EL MUNDO › OPINION

Surge una derecha antiglobalización

Por David Walker*

La llegada al poder de la derecha en Europa no provocó los arrogantes festejos al estilo de la Tercera Vía de Tony y Bill que se vieron cuando el centroizquierda triunfó hace cinco años. La razón es ideológicamente heterodoxa. Nunca hubo mucho en común entre la gente de Tony Blair, el ex trotskista Lionel Jospin y los socialdemócratas alemanes, pero las diferencias entre los derechistas que están ahora en el poder en Europa continental son aún mayores.
Las administraciones en París, Roma, Madrid, Amsterdam, Lisboa, Viena, Copenhague y Oslo, con Berlín probablemente sumándoseles en septiembre, sí tienen un reflejo en común: la ansiedad pública sobre la seguridad y la inmigración. Pero hasta ahora hay pocas señales de convergencia política. Jacques Chirac se mantuvo alejado de la cumbre “conservadora” del fin de semana pasado en Washington y no sólo porque tenía que presentarse a elecciones. Su política está basada en un múltiple y neogaullista concepto de Estado, sociedad, historia y nación que resulta ininteligible para los republicanos norteamericanos; cuando elogia “lo social”, lo hace en serio. ¿La victoria de la derecha es buena para la globalización? La respuesta debe ser: no automáticamente.
El Atlántico se estrechará si la nueva derecha europea resulta ser “liberal” en el sentido norteamericano de ser anticolectivistas y promercado. Lothar Spath, probable ministro de Economía si la derecha de Edmund Stoiber gana en Alemania, habla de desregulación y de cortar el gasto público del 50 al 40 por ciento del PBI (los niveles del Reino Unido). Pero añade que el plan solamente se llevará a cabo si hay suficiente crecimiento económico, un gran condicionante.
En Roma, a pesar de las credenciales empresarias de Berlusconi, el jefe de la Cámara de Industrias dice que su gobierno no ha hecho virtualmente nada para ayudar a las empresas. En Portugal, el nuevo gobierno está posponiendo el recorte en impuestos a las corporaciones propuesto por su predecesor socialista (por el bien de la estabilidad financiera).
Si la derecha no significa anti-Estado, ¿no implica el renacimiento de la idea corporativo-fascista de unidad social dentro de una armazón dura? Con bastante uniformidad, la derecha europea quiere “orden” y más policía. La construcción de prisiones es una de las prioridades de la agenda del gobierno noruego. En Francia se formaron “unidades de intervención” para atacar complejos de viviendas. Las medidas antiinmigratorias tomadas recientemente por el gobierno danés apuntan en dirección a un gobierno más fuerte y a un mayor control social. Las varias visitas ya realizadas por el ministro de Interior Nicolas Sarkozy a Sangatte prenuncian promesas para reestablecer la autoridad del Estado, que es por lo que Jacques Chirac orgullosamente se reivindica como bonapartista.
Sin embargo, es difícil predecir la respuesta de la derecha en temas específicos que involucren el poder del Estado. Los conservadores españoles están muy entusiasmados con el colectivismo si proviene de una Bruselas que entregue una enorme subvención anual a la economía ibérica. El premier español Jose María Aznar cree en la descentralización con más firmeza que los socialistas.
En Italia la coalición de Berlusconi está muy interesada en devolver poderes a las regiones, algo que en Inglaterra se considera una gran señal de libertad y pluralismo.
En algunos países la política de derecha ha asumido una forma marcadamente thatcherista. En Austria, el gobierno de Wolfgang Schuessel ha emprendido políticas neoliberales para liberar los mercados y alentar la competitividad; el desempleo ha crecido y se introdujeron aranceles estudiantiles. La fórmula conservadora del Partido del Pueblo (en coalición con la extrema derecha) incluye una reescritura de los libros de estudio para clasificar a la homosexualidad como anormal.
En otros lados la derecha todavía alberga a progresistas sociales. En Holanda, la coalición incluirá al VVD, que favorece recortes impositivos y matrimonios del mismo sexo. En Dinamarca, la coalición de Anders Fogh Rasmussen, mientras sigue suavemente las políticas de mercado, está considerando beneficios para parejas lesbianas y seropositivas. En general, la derecha quiere recortar impuestos, pero comparado con los enormes recortes administrados por los republicanos en Estados Unidos, los partidos europeos son extrañamente reticientes.
Si la Unión para una Mayoría Presidencial obtiene los votos en la vuelta final de las elecciones legislativas, la derecha en Francia promete recortes de impuestos. Pero también aumentará los gastos por encima de los niveles heredados de los socialistas, a pesar del creciente déficit presupuestario. Irónicamente, el “pacto de estabilidad” de la Unión Europea, que pretendía encorsetar el alto gasto de los socialdemócratas, se ha convertido en un barrera para los planes de gastos de la derecha.
Los grandes temas sociales de Europa, el empleo y el envejecimiento no han desaparecido. Si la izquierda hubiera retenido el poder en Francia, hubiera tenido que hacer algo para pagar las pensiones. El mercado laboral y la reforma de la seguridad social, los grandes temas de Blair, no son propiedad de la derecha. Se están haciendo reformas en Italia y en España que llevaron a una huelga general en la primera y la amenaza de otra en la última. Pero aunque ambas vacilan frente a la posibilidad de recortar las pensiones, las dos son igualmente reticentes a emprender una privatización agresiva.
Francia es difícil de leer en cualquier escala transnacional. El Estado se enfrenta a una explosión de las jubilaciones a medida que envejecen los empleados públicos, lo que podría ser un pretexto para un cambio radical. Pero el apetito por la confrontación es escaso: la semana pasada el gobierno de Raffarin se quitó el problema de encima concediendo un gran aumento a los médicos. Y el gobierno de Italia propone construir un puente entre la península y Sicilia, un proyecto estatal que cuesta unos 4700 millones de dólares. El Gran Estado (a la derecha del centro) está vivo.

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12

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