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Bush sale a combatir la “crisis del gasoil”, que afecta su alicaída imagen

Ni siquiera Katrina golpeó al presidente norteamericano como los altos precios del combustible. Por eso, George W. Bush impulsó una serie de medidas para ahorrar energía.

 Por Rupert Cornwell *
Desde Washington

Al tiempo que sus niveles de aprobación llegan al punto más bajo, el presidente George W. Bush se movilizó ayer para tratar de contener el aumento de los precios del combustible, que se han convertido en un enorme dolor de cabeza político para él y su gobernante Partido Republicano. En un intento por incrementar la provisión en el mercado anticipando la “temporada de manejo” del verano, Bush está suspendiendo la compra de petróleo para las reservas estratégicas nacionales. También está flexibilizando las normas de protección ambiental, y lanzando una investigación por el posible precio pedido por las grandes compañías petroleras –cuyas ganancias record e incrementos masivos de los salarios de altos ejecutivos se sumaron a la ira pública–.

“Nuestra adicción al petróleo es un asunto de seguridad nacional”, dijo el presidente en un discurso a la Asociación de Combustibles Renovables, que aboga por fuentes de energía alternativas como el etanol. El país importa ahora 60 por ciento de su petróleo, remarcó, comparado con sólo el 25 por ciento de mediados de la década del ’80. Para mayor conmoción, los precios del petróleo permanecen bajos aquí, en comparación con los niveles europeos. El promedio nacional estadounidense actual de apenas 3 dólares el galón, está muy por debajo del equivalente 6.42 en el Reino Unido. Desafortunadamente para Bush, el petróleo barato sustenta la forma de vida suburbana estadounidense, dependiente del automóvil. Períodos sostenidos de altos precios tienen entonces un impacto directo en los niveles de vida –y en la popularidad de los que están en el poder en ese momento–.

La “crisis del gas” ayudó a situar los niveles de apoyo de Bush en un nuevo nivel bajo de 32 por ciento, según la última encuesta de CNN, llegando a profundidades alcanzadas, entre presidentes recientes, sólo por Richard Nixon en la cúspide del escándalo Watergate, por Jimmy Carter y, brevemente, por su propio padre en los meses anteriores a su derrota de 1992. Pocos presidentes han caído tanto como Bush, cuya popularidad alcanzó casi el 90 por ciento luego de los ataques del 11 de septiembre y se mantuvo en 70 por ciento cuando EE.UU. invadió Irak en marzo de 2003. Desde ese momento, ha descendido constantemente.

“Cuando los presidentes alcanzan el 30 por ciento, hay que estar atentos”, dijo el veterano analista político William Schneider. “Carter perdió, el padre de Bush perdió, y todos saben lo que le sucedió a Richard Nixon.” A casi un año y medio del comienzo de su segundo mandato, este presidente Bush ha peleado su última elección, y está por eso más allá del alcance directo de los votantes. El temor en la Casa Blanca y en el alto comando republicano es que el público dé rienda suelta a su desagrado en el objetivo más próximo: las elecciones de mitad de término de noviembre. La pérdida de control de los republicanos del Senado o de la Cámara de Representantes –sin considerar la pérdida de ambas– no sólo eliminará la influencia legislativa que le queda a esta debilitada Casa Blanca, sino que también la puede exponer finalmente a un escrutinio serio y hostil de los comités parlamentarios sobre Irak y otros asuntos controvertidos.

Los precios del combustible son, por supuesto, sólo el último embate contra la presidencia de Bush, golpeada por la crisis de Irak, su frustrada respuesta al huracán Katrina y la disputa sobre el programa de escuchas domésticas sin garantías. Pero nada, ni siquiera Katrina, han golpeado tanto como los altos precios del combustible. En otra encuesta esta semana, 69 por ciento de los norteamericanos dijo que la suba de precios del combustible ha “causado dificultades” para sus familias –comparado con sólo un 28 por ciento que dijo que no produjo diferencia–. Pero tal como reconoció Bush, las medidas de ayer producirán diferencias de poca duración –incluso cuando la venta de gasolina al por mayor cayó 8 centavos el galón en Nueva York inmediatamente después del anuncio–. Al igual que con Irak, Bush está a merced de eventos que están fuera de su control. En el caso del petróleo, éstas son demandas globales que irán en crecimiento, la disputa con Irán y la inestabilidad en Nigeria, otro de los mayores productores de la OPEP.

Pero el público en general, sin mencionar a la oposición demócrata, tiene poco tiempo para semejantes argumentos. Ayer Harry Reid, el líder de la minoría en el Senado, arremetió contra la Casa Blanca por su fracaso en promover la conservación de la energía. Otros reprendieron a la Casa Blanca por entregar miles de millones de dólares en exploración y otros subsidios a compañías petroleras que ya rebosan de dinero. El senador Charles Schumer de Nueva York fue incluso más lejos, prometiendo legislación contra las compañías más grandes que –dijo– operaban un efectivo cartel de precios.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Virginia Scardamaglia.

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“Nuestra adicción al petróleo es un asunto de seguridad nacional”, dijo el presidente republicano.
 
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