EL PAíS › EL GOBIERNO DIRIME LOS PLAZOS PARA ANTICIPAR LAS ELECCIONES GENERALES

Como un preso que hace marcas en la pared

El discurso público del Presidente y sus colaboradores dice que se van a quedar hasta octubre de 2003. Pero en el Gabinete miran, cuando mucho, a marzo de ese año. Los tiempos para la interna. El temor al Fondo Monetario. Los que se quieren quedar.

 Por Sergio Moreno

Escenario 1: El acuerdo con el Fondo se dilata. Puede producirse o no, pero cambiará poco las cosas. Hay que aprovechar la calma, el “veranito”, y armar la salida ordenada y lo más rápido posible. No tenemos ningún plan más allá de acordar con el Fondo y, si lo queremos estirar, la situación social va a estallar. No podemos ser irresponsables. Hay que irse antes.
Escenario 2: Va a haber acuerdo, no en los plazos que queremos, pero tampoco en el que pretende imponer el Fondo, que es mucho más largo: la situación de Brasil, el contagio, puede dejar mal parados a Hoerst Koehler, Anne Krueger y Anoop Singh. Eso nos va a ayudar. Por lo demás, las economías regionales mejoran y las elecciones no se pueden hacer antes de 320 días, unos ocho meses, es decir, en marzo cuanto muy temprano. El tiempo electoral es más o menos ese, no otro.
Ambas voces reproducidas hasta aquí pertenecen a importantes miembros del gabinete nacional. Una y otra representan las posiciones en que se divide el Gobierno al evaluar el último paso por dar, es decir, cuándo se retirará y, por ende, cuándo convocará a elecciones. Ayer, en su programa de Radio Nacional, el presidente Eduardo Duhalde fue lo suficientemente ambiguo para no sentar una posición determinante. Primero acordó con que debía ordenar la salida de su gobierno una vez que se normalice el sistema financiero y se acuerde con el Fondo. Después aclaró que “ya es imposible pensar que pueda hacerse muy rápidamente, como algunos sectores plantean, porque nacería un gobierno sin ningún tipo de poder político”. Finalmente estimó que “este año y pico que falta para las elecciones es el tiempo justo para que no vayamos a un nuevo gobierno de transición sino a un gobierno que ya pueda tener allanados los graves problemas que hoy tiene”.
Nadie en el Gobierno –ni Duhalde– se anima a sostener categóricamente en privado esta última afirmación del Presidente. “Duhalde se levanta cada mañana y ve si puede seguir o no; así está el Gobierno”, dijo a Página/12 un secretario de Estado de influencia crucial. Tan brutal es esa dependencia de los hechos externos que Duhalde ni tuvo tiempo para el pudor cuando le preguntó al ministro de Economía, Roberto Lavagna, sobre la reunión que acababa de mantener con el nuevo enviado del Fondo, John Thornton: “¿Te dijo algo de las elecciones anticipadas?”, inquirió el Presidente. “No tocó el tema”, lo calmó el ministro.
En la administración del bonaerense está ocurriendo lo que ya adelantara este diario dos semanas atrás, cuando reveló que el Gobierno planificaba adelantar las elecciones para fin de año. Una parte del gabinete sostiene que la tensa calma que reina hasta ahora les permitirá quedarse hasta entrado 2003 y otra que adscribe a que, aprovechando la tregua, deben programar la retirada en orden y replegarse hacia la provincia de Buenos Aires, patria chica de la mayoría del staff presidencial.
Las acciones políticas del Gobierno contradicen los dichos públicos de los funcionarios, incluido el Presidente. De hecho, el ministro del Interior, Jorge Matzkin, acelera la aprobación en el Parlamento de una reforma política que imponga las elecciones internas abiertas, simultáneas y obligatorias para todos los partidos, a la vez que flexibilice la creación de nuevas agrupaciones políticas. Con ello pretende acceder a la demanda social que grita por la renovación de la dirigencia política y, a la vez, dar señales de que el ciclo comenzó a terminar. Medida precautoria para calmar los ánimos sociales, sedientos de cambios, as soon as posible.
Matzkin y los diputados del PJ –que hilvanan el entramado para aprobar esta misma semana que comienza la reforma de marras– unificaron discursos: “Si se llamase a elecciones ya mismo, los plazos legales para las internas y luego las generales, más la confección de padrones y realización de campañas, que serán muchos más cortas y menos onerosas que en el pasado, imponen unos 320 días como mínimo, con lo cual llegaríamos a marzo”, corean. Es, si se quiere, un intento de prolongar los plazos, pero es también un rápido alistamiento, just in case.
Corta o larga
El papel del Fondo Monetario y los resultados que arrojen las negociaciones con Thornton, el enviado de Anoop Sing, son el factor determinante para que el tiempo de salida del Gobierno sea corto o largo, según entienden los intérpretes del oficialismo. Para todos en la Rosada, del hipotético acuerdo dependen, en mayor o menor medida, variables que transformarán las faenas oficiales en ciclópeas o imposibles (no hay escenarios placenteros según la mirada del Gobierno): las corcoveadas del dólar, la caída de las reservas, el financiamiento externo para los planes sociales y para comenzar la cadena de sustitución de importaciones, entre otras minucias.
Un ministro planteó a este diario un idílico panóptico de las chances del Gobierno: “El acuerdo (con el FMI) va a llegar, no en el plazo que queremos pero tampoco en el que pretenden imponer ellos: Brasil está contagiado y tienen que pararlo. Eso nos conviene y nos ayuda”. Según el funcionario, los acuerdos con las provincias no acarrearán problemas en la negociación con Thornton. Tampoco el pedido de inmunidad para el directorio del BCRA. “Quizá nos pongan alguna traba con la forma en que se salió del corralito y con el rediseño del sistema financiero, pero eso lo manejará directamente (Roberto) Lavagna”, dijo.
Tal certeza insufló al ministro los bríos suficientes para mostrar un moderado optimismo. “No será un lecho de rosas, pero vamos a llegar”, aseguró con la mirada puesta en las elecciones pasado el verano de 2003. Para sostener su presagio, el hombre, integrante del gabinete, relató un episodio del que fue testigo. Anteayer, Lavagna, Matzkin y el canciller Carlos Ruckauf, saliendo de una reunión en la Casa Rosada, conversaban sobre la reciente llegada del enviado del Fondo. El ministro del Interior preguntó a sus pares: “Si a ustedes les decían en enero, cuando asumió este Gobierno, que íbamos a atravesar el desierto sin agua hasta junio (por la falta de acuerdo con el FMI), ¿hubiesen aceptado sus cargos?”. Lavagna y Ruckauf respondieron a coro: “Ni en pedo”.
Otro integrante del gabinete, bonaerense él, discrepa con esa mirada. “Nada se puede esperar del Gobierno porque nada puede hacer ya, más que terminar la transición ordenadamente”, dice y, a modo de ejemplo, relata: “Nuestro plan A cuando asumimos fue la alianza corporativa con la producción, ¿se acuerda?, con la creación del Ministerio de la Producción bajo el ala de (Ignacio) De Mendiguren. Explotó en pedazos. Entonces, ¿qué hicimos? Disolvimos el ministerio, ni siquiera se nombró reemplazante. ¿Qué hay a cambio: durar, apostar al acuerdo con el Fondo, nada más”.
Uno de sus compañeros de la mesa presidencial sintonizó con sus decires. “Estamos en manos del indio (Singh, recientemente promovido a director del Hemisferio Occidental del FMI, auditor del caso argentino). Singh fue designado para negociar con la Argentina por su labor en Indonesia. Allá generó la caída de dos gobiernos, terminó de destruir los restos del sistema financiero, generó una debacle social y política y, recién después, puso en marcha lo que llaman ‘hospital de bancos’ para recrear el sistema. Con esos antecedentes, imagínese lo que nos espera”, dijo a Página/12, con amargura.
Un secretario muy cercano a Duhalde plantea un escenario posible y alarmante: “Nuestro logro fue que, desde que asumimos, no tuvimos ningún muerto por la protesta social. El Plan Jefes y Jefas (de Hogar) se está bancando con las retenciones a las exportaciones a cuenta de un crédito que otorgará el Banco Mundial recién después de acordar con el Fondo. ¿Qué va a pasar con el plan social si el acuerdo no llega, o si se retrasa?”.
Este diario preguntó a un ministro que sostiene la visión optimista del Gobierno qué ocurriría si faltase la financiación para el plan social.
–Bueno, ahí se incendia todo. Vamos a tener que salir corriendo.
–Entonces, la idea de quedarse más allá de marzo depende de que no se deteriore la situación social.
–Depende de que todo siga como hoy (por el viernes).
–¿Qué chances hay de que no cambie?
–Creo que hay bastantes.
–¿Es una cuestión de fe?
–Tengo datos de recuperación. Lavagna me dijo que vamos bien con el Fondo. Y también es una cuestión de fe.

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En el gabinete de Eduardo Duhalde un grupo presiona para quedarse el mayor tiempo posible.
 
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