EL PAíS › EL DESEMBARCO DE LA MISION DEL FMI Y EL MENSAJE DE WALSH

Qué mal gusto, mandarnos un inglés

La primera reunión con el enviado. La mirada optimista de Economía. Las sospechas del ministro. El rediseño de la banca: el nudo gordiano. Los sordos que se atornillan a las bancas. Dos retos de la Iglesia. Un contexto y un destino latinoamericanos.

 Por Mario Wainfeld

“Si va a seguir hablando de eso, suspendemos la negociación”, espetó sobreactuando seriedad Roberto Lavagna al enviado del FMI.
Entonces y solo entonces, todos rieron.
John Thornton, inglés por más datos, había intentado una british chanza sobre los resultados del Mundial de Fútbol. La anécdota fue recordada por el ministro de Economía ante el Presidente y un par de ministros, horas después de ocurrida, el viernes, para subrayar el tono amable que tuvo el cónclave.
Según ese relato, los primeros contactos con Thornton no tuvieron nada inesperado ni fuera de agenda. Por lo pronto, destacan en Hacienda, tal como se propuso y pactó con la mandamás del FMI Anne Krueger, el visitante optó por un perfil bajo diferente del que ostentó su antecesor (y superior) Anoop Singh. Los temas propuestos en la primera charla eran los estrictamente pautados: la situación monetaria, la cuestión fiscal y el rediseño del sistema financiero. La reunión discurrió calma, algunos tramos parlados en castellano (idioma que, a diferencia de Singh, Thornton maneja con suficiencia), otros en inglés.
La negociación será dura, explicó Lavagna al Presidente, pero no surgieron nuevos issues.
“Pero... ¿qué te dijo de las elecciones anticipadas?”, sonsacó Duhalde. De eso no se habló ni por asomo, insistió el ministro y hasta al Presidente le costó creerlo.
A Lavagna lo obsesiona saber quién inventa “operaciones de prensa” contra el gobierno. El ministro cuenta a sus íntimos que nada lo sorprendió –ni le pareció más grave de lo imaginado desde Bruselas– en su regreso a la Argentina... salvo la ferocidad y poca consistencia de ciertos medios y periodistas.
Lo asedia una permanente sospecha de alguna mano negra detrás de ciertas informaciones –según él– delirantes que pasan a ser moneda común en especial (pero no solamente) en algunos diarios de negocios. Lavagna sabe, como cualquiera, que algunos banqueros como Emilio Cárdenas y Manuel Sacerdote son máquina de hacer lobby en el Norte. Pero barrunta que hay otros actores, pesos pesados de la política local o del poder internacional que también hacen ola, aunque de modo menos conspicuo.
Por eso, tanto en Hacienda como en la Rosada fue un alivio la llamativa desmentida del embajador James Walsh sobre presiones del gobierno norteamericano para adelantar los comicios en Argentina.
Desmentida que, por un lado ratifica ciertos dichos del canciller Carlos Ruckauf acerca del apoyo que dispensa Colin Powell al actual gobierno... pero que contradice otros anuncios apocalípticos del propio canciller acerca de las siete plagas que se abatirán sobre nuestro país si no firma, como fuera, cuanto antes el contrato de adhesión con el FMI.
Economía supone que ese portento ocurrirá, computando con entusiasmo mínimas señales de estos días. La primera fue el otorgamiento de un importante crédito de prefinanciación de exportaciones a Compañía Aceitera General Deheza. Se trata de una empresa con enorme capacidad de repago pero, interpretan en Hipólito Yrigoyen y el Bajo, un crédito de esa naturaleza no se hubiera otorgado si el FMI no estuviera acodado a lamesa con el Gobierno.
Lavagna también midió como positiva una charla telefónica con el ministro de Economía de Canadá, del Grupo de los 7. El argentino percibió buena onda del otro lado de la línea. “Ni siquiera mencionó al ScotiaBank” susurró a sus allegados.
Un mes, una eternidad
Thornton se quedará seguramente hasta fin de la semana que comienza mañana, día más o menos. La semana ulterior Lavagna podría viajar a Washington y la subsiguiente venir para acá Singh a firmar lo que cuadre, si todo sale bien, relatan en Economía.
Tres semanas, día más o menos, si todo marcha sin ripios. En cualquier caso, antes del 17 de julio fecha en que hay importantes desembolsos que abonar a organismos internacionales. Todo tiene que ser un operativo comando, y Lavagna piensa que se llegará a tiempo. En Argentina, tierra borgeana en la que el tiempo tiene distinta dimensión que en otros confines del orbe, un mes parece una eternidad. Casi sobra decir que para una negociación de ese porte es un lapso exiguo.
Contra lo que suele imaginarse, el equipo económico sospecha que no serán el capitulo fiscal ni el monetario los escollos más severos. Las provincias, asegura Lavagna (aunque cueste creerlo) ya han hecho un importante ajuste y podrán cumplir sus compromisos. Tal vez, un par de ellas –Entre Ríos y San Juan– no llegarán, por combinar una carestía económica severa y una crisis política descomunal pero montan poco del déficit global. Habrá que ver la letra chica, pero la nave andará, asegura el ministro al Presidente.
El verdadero, no del todo confeso, nudo es la reforma del sistema financiero, que el Gobierno apenas tiene bosquejada. Ahí chocan intereses fuertes, los de una banca extranjera que no quiere pagar ni un plato de café roto. Y también, asumen los negociadores locales, habrá un capítulo especial de discusión sobre la banca pública argentina, con posibles imposiciones difíciles de digerir y de compartir con los legisladores oficialistas. Pero además, y este tema provoca susurros y miradas al piso en despachos oficiales, se viene un “redimensionamiento” de la actividad bancaria, un eufemismo que traducido al criollo implica la reducción más o menos brutal y una posible ola de despidos en puerta. De eso no se habla pero nadie imagina evitable un achique feroz, que podría agravar aún más la creciente cantidad de despedidos de la actividad privada, que podría sumar miles de personas de clase media dotadas de cierta capacitación, desperdigadas en todo el país y representadas por gremios desacreditados pero eventualmente potentes. Nadie en la Rosada ni en Hacienda quiere hablar de eso, pero nadie, hablando en serio, niega su inminencia. Miles de nuevas víctimas del desquicio empresarial que es el sistema financiero local, miles de nuevas gargantas gritando “que se vayan todos”.
A no soltar el curul
“¿Por qué alterar los cambios paulatinos? El Senado estaba recién electo, ¿por qué shotearlos a todos? ¿Solamente por que se le ocurre a Carrió? ¿No era constitucionalista Lilita?” La voz del integrante del Gabinete sube y sube en un pasillo dela Rosada. Es curioso, se trata de uno de los oficialistas con mayor proclividad al diálogo y al trato con la oposición, pero su bronca, que es la de buena parte del Gobierno, lo enceguece. Entre otras cosas le obtura ver lo obvio: la consigna “que se vayan todos” no la inventó ni la azuza, ni siquiera la elogia especialmente Carrió. Brota de una masiva indignación que un sistema político herido en su representatividad debe registrar como condición de subsistencia. La propuesta de caducidad de los mandatos, que ahora enardece al oficialismo, es –bien mirada– un intento de adecuación institucional de un reclamo acaso incontenible. La vocación de perdurar, la capacidad gatopardista de cambiar algo para evitar que cambie mucho, la astucia peronista de poner dique –pero no solo resistencia– a los torrentes de la historia parecen haber sido olvidados por el gobierno del peronismo bonaerense.
Frágil memoria la oficial, toda vez que el tema fue postulado por el propio Eduardo Duhalde ante la Mesa de Diálogo, meses ha. “Hay que entender al Presidente –explica una de sus primeras espadas–, él es consciente de la necesidad de cambiar pero sabe que ese planteo le sustrae el apoyo que necesita en el Congreso”. Así es. Los comparreligionarios radicales –que les temen a las urnas como al propio Satanás– se aferran a los curules que les quedan con la pasión que prodiga un náufrago a su tabla de madera. Los senadores peronistas, paella y vino blanco del bueno de por medio, le hicieron saber a Duhalde que no tienen la menor intención de revalidar sus títulos ante tempus. Marcelo López Arias y Miguel Angel Pichetto fueron los más elocuentes, mas para nada los únicos. Y se trata de dos soldados del oficialismo (Pichetto es más bien un oficial superior) a la hora de votar lo invotable.
La situación pinta al Presidente de cuerpo entero. Es la enésima propuesta que formula demostrando cierto registro de los vientos de la historia. Pero, ante la menor oposición -por previsible que esta fuera– recula. Un mandatario nacido escuálido de poder y convocatoria parece vivir soñando con conseguir consenso para hacer cualquier tortilla sin romper huevos, ciencia imposible según profetizaba el siglo pasado Juan Perón.
Anclado sólo en su precario pacto con una corporación política decadente, Duhalde constela muy lejos del respetable conductor de la transición a aguas tranquilas que ambiciona ser. Inexorablemente, quien se soñó como Adolfo Suárez, el premier que suturó las heridas de la guerra y reposicionó a España en el mundo tiende a mimetizarse con sus huestes provinciales, con dirigentes parroquiales y mezquinos, que no piensan ni ven más allá de sus secciones electorales. Desoír el clamor masivo por el cambio de elenco político y urdir un sistema de internas abiertas obligatorias (aun para quienes consensúen sus listas) revela que cierta gente vive en un frasco y sugiere que las vallas que separan a los parlamentarios de las personas de a pie agravan su natural estolidez.
En el micromundo justicialista, concentrado en el ombligo de la interna, resonó bien un largo reportaje concedido por Carlos Reutemann al programa “A dos voces”. Dentro de lo poco que dijo Lole hubo algo que entusiasmó a varios dirigentesjusticialistas: se declaró dispuesto a competir en la interna contra Carlos Menem. El ex presidente sigue metiendo miedo a sus compañeros que respiraron aliviados cuando se corroboró que el periplo del riojano a Washington fue sencillamente un fiasco.
Si la vocación confrontativa del lacónico Lole generó cierto entusiasmo en el Gobierno, los reproches de la Iglesia le bajaron el copete. Al reclamo de impulsar la caducidad de los mandatos la Mesa de Diálogo añadió el reclamo de que no se interrumpa –siquiera temporalmente– la inscripción para el Plan de Jefes y Jefas de Hogar. La ministra de Trabajo había anunciado que se cerraba la inscripción y luego reformuló diciendo que el corte sería transitorio, mientras se procesan centenares de denuncias sobre irregularidades. Pecando acaso de demasiado sincera, Graciela Camaño explicó que nuevas inscripciones suponen mayores recursos que no se poseen. El problema es que cualquier discontinuidad pone en riesgo la mejor característica del plan que es consagrar un derecho universal, es decir accesible para todo aquel que cumpla los requisitos legales necesarios. Postergarlo un tiempo o sujetarlo a borrosas dilaciones burocráticas es, amén de una crueldad con gentes cuya necesidad no admite postergaciones (ver asimismo página 17), una alteración básica del concepto del subsidio.
Esperando el milagro
“Argentina y el campeón/ un solo corazón” corea enronquecido el politólogo sueco envuelto en una bandera de su país y otra del nuestro. Es la tarde del miércoles y el cronista, sumido en un marasmo melanco, no sabe si su amigo lo está mimando o gastando.
El científico social que hace su tesis de posgrado sobre esta comarca se lo aclara: está sinceramente conmovido de ver la tristeza que campeó en las calles porteñas. Tristeza que casi no dejó sitio ni al reproche a los propios ni a las teorías conspirativas. Tristeza que solió expresarse en muchas voces, atravesando surtidos tramos sociales, lamentando “la gente necesitaba un poco de alegría”. “La gente” no “uno” explica el escandinavo. Surtidos hechos micro revelan la voluntad de perpetuación de una sociedad que –sepan o no verbalizarlo sus integrantes– percibe la posibilidad de la disolución nacional y la rechaza y se preserva. La asombrosa autocontención de las protestas, los aprendizajes de organización comunitaria, las redes que surgen de la nada y con recursos esmirriados son señales de que emerge algo mejor que lo que hay. Despunta, como se puede, un espíritu de adecuación a los tiempos que las dirigencias tradicionales, la política incluida pero no exclusivamente, han traspapelado miserablemente.
La suerte de Suecia en el Mundial se habrá sellado entre el momento en que esta nota ingresa al taller y aquél en que el lector la leerá. La madrugada del domingo enfrentará a los rubios con los jugadores hábiles, chinchudos, creativos de Senegal. El corazón del cronista apuesta a los africanos. En algún lugar deben morder el polvo los del Norte, propone a su amigo a quien el tercermundismo le parece una bobada y la derrota sueca una quimera.
Destino sudamericano
Argentina y Uruguay ya fueron. Brasil tal vez crezca y llegue bien arriba. Hablando de fútbol, se entiende. En materia política y económica el destino sudamericano propende, si no a la uniformidad, a la sincronía.
La crisis económica uruguaya es patente contagio de la Argentina. La de Brasil reconoce también otras causas pero no es del todo ajena a nuestra caída. Un eventual y posible triunfo de Lula da contexto a decisiones internacionales sobre Brasil y también tiñe lo que se obra y resuelve para estas pampas. El Mercosur, nuestro destino sensato y deseable como nación, tambalea.
¿Qué será de la región, de sus pueblos, de su nunca asumido destino común en cuatro años cuando se dispute el próximo Mundial? ¿Cómo saberlo si ni siquiera sabemos cuándo elegiremos presidente? Todo futuro es remoto en este suelo. Y aún más impredecible que el fútbol, esa dinámica de lo impensado.

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