para burlarse de la firmeza de propósito de que alardea el primer ministro. “El primer ministro ha dicho en más de una oportunidad que no tiene marcha atrás. Le puedo asegurar que hoy escucho el sonido estruendoso de toda la caja de cambios. Después de esta muestra de determinación, ¿podrá alguien confiar en lo que dice?”, señaló Howard.
Lo cierto es que el tema europeo está desde hace décadas en el centro de la política británica y suele ser un factor decisivo para la supervivencia de sus mandatarios. En 1975 el entonces primer ministro laborista Harold Wilson convocó al primero y hasta ahora último referendo nacional británico para que el público decidiera si deseaba o no la incorporación a la Unión Europea. Una amplia mayoría votó por el “sí”. En 1990 la primera ministra Margaret Thatcher se vio obligada a renunciar por sus discrepancias respecto de una profundización de la integración europea.
Las divisiones entre eurófobos y eurófilos erosionaron continuamente el gobierno de su sucesor John Major, que sufrió una catastrófica derrota a manos de Tony Blair en 1997.
Con estas turbulencias de fondo, Blair, convencido de que el futuro británico está en Europa, ha obrado con extrema cautela en todas sus decisiones al respecto. En relación con la moneda única europea, Blair se manifestó en principio “a favor”, pero sólo cuando estén dadas las condiciones para abandonar la libra esterlina. Este tibio europeísmo, más palpable en la retórica que en los hechos, encontró finalmente un obstáculo insalvable con la Constitución europea. Ayer la decisión de convocar un referendo recibía dos interpretaciones. Para algunos diarios británicos era una jugada maestra que le permitía ganar la iniciativa política y evitar que la oposición conservadora galvanizase a la opinión pública con el tema de Europa. Para otros, como John Curtice, profesor de la Universidad de Strathclyde, se trata de un fracaso. “Es una señal de debilidad de un gobierno que nunca se decidió a presentar una agenda decididamente proeuropea”, dijo Curtice. Blair tiene un consuelo. Al menos por un tiempo, la opinión pública no se concentrará únicamente en la desastrosa situación de Irak.

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Tony Blair intenta en la Cámara de los Comunes lo que muchos de sus predecesores no pudieron.
 
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