EL MUNDO

Las dos veces que el Papa viajero tocó la Argentina

La primera fue cuando agonizaba la aventura de Malvinas, la segunda en democracia, para hablar mal del divorcio. No hubo tercera pese a los dos intentos que hizo el menemismo.

El papamóvil, ese vehículo vidriado y blindado que lo protegía de otro posible atentado –como el que había sufrido a manos del turco Ali Agca en una audiencia pública en mayo de 1981– era casi una novedad cuando Juan Pablo II visitó por primera vez la Argentina en 1982. Apenas unos días después del comienzo de esta gira papal, en Puerto Argentino un prolijo y engominado Mario Benjamín Menéndez entregaba su sable al embarrado y triunfante comandante británico Jeremy Moore. Inevitable fue que la invocación papal para construir “una cadena de oración más fuerte que las cadenas de la guerra” fuera leída como una virtual bendición del fin de la aventura en las Malvinas. Lejos de la urgencia, en la segunda gira realizada en 1987, el Pontífice visitó diez ciudades. Fueron siete días en los que presidió la Jornada Mundial de la Juventud y condenó el divorcio, tema que por esos días dominaba la agenda del gobierno de Raúl Alfonsín. No hubo más visitas, aunque sí gestiones frustradas del menemismo, primero en 1997 y luego en 1999, para que concretara una tercera gira.
“Queremos la paz”, repetía la multitud que había concurrido a Palermo a participar de la misa papal en 1982. Una multitud tan compacta como la que meses antes había llenado la Plaza de Mayo el 2 de abril para vitorear al dictador Leopoldo Fortunato Galtieri por el desembarco en las Malvinas. El saludo a Galtieri en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno surge del fondo del archivo. Llevaba cuatro años de papado cuando llegó por primera vez a la Argentina. Los dictadores argentinos no eran unos desconocidos para Juan Pablo II: a pocos meses de haber sido elegido como nuevo Pontífice por el colegio cardenalicio, en octubre de 1978, había realizado una fuerte apuesta para impedir la guerra entre las dictaduras de la Argentina y Chile por el Canal de Beagle.
La mediación del cardenal Samoré
“Se han vuelto locos monseñor, han decidido ir a la guerra”, le comentó en una reunión social a mediados de diciembre de 1978 José Alfredo Martínez de Hoz al entonces embajador del Vaticano en la Argentina, Pio Laghi. La posibilidad de la guerra flotaba en el aire. El sacerdote no pareció sorprenderse, ya que en otra recepción el entonces jefe del Ejército, general Roberto Viola, le había adelantado que “la máquina está en marcha, es casi como si no pudiéramos pararla”.
El conflicto con Chile venía escalando desde que en mayo de 1977 un tribunal arbitral presidido por Gran Bretaña terminó de rechazar las pretensiones argentinas sobre el Canal de Beagle. A principios del ‘78 la dictadura argentina declaró unilateralmente la nulidad del fallo. Los dictadores Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet se reunieron primero en Mendoza y luego en Puerto Montt. En Chile, Pinochet enrostró a Videla las pretensiones de su país.
Fogoneado por los marinos Armando Lambruschini y Emilio Massera, el jefe de la Aeronáutica Osvaldo Agosti y por los generales de Ejército Luciano Benjamín Menéndez y Carlos Guillermo Suárez Mason, el conflicto con Chile tenía un Día D. Originalmente estaba previsto para el 20 de diciembre de 1978. Un azar meteorológico impidió el avance de los anfibios y la navegación de las lanchas de desembarco. La dictadura puso un nuevo Día D para el 22 de diciembre. Ese mismo día, dos horas antes del comienzo del operativo militar, el Papa intervino de lleno en el conflicto anunciando la mediación del cardenal Antonio Samoré. Los viajes de Samoré a uno y otro lado de la cordillera dieron sus frutos y concluyeron con un acta firmada en Montevideo en enero de 1979. “No podía dejar de intervenir para frenar una guerra entre dos naciones católicas”, comentó Pio Laghi que le había dicho Juan Pablo II en una audiencia realizada luego de la firma del acuerdo de paz.
Casados hasta la muerte
En los círculos católicos se considera la gira de 1987 como la verdadera visita pastoral de Wojtyla. Fueron siete días en los que se reunió con jóvenes, con empresarios, con sindicalistas, con políticos. Días en los que dio misa en el Mercado Central y en siete ciudades. “Quien no se decide a querer para siempre, es difícil que pueda amar de veras un solo día”, dijo en Salta, involucrándose en la discusión que se llevaba adelante con la futura ley de divorcio. Cerca de cumplirse los quinientos años de la conquista española, en aquella ocasión Juan Pablo II tituló a su pronunciamiento “Quinto centenario de la evangelización”. Días más tarde, en el Mercado Central, frente a un público dominado por dirigentes sindicales, entre ellos el entonces titular de la CGT Saúl Ubaldini, el Papa condenó la lucha de clases y llamó a no “confundir la acción de solidaridad con la actividad política”. Desconociendo las internas políticas locales, cuando la multitud coreó la Marcha Peronista, frente a la presencia del entonces ministro de Alfonsín Carlos Alderete, Juan Pablo II se sonrió. En su presencia frente a los jóvenes insistió con el llamado a la reconciliación rogando “para que no haya más enfrentamientos ni desaparecidos”. Concluyó su visita con la celebración de la misa de Ramos en la avenida 9 de Julio. Lo despidieron ochocientos mil fieles. Por primera vez, luego de 400 años, la misa de Ramos era celebrada fuera de Roma.
La invitación que Menem le hizo en 1996 para festejar el jubileo que se estaba por celebrar en el año 2000, y la que se repitió en 1999, no superó el status de una movida política que pretendía iluminar los últimos días del menemismo.

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La primera vez, Wojtyla fue recibido por el dictador Galtieri.
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